Libro - Besando mis rodilla POr Jesus Adrian Romero

"Besando Mis Rodillas: La Belleza de Una Esperitualidad Añeja y Actual" es el título del nuevo libro por el cantautor Jesus Adrian Romero. Lee una muestra a continuación y descarga este libro en forma digital gratis aquí (PDF y EPUB), en iBooks, o Amazon por medio de los siguientes enlaces para seguir leyendo en tu Kindle, telefono movil, u otros dispositivos electrónicos.

Capítulos:

1 RITMO. Las estaciones espirituales
2 VINTAGE. Una fe moderna y añeja a la vez
3 LITURGIA. Las escalas de la oracion
4 TEMPERAMENTO. Experimentando a Dios a tu manera
5 LECTIO. Un libro maravilloso
6 SANTUARIO. Dios esta en la obra de nuestras manos
7 ARTE. La expresion creativa de Dios en nosotros
8 COMUNIDAD. El grito interior
9 NIÑOS. La frescura de lo espontaneo
10 RODILLAS. Corriendo con Dios
11 SABADO. El gozo del descanso
12 GRACIA. Descubrir a Jesus en otros
13 ZARZAS. Las nubes y las montañas me hablan de ti
14 REDENTORES. Devolver la dignidad
15 PAN. Encontrando a Dios en la mesa
16 SEXO. La necesidad de conexión íntima
17 SENTIDOS. El poder de estar presentes

1 RITMO. Las estaciones espirituales

Ayer nevó toda la noche…
Hoy por la mañana, con una taza de café en la mano, salí de la cabaña. Las ramas de los árboles se veían cargadas de nieve. Si se viene una helada, pensé, muchas de las ramas se quebrarán bajo el peso del hielo. De repente empecé a escuchar un ruido que subía lentamente de volumen.
Era el aire que había empezado a soplar. Parecía concentrarse encima del lago congelado que estaba frente a la cabaña. Me di cuenta que se movía en forma circular formando un pequeño remolino de nieve; parecía jugar, parecía danzar con la nieve que recién había caído. Lentamente, el remolino empezó a moverse hacia el bosque y cuando llegó a donde estaban los árboles, continuó danzando entre ellos, y como algo planeado, como algo orquestado, la nieve de los árboles empezó a caer.
Me pareció un espectáculo.
Una actuación.
Una lección de cómo Dios mantiene cierto ritmo en la creación y hasta percibí que había una verdad aun más grande danzando allí. Me di cuenta que era una parábola de cómo Dios envía el viento de su espíritu a que sople sobre nosotros removiendo la nieve que el invierno nos dejó y trayendo descanso a nuestros corazones y augurando que la primavera está a las puertas.
Que el tiempo de la canción ha llegado.
En la creación todo tiene ritmo; el día y la noche, las estaciones del año, la rotación y revolución del planeta tierra, los árboles que mudan sus hojas, las aves que emigran. El tiempo del silencio y de la canción del viento y la primavera.
El ritmo de la creación no es arbitrario, es ritmo y secuencia para la renovación y nuestra vida espiritual pasa por un proceso similar;
a veces será de día,
a veces nos llegará la noche,
a veces daremos fruto,
a veces no.
Todos pasamos por distintas estaciones porque también nosotros necesitamos ritmo y secuencia para la renovación.
Casi siempre el inicio de la vida cristiana parece una eterna primavera. Los nuevos creyentes no conocen el invierno o el desierto. Están viviendo una luna de miel, pero la luna de miel no dura todo el tiempo. Tenemos que dejar de ser niños, tenemos que crecer, madurar.
Aun así, hay creyentes que viven sumergidos en un optimismo superficial actuando como si estuvieran en primavera, cuando están atravesando por el más crudo de los inviernos.
Cantan en medio de la muchedumbre cuando es tiempo de llorar. Danzan cuando es tiempo de endechar.
Sin entender que: «Todo tiene su tiempo, un tiempo para llorar, un tiempo para reír, un tiempo para estar de luto, un tiempo para saltar de gusto, un tiempo para nacer, un tiempo para morir» (Eclesiastés 3, perífrasis).
No somos robots, no vivimos en automático. Somos seres con alma y emociones, sujetos a cambios, y el actuar como si viviéramos en una eterna primavera hace más daño que bien. Es necesario descubrir que mientras más contacto tengamos con nuestra fragilidad y nuestro invierno, más sincera y profunda será nuestra espiritualidad.
Las estaciones espirituales son un hecho, una realidad que puedes negar, pero será contraproducente.
La primavera espiritual es un tiempo de mucha anticipación, una etapa para soñar y reír. Todo lo que pensamos es edificante y positivo.
Creemos en la bondad de todos.
Creemos que todo se puede lograr.
El mundo se viste de colores.
Sientes a Dios cerca,
puedes verlo en la naturaleza y en los demás.
Así como en la primavera la naturaleza se renueva, la primavera espiritual es un tiempo de renacer y volver a empezar. Alguien dijo: «El día que el Señor creó la esperanza, probablemente fue el mismo día que creó la primavera».
Todos hemos vivido la primavera. Es un tiempo de amplias sonrisas.
Nada te detiene,
nada te lastima,
ningún menosprecio,
ninguna ofensa.
En la primavera excusamos el mal comportamiento de los demás. Cuando los demás se ven desesperados en medio del tráfico de la ciudad, tú sonríes.
Entre pañales, niños llorando y el teléfono sonando, tú cantas y sueñas. Te vuelves optimista. Sientes que la gente te sonríe, que la vida te sonríe, que Dios te sonríe.
ES NECESARIO DESCUBRIR QUE MIENTRAS MÁS CONTACTO TENGAMOS CON NUESTRA FRAGILIDAD Y NUESTRO INVIERNO, MÁS SINCERA Y PROFUNDA SERÁ NUESTRA ESPIRITUALIDAD.
Al mirar la vida de Jesús podemos notar que las estaciones espirituales también tomaron lugar. La primavera se muestra esplendorosa en el ministerio de Jesús durante su bautismo, los días posteriores a este y el principio de su ministerio. En el bautismo, Jesús es reconocido como el cordero de Dios que quita el pecado del mundo, es bautizado, el Espíritu de Dios desciende sobre Él en forma de paloma, y el padre declara que Jesús es su hijo amado. Al estar a punto de iniciar su ministerio terrenal, Jesús, como ser humano, necesitaba escuchar la voz de su padre, diciendo quién era, afirmándolo, dándole seguridad. Así es la primavera, todo resulta edificante y positivo, te sientes amado y afirmado. Toda duda que Jesús pudo haber tenido en el desierto (invierno) es disipada en el momento del bautismo.
Luego también la primavera es un tiempo de soñar y anunciar planes, y así sucede con Jesús.
«El reino de los cielos se ha acercado», declaraba en Mateo 3.2.
Después de esto empieza a planear su ministerio llamando a los doce hombres que serían parte de su equipo. En la primavera hay emoción en el aire, los discípulos sueñan con lo que Jesús hará con Israel y la restauración del Reino.
Si alguna vez te has sentido emocionado, expectante, lleno de vida y planeando para el futuro, estabas viviendo una primavera espiritual.
Esta etapa es muy importante. Como ya dijimos, las estaciones no son arbitrarias. Todos necesitamos la emoción y el entusiasmo de la primavera, porque esta nos encaminará al verano.
Necesitamos llegar al verano con fuerzas, con una buena actitud, con ánimo y brillo en los ojos.
El verano es un tiempo de mucho trabajo, de mucho sol, de crecimiento y cosecha. En esta etapa, la tierra es fértil y nuestros esfuerzos dan fruto, los ministerios florecen, las iglesias crecen.
Con poco esfuerzo se obtienen grandes resultados. La alegría y el ánimo de la primavera nos dan el ímpetu que necesitamos para trabajar en el verano. En el verano te va bien en tu trabajo, te va bien con tu familia, te va bien en tu relación con Dios, quieres ser parte de una comunidad y reunirte, quieres involucrarte y trabajar. Los veranos son tiempos de vendimia, fiesta y celebración.
En los veranos descubrimos el propósito de nuestra vida, nuestra vocación, nuestro llamado.
Recuerdo mi primer «verano» como adolescente. Recuerdo la emoción de haber descubierto que tenía un llamado. Aún tenía mucho que aprender, mucho que crecer, pero había descubierto mi llamado. Pensaba que podía lograr cualquier cosa. Mi autoestima estaba por los cielos, me sentía seguro de mí y creía que nada era imposible. Mi vida había encontrado propósito. Con una guitarra en la mano quería conquistar no solo a las chicas sino al mundo entero.
En el ministerio de Jesús vemos el verano cuando su ministerio empieza a florecer, cuando las multitudes lo empiezan a seguir. Cuando Jesús enseñaba y hacía milagros era común que cinco mil o diez mil personas lo siguieran. Su fama se extendió por todo el Jordán y las multitudes lo apretaban, querían tocarlo para ser sanados, y para poder hablar con la gente se tuvo que subir a una barca.
En el verano los días son más largos y se aprovecha hasta el último momento y algunos no conocen el cansancio, y si lo conocen, es un cansancio que agrada. Un cansancio que te arrulla cuando tienes que dormir y descansar. «A su amado dará Dios el sueño» (Salmos 127.2).
En el verano es tanta la satisfacción del trabajo que a veces se nos olvida comer. Cuando Jesús estaba en su verano también se le olvidaba comer.
Un día cuando sus discípulos le trajeron de comer, Jesús se rehusó a comer y les dijo: «Yo tengo otra comida»…Así son los veranos.
Pero los veranos no duran todo el año.
Haría daño tanta abundancia. Tanta miel empalaga.
El calor del verano no siempre es bueno. A veces es necesaria la escasez…
La necesidad nos enseña…
nos ubica…
nos regresa al centro.
Así que después de la cosecha y la abundancia, después de las conquistas y las vacas gordas, inevitablemente llegará el otoño y con el otoño llegarán los días grises.
El otoño es un tiempo de cambio, parecido a la primavera pero al revés. Las flores se secan y comienzan a morir. Las hojas de los árboles se apergaminan y empiezan a caer. El viento sopla y la lluvia cae. Los días se hacen más cortos. El cielo se nubla y nuestra actitud también.
Durante el otoño, muchos sufren de depresión y ansiedad, y aunque suene a tabú, los cristianos también sufren de depresión y ansiedad, y van a terapia con el psicólogo. La depresión y la ansiedad son sentimientos que vienen con el otoño espiritual, y con mucha frecuencia son el resultado de haber perdido la conexión con Dios, esa conexión que nos da vida, significado e identidad.
En el otoño muere el verano, y mientras más productivo haya sido nuestro verano, más gris veremos nuestro otoño, porque es mucho más lo que estamos perdiendo, mucho más lo que estamos dejando.
Muchos se aferran a cosas que tienen que soltar; un ministerio, una relación, un sueño… y aunque el otoño no siempre significa que dejaremos de hacer lo que estábamos haciendo, sí significa que vienen cambios.
Durante los otoños, el trabajo que antes era un deleite se convierte en una carga. Entonces, los resultados que antes se lograban con facilidad, ahora se alcanzan con mucha dificultad. Al igual que en los veranos, nos cansamos, pero este tipo de cansancio nos quita el sueño, y a veces sufrimos de insomnio, nuestra mente da vueltas y quisiéramos poder apagarla. Este es el tiempo de la rutina. Caminamos en automático… hacemos las cosas por inercia y responsabilidad más que por pasión.
En la vida de Jesús vemos la llegada del otoño cuando empieza a ser malentendido, rechazado y perseguido. Pasa de la popularidad a la persecución, de la amistad a la traición. Pasa del compañerismo con sus amigos al abandono de sus amigos. De hecho, uno de sus amigos más cercanos, aquel que mojaba el pan en su plato, lo traiciona con un beso… y a todos nos sucede lo mismo.
Antes de apartarse a orar en el huerto del Getsemaní, Jesús le dijo a sus amigos: «Mi alma está muy triste hasta la muerte; quedaos aquí, y velad conmigo» (Mateo 26.38). Los sentimientos de tristeza y desánimo son solo una señal de que el verano se acabó. En este periodo, como Jesús, muchos sienten tristeza, necesidad de oración y compañía y es que en el otoño se pierde el optimismo de la primavera y las fuerzas del verano.
Después de haber declarado que iba a la cruz, y después de reprender a Pedro por tratar de disuadirlo, después de haber declarado que el buen pastor su vida da por las ovejas, encontramos a Jesús en su otoño, en el huerto del Getsemaní orando al padre y diciendo: «Padre, si quieres, te pido que quites esta copa de sufrimiento de mí. Sin embargo, quiero que se haga tu voluntad, no la mía» (Mateo 26.39, perífrasis).
En el otoño nos inunda la incertidumbre y cuestionamos nuestro llamado.
Dudamos de nuestra habilidad.
Jesús pasa de ser seguido por la multitud a escuchar a la multitud gritar: «Crucifíquenlo». Y así son los otoños, algunos buscarán crucificarte.
DURANTE EL OTOÑO, MUCHOS SUFREN DE DEPRESIÓN Y ANSIEDAD, Y AUNQUE SUENE A TABÚ, LOS CRISTIANOS TAMBIÉN SUFREN DE DEPRESIÓN Y ANSIEDAD, Y VAN A TERAPIA CON EL PSICÓLOGO.
No podemos pasar del otoño a la primavera, así que la lluvia del otoño se convertirá en nieve y el frío nos empezará a doler.
Duele el frío,
duele el aire,
duele respirar.
Duele la falta de amigos, o la falta de atención de los amigos.
Duele la escasez.
Nuestro cuerpo y nuestro corazón buscan calor, abrigo. Nos volvemos sensibles, y los hombres que no lloraban lloran porque invariablemente llegará el invierno, y así como la luz del sol se esconde en los inviernos, una nube de oscuridad parece esconder a Dios.
Es entonces que no hallamos de dónde agarrarnos. Como astronautas en el espacio, perdemos nuestro vertical local, perdemos el sentido de orientación y no sabemos dónde es abajo o arriba.
Dejamos de discernir entre el norte y el sur. Sin gravedad, en el invierno perdemos nuestro norte.
La madre Teresa experimentó este tipo de invierno en su vida espiritual. Esto fue lo que escribió antes de una navidad: «Cristo está en nuestros corazones, Cristo está en los pobres que llegamos a conocer, Cristo está en la sonrisa que damos y en la sonrisa que recibimos».
Once semanas después le escribía a su confidente espiritual las siguientes palabras: «Jesús tiene un amor especial por ti, pero en lo que a mí respecta; el silencio y el vacío es tan grande que miro y no veo, trato de escuchar pero no oigo nada».
En el invierno enfrentamos la desesperanza y perdemos la confianza. Jesús en medio de su invierno clamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?» (Mateo 27.46).
Aparentemente Jesús no tenía de dónde agarrarse.
Por mucho tiempo no entendí a las personas que piensan en el suicidio, tenía compasión de ellas pero no las entendía. Mi mente decía: con tanta belleza, tanta vida, tanta alegría, tantas cosas buenas, ¿cómo puede alguien pensar en el suicidio? Y aunque nunca he pensado en el suicidio, sí he conocido por momentos la desesperanza del invierno, y cuando cruzas por un crudo invierno puedes llegar a entender a los que no tienen esperanza.
Cuando veo a las personas en una reunión no espero la misma respuesta de todos… cada uno está pasando por diferentes etapas de crecimiento, diferentes estaciones espirituales.
En el invierno la vida parece acabarse,
el huerto deja de dar fruto,
el canto de las aves se extingue,
no resistieron el invierno y emigraron,
y quisiéramos emigrar con ellas…
En el invierno todo muere y en el invierno espiritual debemos morir. Aunque la muerte suene como el fin, en la vida espiritual no lo es.
Fue a través de la muerte que Jesús triunfó sobre sus enemigos.
Es a través de nuestra muerte que también nosotros triunfaremos.
Cada invierno es un tiempo para pensar en las cosas que deben morir en nosotros. Mientras más tiempo nos tome entenderlo, más largo será nuestro invierno. Al conversar con personas que están pasando por un invierno y surge la pregunta acerca de lo que debe morir en ellas, inmediatamente piensan en cosas malas, pero no siempre es así. En el invierno también mueren cosas buenas. Hay ministerios que deben morir para descubrir lo nuevo que Dios tiene para nosotros. No podemos dar la bienvenida a Isaac si nos hemos conformado con Ismael.
Aunque en los inviernos Dios parece distanciarse, es cuando más cerca está de nosotros.
Jesús camina a nuestro lado, pero como los caminantes a Emaús, no le reconocemos porque nuestros ojos están vendados. Es durante los inviernos que más oramos y, aunque nuestras oraciones parecen no encontrar respuestas, es cuando más crecemos. Curiosamente, después de haber atravesado un invierno, después de haber pasado por una situación devastadora en la vida, la mayoría de las personas dicen: fue lo mejor que me pudo haber sucedido.
No es negación.
Es abrazar el invierno.
Es abrazar los procesos por los cuales Dios nos permite pasar para que nuestra fe crezca porque son los inviernos los que le dan autenticidad a nuestra fe (1 Pedro 1.6–7).
En medio del abandono, la fe de Jesús prevalece y lo lleva a orar al padre diciendo: «En tus manos encomiendo mi espíritu» (Lucas 23.46), y después de eso, expiró.
No hay crecimiento espiritual sin invierno.
No hay resurrección sin muerte.
No hay victoria sin cruz.
El camino a la madurez espiritual nos llevará por el valle de la muerte, por el desierto, por el invierno, o como expresó San Juan de la Cruz, «por la noche oscura del alma».
Michel Blanco, baterista de nuestra banda y su esposa Natalie, pasaron por un tiempo muy difícil. Cuando su hijo Roby nació, todo parecía estar bien, hasta que meses después los médicos les comunicaron que Roby tenía el síndrome de Down. Al cabo de unas semanas les dieron la noticia de que Roby tenía problemas del corazón y requería una operación de corazón abierto.
El día de la operación, mi esposa y yo nos encontrábamos en la habitación con Michel y Natalie. Frente a nosotros, sedado y con muchas mangueras y aparatos conectados, estaba Roby sobre una cama. Se veía diminuto. En ese tiempo solo tenía cuatro meses de vida; después de orar por Roby, con lágrimas en los ojos, Michel dijo: «Este niño nos va a traer mucha felicidad».
Cualquiera diría que esto era una negación o conformarse con lo que no podían cambiar, pero no. Michel y Natalie estaban abrazando el dolor del invierno para llegar a la primavera.
Roby ya cumplió un año de edad y su recuperación ha asombrado a sus médicos. Le habían dicho a Michel y Natalie que tal vez tendría que tomar medicamentos para el corazón toda la vida, pero a los meses, los dejó de tomar. Por eso, cuando miro a estos padres, veo a una pareja que abrazó el invierno y salió de él con un corazón paternal, no solo para su hijo sino para todos aquellos que necesitan figuras paternas. Es que cuando reconocemos y aceptamos nuestro invierno, estamos llegamos al preludio de la primavera.
Lo largo de nuestro invierno dependerá de qué tan dispuestos estemos a morir.
Que muy pronto tu invierno llegue a ser solo un recuerdo.

2 VINTAGE. Una fe moderna y añeja a la vez

Viajando por una carretera al norte del estado de Nueva York, vi el anuncio de una tienda de antigüedades que apropiadamente se llamaba «Fin de la jornada» porque para llegar a ella, literalmente había que llegar hasta donde se acababa el camino. Al llegar me di cuenta que estaba cerrada. Era el mes de enero y el frío calaba hasta los huesos. Me bajé del auto y vi a una pareja de ancianos salir de la casa que estaba junto al negocio. Eran los dueños, pero en el invierno solo abrían cuando veían a clientes aproximarse. Me preguntaron qué era lo que buscaba, y les dije que nada en particular, pero que me llamaban mucho la atención las cosas antiguas. Abrieron la puerta del establecimiento y el olor adentro no me decepcionó; era una mezcla de olor a madera vieja, aceite y humedad, ese tipo de olores que encuentras en la casa de los abuelos o en bibliotecas y edificios antiguos.
Recorrí la tienda viendo un poco de todo, mientras la pareja de ancianos de ascendencia italiana respondía a mis preguntas. Había relojes ferroviarios, de esos que se hacían a mano y con una precisión impresionante. También relojes de pared, muebles, cuadros, figuras de cerámica y muchas cosas más.
Las preguntas que comencé a hacer a la pareja, dieron paso a una conversación muy interesante. Me contaron de sus hijos, y de los años que vivieron en la ciudad de Nueva York, y de cómo se vieron interesados en coleccionar cosas antiguas.
En la conversación, el anciano dijo algo con lo que me pude identificar: «Cuando nos casamos, mis padres ofrecieron regalarnos algunos de los muebles que ellos tenían, porque la casa ya se había vuelto muy grande para ellos». Continuó diciendo: «Como todo joven, yo quería llenar mi casa de muebles nuevos y modernos. Así que rechacé la oferta de mis padres». Con un aire de lamento dijo: «Ahora busco el tipo de muebles que mis padres tenían porque los coleccionistas pagan mucho dinero por ellos», después agregó: «Sin darme cuenta, rechacé un tesoro».
Algo resonó dentro de mí al escucharlo decir eso y pensé en mi fe.
Nuestra fe.
Somos parte de una generación que se ufana de practicar una fe urbana, moderna y sofisticada, pero el peligro de practicar una fe moderna es que podemos perder la conexión tan necesaria con el pasado.
Una fe cristiana moderna es un oxímoron.
Nuestra fe tiene su origen en la historia de Abraham, Isaac y Jacob, en la vida y muerte de Jesús,
los apóstoles, los padres de la iglesia, en monjes y líderes que a través de los siglos edificaron sobre los cimientos de esta fe antigua.
Como el hijo pródigo, hemos disfrutado la herencia espiritual que nuestros antepasados nos dejaron, pero estamos a punto de agotarla. Hemos menospreciado ese legado y lo hemos remplazado por una fe moderna y sin raíces, un credo sin conexión con el pasado.
Si la herencia se acaba, corremos el peligro de quedar a la deriva, y por eso también necesitamos regresar a casa, a las raíces de nuestra fe, y recobrar el pasado.
El conectar nuestra fe con el pasado nos llevará a sentir la historia, y entender el peso y significado de la iglesia a través de los siglos. Tener este tipo de conexión con el pasado no significa que te harás anticuado. Conozco ancianos que son relevantes y modernos, y no importa qué lleven puesto, sabes que son ancianos. Como iglesia siempre estaremos buscando aplicaciones dinámicas y actuales para nuestra fe, pero al mantener nuestra conexión con el pasado, la esencia de nuestra fe continuará sin cambiar. Aunque la expresión de nuestra fe cambie, su esencia no cambiará.
En un sentido, la fe moderna es como la internet, etérea, espacial e invisible. Hay toda una generación que no conoce las cartas escritas a mano, los libros que se pueden palpar y oler. Toda la información está en el espacio, y a veces me pregunto qué pasaría con toda esa información si llegáramos a perder la comunicación con ese mundo etéreo que es la internet. Nos quedaríamos a la deriva, perdidos, sin algo de qué agarrarnos.
Es importante que nuestra fe se siga conectando al simbolismo, pero somos una generación de creyentes que ha acribillado el simbolismo. Al paso que vamos, las próximas generaciones de creyentes no conocerán la cruz, porque muchos la han rechazado como símbolo, nos deshicimos del agua de la bañera con el bebé adentro.
En Latinoamérica por ejemplo, se conoce muy poco a la iglesia ortodoxa. Para quienes no saben, hay tres ramas de la iglesia cristiana; la católica, la evangélica y la ortodoxa. La ortodoxa es la más antigua de todas. Sus orígenes datan de los primeros apóstoles. Se encuentra mayormente en el Medio Oriente y partes de Europa. Turquía tiene algunas de las iglesias más antiguas del cristianismo.
EL CONECTAR NUESTRA FE CON EL PASADO NOS LLEVARÁ A SENTIR LA HISTORIA, Y ENTENDER EL PESO Y SIGNIFICADO DE LA IGLESIA A TRAVÉS DE LOS SIGLOS.
La adoración ortodoxa es litúrgica. Sigue ciertos patrones muy específicos en sus reuniones. Hay mucho simbolismo y reverencia. Entienden la adoración como entrar al mismo trono de Dios. La adoración ortodoxa es transformativa, lleva al creyente a la comunión con Dios, convirtiéndolo en una persona santa.
Una de las cosas que se ha perdido en la modernidad es la belleza de la adoración multisensorial de la iglesia ortodoxa.
El simbolismo y los íconos de las reuniones ortodoxas, te transportan. La fe ortodoxa te lleva a tocar, probar, oler, oír y ver la adoración… es algo bello.
Aunque mi conversión al cristianismo tuvo lugar en una iglesia moderna y estoy a favor de la iglesia moderna, siempre me he sentido atraído por el pasado, por las catedrales, por la liturgia, por el simbolismo, por el legado que nos dejaron hombres y mujeres de fe.
A pesar de que mi conversión fue en una iglesia evangélica, siempre he tenido una atracción especial por los iconos. Siempre han provocado algo en mí que no lograba entender en su totalidad; al platicar con otros creyentes evangélicos me doy cuenta de que muchos comparten este sentimiento. Visitar catedrales y museos donde se muestran iconos religiosos es una experiencia que disfrutamos.
Los iconos no son ídolos sino obras de arte que apuntan hacia Dios y cuentan una historia. A un niño le preguntaron si sabía qué eran los santos. La única referencia que él tenía con los santos, eran los que veía en los vitrales de la iglesia a la que iban sus padres, y apropiadamente su respuesta fue: «Los santos son aquellos a través de los cuales brilla la luz». Cierto.
Para los artistas religiosos de la antigüedad había una diferencia entre pintar una pintura y crear un icono. Aunque ambos eran hechos por un artista, la pintura se pintaba mientras que el icono se escribía, por eso es que ese tipo de cuadros con iconos eran llamados iconografías. A través de los iconos contaban la historia bíblica, la historia de la redención y la fe. Los iconoclastas eran los destructores de iconos. Así es la iglesia moderna.
El simbolismo en la iglesia ortodoxa son ventanas a la vida espiritual que tanto anhelamos. Las cúpulas nos enseñan que aunque Dios habita en la bóveda celeste, hace su morada en el templo bajando el cielo a la tierra. El pan de la mesa de comunión representa a Jesús, el pan partido por nosotros, pero también nos representa a nosotros ofreciéndonos a Jesús para que nos bendiga, nos parta y nos lleve a ser de bendición a los demás. La conexión con el pasado y la tradición es como un ancla en medio del agitado mar de un mundo que sabe poco y opina mucho.
La obra musical “El violinista en el tejado”, relata la historia de los judíos en Rusia en el año 1905. «Es difícil mantener el equilibrio en el tejado mientras se toca el violín», dice el narrador refiriéndose a las dificultades de la vida que como judíos vivían en Rusia. «¿Y cómo mantenemos el equilibrio?», pregunta. «Eso te lo puedo resumir en una palabra: tradición. Es debido a nuestra tradición que hemos mantenido nuestro equilibrio por tantos años».
También nosotros necesitamos la tradición. Pero para los cristianos modernos la palabra tradición se ha convertido en algo negativo, y aunque hay malas tradiciones, debemos saber distinguir entre las buenas y las malas. Hay tradiciones buenas y necesarias. La mayoría de ellas cuentan una historia, representan algo.
Cuando leo el Antiguo Testamento me llama mucho la atención la gran cantidad de veces que Dios le pedía a los israelitas que levantaran un altar, que dejaran una señal visible, un símbolo de lo que había sucedido, para que cuando los hijos o las siguientes generaciones preguntaran, ellos pudieran contar la historia de las maravillas que Dios hizo y la lección que aprendieron.
La piedra que Jacob usó como almohada se convirtió en el pilar sobre el cual se fundó la casa de Dios (Génesis 28.18–22). Una y otra vez los judíos son instruidos para poner énfasis en el simbolismo, los candelabros, la construcción de altares.
Pégalas en los dinteles de tus puertas, le dice Dios a su pueblo. «Átalas a tus manos como un símbolo, llévalas en tu frente como una marca; escríbelas en los postes de tu casa y en los portones de tus ciudades». (Deuteronomio 6.8–9)
No hay nada más bíblico que el simbolismo. El mundo de los negocios lo ha entendido, pero la iglesia lo rechaza. Nuestro mundo está lleno de iconos y representaciones que llaman la atención. El negocio multimillonario de la publicidad es la prueba del poder de los símbolos.
Hace algunos años, al estar haciendo una gira por Europa, tuve el privilegio de llevar a mi esposa y a mis hijos a Westminster Abbey, en Londres. Esta iglesia está empapada de más de mil años de historia. Por casi diez siglos ha sido la iglesia de la coronación de los monarcas ingleses. Westminster Abbey es también el lugar de reposo de los restos de monarcas ingleses, irlandeses y escoceses, y personajes ilustres del Reino Unido.
Fue en el décimo siglo que los monjes benedictinos llegaron a este lugar y desde entonces se estableció una tradición de adoración que continúa en nuestros días.
Dependiendo de la hora que visites Westminster Abbey, descubrirás que todo gira alrededor de patrones diarios de adoración. Oración matutina, adoración vespertina y la Santa Cena o Eucaristía. El día que estuve allí con mis hijos, fuimos por la mañana durante la oración matutina y cuando íbamos saliendo nos entregaron un panfleto con una invitación a la adoración vespertina.
Cuando salimos de ese lugar y continuamos caminando por las calles, se quedó con nosotros un sentimiento de paz y reverencia y es que Westminster Abbey es un lugar lleno de belleza y misterio con un tesoro impresionante de esculturas monumentales, pinturas, vitrales y artefactos diversos que invitan a conocer a Dios.
Sé que es bien sabido de todos que en el último siglo Europa se ha ido distanciando más y más de sus raíces cristianas, pero en los últimos años ha habido un despertar espiritual en algunas partes de Europa. De acuerdo al censo del 2011, el número de cristianos ortodoxos en Irlanda se duplicó en los últimos cinco años. Hay más de cuarenta y cinco mil practicantes, comparados con la mitad hace cinco años, una cifra considerable cuando se toma en cuenta cómo Europa ha ido abandonando la fe.
Hay una comunidad protestante ortodoxa en Taizé, Francia, que recibe más de cien mil jóvenes por año que vienen de todo el mundo, especialmente de Europa.
Esta comunidad se ha convertido en uno de los sitios más importantes de peregrinaje en el mundo entero. Jóvenes de dieciséis a treinta años vienen cada año a Taizé para participar en la oración, la lectura bíblica, la comunión y el trabajo en comunidad.
La adoración en esta comunidad incluye cánticos e iconos de tradición ortodoxa oriental. La música enfatiza frases sencillas, en su mayoría versos de salmos y otras porciones de la Biblia que se repiten y se cantan en canon o repeticiones.
Claro que han surgido preguntas acerca de por qué la comunidad y la adoración de Taizé se han propagado tanto y, aunque hay respuestas variadas, la respuesta más común es que los jóvenes están siendo atraídos al simbolismo, a la vida monástica, a la oración litúrgica, a la meditación y al silencio. Se están conectando con Dios y con el pasado.
Aunque la iglesia católica en algunas partes ha tenido dificultad en aceptar que sus miembros participen en esta comunidad, son muchos los que participan y el papa Benedicto XVI ha reconocido que «las canciones de Taizé están llenando las basílicas de Roma». (2)
LOS JÓVENES ESTÁN SIENDO ATRAÍDOS AL SIMBOLISMO, A LA VIDA MONÁSTICA, A LA ORACIÓN LITÚRGICA, A LA MEDITACIÓN Y AL SILENCIO. SE ESTÁN CONECTANDO CON DIOS Y CON EL PASADO.
Algunas iglesias evangélicas también tienen problemas para aceptar esta comunidad, pero no podemos ignorar el sentir de una generación que está buscando conexión con el pasado, jóvenes que no encuentran plenitud con la religión moderna y muestran un fuerte interés en la tradición ortodoxa y los rituales. Quieren atar cabos y definir su fe. No se conforman con una fe moderna, y muchos no encuentran a Dios en la tecnología y se sienten defraudados cuando esa tecnología no los conecta con algo más trascendental.
La adoración ortodoxa apunta al misterio, y la fe bíblica es una fe de misterios;
el misterio de la fe,
el misterio del llamado,
el misterio de la gracia.
Nuestras reuniones tienen muy poco misterio. Somos parte de una generación que quiere entender y solucionar todos los rompecabezas. Queremos resolver el misterio de Dios,
pero el misterio de Dios no se soluciona, se abraza, y una fe que se conecta con el pasado nos puede ayudar a abrir bien los brazos para abrazar el misterio.
Aunque pueda sorprender a algunos, el misterio es un elemento necesario de la fe. «Dios no puede ser alcanzado por la mente. Si pudiera ser alcanzado, no sería Dios», dijo Evagrio Póntico, un monje y asceta cristiano del cuarto siglo. Esto no quiere decir que nuestra fe será irracional, pero sí será profunda y con tonos de reverencia. Abraham Heschel escribió: «Debemos distinguir entre ignorancia y el sentido de misterio» (3)
Hay dos extremos en el péndulo de la relación con Dios: uno es ver a Dios como inmanente en todo lo que existe pero impersonal. Él lo llena todo, pero es tan grande e infinito que es imposible relacionarnos con Él. Esto hace de la vida espiritual algo seco y sin profundidad emocional. La adoración se convierte más en un ritual que en adoración.
El otro extremo es ver a Dios extremadamente cercano y familiar. Esto hace que muchos vean y traten de manejar a Dios a su antojo: «Él respalda a mi equipo de fútbol», «Él está a mi disposición para cualquier cosa que yo necesite». Hacen a Dios un ídolo de bolsillo que manejan a su antojo. Este tipo de personas practican una adoración y un estilo de vida emocional y egoístas.
La realidad es que ninguno de estos extremos son buenos, pero hay otra alternativa. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar les dijo: «Deben orar así: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre”» (Mateo 6.9, NVI). En el inicio del padre nuestro se encuentra la mejor alternativa a nuestra relación con Dios.
La oración da inicio con esta verdad personal y de relación: «Padre nuestro». Esta es una verdad que nos permite acercarnos confiadamente a Dios como un niño se acerca a su padre, para buscar compañía y protección, pero inmediatamente después agrega: «santificado sea tu nombre»
La palabra santificar en hebreo literalmente significa «separar». Santificar el nombre de Dios significa entender que aunque podemos acercarnos a Él como un hijo se acerca a su padre, no debemos perder la perspectiva de su nombre. Para los judíos el nombre de Dios era y es algo que merece nuestro respeto. El nombre de Dios, o tetragrámaton como era conocido en el griego el nombre hebreo de Dios, era impronunciable porque no contenía vocales, solo consonantes: YHWH. Los judíos aprendieron a respetar el misterio de Dios, pero nosotros lo hemos simplificado, hemos rechazado la belleza del misterio. «Tu nombre hice pronunciable porque el silencio me atemorizó» (4) («Éter» canción de AVE).
Si no tenemos un sentido de misterio, nuestra vida espiritual será superficial.
De niño crecí con muchas tradiciones y simbolismo. Al crecer en un hogar católico, recuerdo tradiciones como el miércoles de ceniza, el ayuno de cuaresma y la confesión. El simbolismo y la riqueza de la eucaristía eran un banquete para mis ojos y aunque no conocía mucho de mi fe católica, esos símbolos y tradiciones me daban cierta seguridad y es que el simbolismo se convierte en un faro en medio del agitado mar en el que navega nuestra barca.
Lo que hay que entender es que el simbolismo y las tradiciones no son un fin en sí mismo, son la representación visible de lo invisible. El simbolismo y las tradiciones son declaraciones de fe muy importantes. En mi caso, en los últimos años hemos estado usando velas en muchos de nuestros conciertos ya que encuentro en ellas un rico contenido espiritual. No es una invención moderna. En la Biblia las velas se conocen como lámparas o candeleros, y aunque eran de aceite y no de cera, siguen siendo velas.
El simbolismo de las velas es muy importante en la Biblia.
Nunca se debía apagar la lámpara en el tabernáculo.
Jesús se pasea en medio de los siete candeleros de oro.
Somos la luz del mundo.
Por estas razones, mi tiempo de oración casi siempre incluye velas. Las velas agregan un ambiente cargado de espiritualidad a mis tiempos de devoción. Mi cuarto de oración también incluye una cruz, un reclinatorio, una corona de espinas y una Biblia de más de 300 años de antigüedad. Cuando parezco olvidar las verdades eternas debido a las muchas distracciones de mi mundo, el simbolismo me regresa al puerto de las verdades trascendentales.
En medio de esta vida moderna de la internet y las redes sociales, las luces de conciertos y los edificios que se construyeron el día de ayer, los jóvenes necesitan tradiciones y símbolos, la cruz, las velas, un chal de oración, los vitrales que cuentan historias de la redención y las oraciones litúrgicas que nos permitan anclar nuestra fe en la Biblia y en Dios y por eso hace unos años decidimos incluir estos elementos en reuniones de jóvenes de Vástago Epicentro. Construimos altares que tenían cruces, velas y vitrales que contaban la historia de la redención. Teníamos incienso y mesa de comunión. Después de las reuniones en las que nos sentábamos sobre cojines, y en las que incluimos algunas canciones que nos conectaban con el pasado, hicimos encuestas donde preguntábamos a los jóvenes acerca de sus experiencias en este tipo de reuniones. El noventa y nueve por ciento de ellos afirmaban que era la experiencia más espiritual que habían tenido.
¡Cuánto le hace falta el simbolismo y la tradición a nuestra fe!

3 LITURGIA. Las escalas de la oracion

Cuando estoy de viaje y salgo a correr no me gusta hacerlo por las calles. Con regularidad salgo de la ciudad y busco algún camino que me lleve por lugares solitarios, a veces entre las montañas.
En muchas ocasiones me he encontrado con caminos abandonados, caminos que en algún momento tuvieron vida, caminos que llevaban a algún lugar, tuvieron tráfico, propósito, vida, pero ahora están abandonados. La maleza ha crecido en ellos por falta de uso, las piedras se han acumulado por falta de mantenimiento y es en estos caminos abandonados donde con frecuencia encuentro cosas interesantes; pueblos fantasmas, puentes destruidos, escombros de lo que en algún momento fue una bella finca, minas clausuradas, iglesias en ruinas… reliquias.
Me gusta encontrarme con estos caminos abandonados. Para mí tienen una belleza especial, provocan en mí cierta nostalgia, cierta melancolía. ¿A dónde llevaba este camino? ¿Quién caminó por él? ¿Por qué lo abandonaron? Mi imaginación corre al correr por esos lugares.
Hay ciertas sendas, ciertos caminos que la iglesia ha dejado de caminar, los hemos dejado y se han descuidado. Esos caminos en su momento tuvieron relevancia, destino y propósito, pero ahora están abandonados. Llegaron a considerarse obsoletos y fueron cambiados por otros caminos, más modernos, más transitados.
Uno de esos caminos es la oración litúrgica.
La oración siempre ha sido muy importante para mí, como creo que lo es también para ti. Al igual que muchos, me he sentido culpable cuando leo acerca de hombres que pasan tres horas en oración cada mañana. Desde mi adolescencia, después de haber tenido un encuentro con Dios y haber visto el ejemplo vivo de mi mamá orando a diario, entendí que la oración era muy importante, pero el orar y separar un tiempo para orar en las mañanas era algo difícil de hacer.
Recuerdo que me acostaba con una determinación de acero: «Mañana me levantaré a orar a las seis de la mañana» decía. La verdad es que lo planeaba de una manera muy apasionada y sinceramente creía que el día siguiente me levantaría. No sé qué le sucedía a mi pasión durante las ocho horas de sueño, porque cuando sonaba el despertador, la pasión se había esfumado, y cualquier excusa era buena para no levantarme. «No dormí lo suficiente» me decía a mí mismo y me volvía a dormir. Si estábamos en los meses de octubre o noviembre, decía: «Mejor me voy a esperar hasta enero y empezaré el año con el propósito de orar». En otras ocasiones me ponía teológico y decía: «Dios no quiere que me sacrifique levantándome a orar tan temprano, Él ya hizo el sacrificio por mí en la cruz».
Aun así continuaba con la intención de levantarme a orar. Recuerdo que grabé un casete, en ese tiempo no existían los CD, mucho menos los MP3. En ese casete me hablaba a mí mismo y me decía: «Jesús Adrián: si quieres que Dios te use, tienes que levantarte a orar. No puedes llegar a ser un hombre de Dios si no tienes la disciplina de levantarte a orar» y me decía muchas cosas más, casi me insultaba. Después de escuchar la grabación por un par de minutos, la apagaba enojado y me volvía a dormir. A pesar de todos estos intentos fallidos, el deseo de mi corazón no se iba, quería ser un hombre de oración. Recuerdo que le pedí a un amigo que me llamara por las mañanas y me despertara para levantarme a orar. Lo empezó a hacer. Me llamaba y me decía: «Buenos días Jesús Adrián es hora de levantarte a orar». Yo le daba las gracias. Un par de semanas después le llamé y le confesé que después de que él me llamaba y yo le daba las gracias, me volvía a dormir, así que las próximas semanas cambiamos de estrategia. Cuando mi amigo me llamaba por teléfono, me decía: «Buenos días Jesús Adrián, es hora de levantarte a orar», pero en vez de colgar el teléfono se quedaba hablando conmigo y me decía que fuera a la cocina a prepararme un café mientras él platicaba conmigo. Después de estar platicando conmigo unos diez minutos, nos despedíamos y eso fue lo único que funcionó para levantarme a orar temprano.
He estado en todo tipo de reuniones de oración; oraciones corporativas y dinámicas, oraciones cantadas, oraciones en silencio, oraciones a través de pasajes bíblicos, y sí, también he estado en oraciones tan aburridas que alguien siempre se queda dormido. Una noche, junto a mi esposa y un grupo de amigos decidimos tener una vigilia de oración. Estábamos a punto de tomar decisiones trascendentales y era muy importante traer estas cosas a Dios en oración. Ahora que pienso en esos días, reconozco que esas oraciones fueron las que nos llevaron a mi esposa y a mí a tomar las decisiones correctas, pero esa noche en particular, el ambiente era un poco pesado y algunos empezaron a cabecear. Uno de mis amigos me pidió permiso para tomar una ducha fría para no dormirse, y al hacerlo regresó un poco más despierto. Otro de mis amigos se hizo el valiente y continuó orando, pero después de unos momentos su oración se volvió algo extraña: «Señor, tú eres muy profesional» decía, y luego le agregó cosas aún más extrañas: «Señor, treinta por ciento de descuento». Cuando oí esto no pude contener la risa, y cuando solté la carcajada lo desperté de su letargo y me preguntó qué estaba pasando. Le conté acerca de la oración tan extraña que estaba haciendo, y empezó a reír conmigo, después me dijo: «Es que hoy mi esposa y yo fuimos a una tienda de electrodomésticos. Estábamos buscando un refrigerador, y el vendedor que nos atendió era muy profesional y nos dijo que el refrigerador que estábamos viendo tenía un descuento del treinta por ciento». Lo bueno es que no trató de darle un giro espiritual a su disparate.
EN OTRAS OCASIONES ME PONÍA TEOLÓGICO Y DECÍA: «DIOS NO QUIERE QUE ME SACRIFIQUE LEVANTÁNDOME A ORAR TAN TEMPRANO, ÉL YA HIZO EL SACRIFICIO POR MÍ EN LA CRUZ».
Hace algunos años empecé a incorporar en mis tiempos de oración, oraciones litúrgicas. Las oraciones litúrgicas son oraciones escritas. Algunas de ellas se escribieron hace cientos de años y han sido utilizadas por creyentes ortodoxos a través de los siglos. Estas oraciones están llenas de Biblia e historia.
El libro impreso de oraciones comunes más antiguo del mundo se introdujo en el año 1549 en el idioma inglés, pero la oración litúrgica cristiana más antigua de la que se tiene conocimiento es la anáfora u oración de eucaristía de Addai y Mari, que muy posiblemente se remonte al siglo tercero. Esta liturgia se le atribuye tradicionalmente a San Addai, discípulo del apóstol Tomás, y a Santa María, discípula de San Addai.
La liturgia de Addai y Mari aún sigue usándose en los servicios de las iglesias de Asiria del este cuando se parte el pan y se toma el vino y aquí hay un pasaje de esta oración:
“Es digno que nuestros labios alaben y nuestras lenguas confiesen el Nombre adorable y bendito del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, que creó el mundo con su gracia y a sus habitantes con su piedad, otorgando a los hombres su clemencia y agraciando inmensamente a los mortales.
Miles de millares de seres superiores adoran, Señor, tu grandeza y millares de millares de Ángeles, los ejércitos de seres espirituales, ministros del fuego y del espíritu, junto con los santos Querubines y Serafines alaban tu Nombre, clamando y glorificando [incesantemente y pregonándoselo unos a otros diciendo]:
¡Santo, Santo, [Santo es el Señor, Dios omnipotente; llenos están el cielo y la tierra de tu gloria.
Hosanna en lo alto del cielo y hosanna al Hijo de David! Bendito el que viene y vendrá en el nombre del Señor. Hosanna en lo alto del cielo].
Unidos a todas estas potencias celestiales te confesamos también nosotros, Señor, tus siervos débiles, enfermos y miserables, porque nos diste la gracia inmensa, que no se puede pagar: te revestiste de nuestra humanidad a fin de vivificarnos por medio de tu divinidad, nos alzaste de nuestra opresión, nos levantaste de nuestra caída, resucitaste nuestra mortalidad, perdonaste nuestras deudas, justificaste nuestra condición de pecadores, iluminaste nuestras almas, venciste, Señor nuestro y Dios nuestro, a nuestros enemigos, e hiciste que resplandeciera la debilidad de nuestra naturaleza enferma con las abundantes misericordias de tu gracia.
Por todos [tus auxilios y tus gracias para con nosotros te alabamos, honramos, confesamos y adoramos ahora y siempre, por los siglos de los siglos, amén”. (5)
Como esta, hay muchas otras oraciones litúrgicas llenas de Biblia y quizás aquí debo hacer una aclaración que puede ser necesaria para el lector evangélico latinoamericano que tiende a rechazar todo aquello que tenga lenguaje católico o historia católica.
Es hora de entender que la historia de la iglesia católica es también la historia de la iglesia evangélica. Antes del siglo XVI no había iglesia protestante y Dios no estaba tomando un sabático por más oscuro que se haya visto el cielo sobre la iglesia católica. Dios tampoco regresó de su sabático cuando surgió la reforma protestante. Dios siempre ha estado presente en su iglesia y así como la iglesia católica tuvo y tiene sus problemas, la iglesia evangélica también tiene los suyos y un libro no sería suficiente para hablar de ellos, mucho menos un capítulo de un libro.
Con la reforma protestante se cambiaron cosas muy importantes, pero hay un problema que la reforma protestante nos dejó, y es el rechazo a cosas que eran buenas. Como dijimos anteriormente, tiramos al niño con el agua de la bañera. Como ya hemos visto en un capítulo anterior, entre las cosas que hemos rechazado están el simbolismo y los iconos. La oración litúrgica es otra de esas cosas buenas que hemos rechazado. A veces, con la oración espontánea, nuestra mente divaga, nuestras emociones nos llevan a la deriva y no hallamos dónde anclar nuestros pensamientos y oraciones. Las oraciones litúrgicas nos aterrizan, nos llevan a un lugar seguro, porque no están sujetas a nuestros caprichos emocionales.
Como muchos, prefiero la oración espontánea y libre, pero la realidad es que: «El esqueleto que da forma a todas estas oraciones es la oración litúrgica», como dijera Lauren F. Winner en su libro Mudhouse Sabbath (traducción del autor). (6)
Mis oraciones también pueden volverse egoístas, superficiales y débiles, pero las oraciones litúrgicas me regresan al centro. La mayoría de ellas son doctrinalmente sólidas e incluyen doxologías que me alejan de mi egoísmo y glorifican a Dios. Si somos sinceros, es tan común escuchar oraciones superficiales, tan vacías de contenido y trascendencia que nos haría mucho bien incorporar oraciones litúrgicas a nuestras oraciones personales y corporativas.
Ester de Waal en su libro acerca de San Benedicto, dice lo siguiente en el tema de la oración: «Aunque quería que sus monjes oraran sin cesar, como hacía San Benedicto en su propia vida, él sabía que la oración espontánea debía ser sostenida por la estructura y la libertad, debía ser sostenida por el ritual; y que las oraciones personales requerían oraciones corporativas» (traducción del autor). (7)
Tal vez estás pensando que la liturgia suena más como rezo que como oración, pero la realidad es que todas las iglesias utilizan liturgia en sus reuniones. Cuando cantamos canciones que alguien más escribió, estamos recurriendo a la liturgia. Cuando seguimos un orden en nuestras reuniones; bienvenida, adoración, ofrenda, predicación, estamos siguiendo una liturgia, estamos repitiendo algo que alguien más estableció.
En los últimos años hemos estado incluyendo oraciones litúrgicas en nuestras oraciones corporativas, y la reacción ha sido muy positiva, especialmente para nuevos creyentes que aún no saben orar. Pero creo que las oraciones litúrgicas son más útiles para aquellos que «saben orar». Cuando iba a la universidad fui parte del coro y tomé algunas clases de música. He tocado el piano y la guitarra desde mi adolescencia, así que decidí tomar una clase de piano. Cuando me tocó la entrevista privada con el maestro, me preguntó si tocaba el piano y le dije que sí. Me pidió que tocara algo para él, y después de hacerlo, trató de ser amable, pero en resumidas cuentas lo que me dijo fue que le iba a costar más trabajo enseñarme a mí que a alguien que no tocara nada de piano. Me dolió un poco, pero tenía toda la razón, yo tenía vicios en mi forma de tocar difíciles de vencer. Tuve que empezar de nuevo aprendiendo las escalas. Hay muchos creyentes que creen que saben orar, pero les haría mucho bien regresar a las escalas de la oración; las oraciones litúrgicas.
HAY MUCHOS CREYENTES QUE CREEN QUE SABEN ORAR, PERO LES HARÍA MUCHO BIEN REGRESAR A LAS ESCALAS DE LA ORACIÓN; LAS ORACIONES LITÚRGICAS.
La gran ventaja de las oraciones litúrgicas es que después de algún tiempo se quedan en tu memoria y vienen a ser parte de ti. En algún lugar escuché acerca de un anciano que por la enfermedad de Alzheimer había olvidado casi todo, pero recordaba las oraciones litúrgicas que había aprendido a través de su vida.
A continuación he transcrito una porción del libro de oración común de Shane Clairborne.
Esta es la oración del día lunes.
La parte en letra redonda (normal) es la de la persona que está dirigiendo.
La parte en letras negritas es la respuesta de la congregación. Lunes
Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré.
El Señor dio, el Señor quitó. Sea el nombre del Señor glorificado.
Oh Dios, ven a mi socorro: oh Dios apresúrate en ayudarme.
Gloria al padre, y al hijo y al Espíritu Santo, como fue en el principio es ahora y será para siempre. Amén.
De rodillas
Señor, ten misericordia. Cristo, ten misericordia. Señor, ten misericordia.
Confieso a Dios todo poderoso,
Y a ustedes mis hermanos y hermanas,
Que he pecado de mi propia falta,
En pensamiento y en palabra,
En lo que he hecho y en lo que he dejado de hacer.
Y les pido mis hermanos y hermanas,
Que oren por mí al Señor nuestro Dios.
Silencio (tiempo de confesión a Dios o unos a otros).
Repréndeme, oh Dios, pero no en tu ira, no sea que venga a ser reducido a nada.
De pie.
Señor, ten misericordia. Cristo ten misericordia. Señor ten misericordia. Amén.
Una vela se enciende durante las siguientes canciones.
Camina en la luz, preciosa luz
Ven a don el rocío de misericordia brilla
Oh brilla alrededor de todos nosotros de día y de noche
Jesús es, Jesús es la luz del mundo
Oh luz de gracia
Resplandor puro del padre eterno en el cielo
Oh Jesucristo, santo y bendito
Ahora que llegamos a la puesta del sol
Y nuestros ojos contemplan la luz vespertina
Cantamos tus alabanzas, oh Dios; Padre. Hijo y Espíritu Santo
Tú eres digno de ser alabado todo el tiempo por voces felices Oh hijo de Dios, oh dador de vida
Tú eres digno de ser alabado todo el tiempo por voces felices Oh hijo de Dios, dador de vida
Y ser glorificado por todo el mundo.
En palabra o en canto
Alaba a Dios, de quien fluyen todas las bendiciones
Alábenle todas las criaturas aquí abajo
Alábenle arriba, ustedes ejército del cielo
Alaben al padre, hijo y Espíritu santo

Declaración de fe
Creemos y confiamos en Dios y padre todo poderoso
Creemos y confiamos en Jesucristo su hijo
Creemos y confiamos en el Espíritu Santo
Creemos y confiamos en los tres en Uno

Oración por otros
Después de cada petición. Señor, escucha nuestra oración
Cantaré al Señor,
Que se ha coronado de triunfo
Arrojando al mar caballos y jinetes.
El Señor es mi fuerza y mi cántico;
él es mi salvación.
El Señor arrojó al mar
los carros y el ejército del faraón.
Las aguas profundas se los tragaron;
¡como piedras se hundieron en los abismos!
Fue tan grande tu victoria
que derribaste a tus oponentes;
diste rienda suelta a tu ardiente ira,
y fueron consumidos como rastrojo.
Bastó un soplo de tu nariz
para que se amontonaran las aguas.
Las olas se irguieron como murallas;
¡se inmovilizaron las aguas en el fondo del mar!
«Iré tras ellos y les daré alcance
—alardeaba el enemigo—.
Pero con un soplo tuyo se los tragó el mar;
¡se hundieron como plomo en las aguas turbulentas!
¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses?
¿Quién se te compara en grandeza y santidad?
Tú, hacedor de maravillas, nos impresionas con tus portentos.
Extendiste tu brazo derecho, ¡y se los tragó la tierra!
Por tu gran amor
guías al pueblo que has rescatado;
por tu fuerza
los llevas a tu santa morada.»
Ilumina nuestra oscuridad te pedimos, oh Dios. Y por tu gran misericordia defiéndenos de todos los riesgos y peligros de esta noche. Por el amor de tu hijo, nuestro Salvador, Jesucristo.
Que el Señor te bendiga y te guarde de todo daño, y que el Señor nos guíe a vida eterna. Amén. (8)

4 TEMPERAMENTO. Experimentando a Dios a tu manera

Cuando era adolescente tuve un encuentro con un libro que se convirtió en un parte aguas en mi manera de pensar. Lo vi accidentalmente en una librería. No lo buscaba ni buscaba algo relacionado con el tema. Ahora que pienso, no leí el título del libro, más bien me asaltó, capturó mi atención de una manera violenta.
El libro era Hace falta un muchacho, de Arturo Cuyás. Lo compré y a partir de ese momento y por los próximos dos años, junto a la Biblia, se volvió mi acompañante. Lo llevaba a todo lugar y hablaba de él con casi todas las personas. Cada capítulo hablaba de consejos que todo adolescente necesita; el carácter, el lenguaje, los amigos, los libros, el trabajo, la pereza, el tiempo, etc. Fui desafiado por la mayoría de sus conceptos.
Una de las cosas que este libro provocó en mí fue el interés por la lectura. Después de mi encuentro con este libro empecé a devorar todo tipo de literatura, desde Don Quijote de la Mancha hasta El Manifiesto Comunista, de Marx y Engels. Desde La Ilíada, de Homero, hasta la poesía de Mistral. La biblioteca se convirtió en un lugar muy visitado por mí. Sacaba un buen número de libros por mes, y mantenía un diario donde hacía un resumen de cada libro que leía.
Algo que el libro de Arturo Cuyás y muchos libros me llevaron a desarrollar, fue el deleite en la lectura. Disfrutaba las historias, rumiaba los conceptos que los libros me enseñaban, aprendí a ponerme en el lugar del autor y tratar de verlo desde su perspectiva. En ocasiones, me sentaba en un sillón de la sala de mi casa y no me levantaba por cinco o seis horas hasta terminar un libro.
La lectura era y sigue siendo un deleite para mí.
Hace un par de años estuve compartiendo en un campamento de jóvenes. Una mañana iba a hablar sobre el tema de leer la Biblia y para hacerlo puse una mesa rústica y antigua frente a mí. Sobre ella acomodé varias versiones de la Biblia, y dos Biblias antiguas. Una era de 150 años y otra de más de 300 años. Para dar inicio a mi plática hice una pregunta en la que les pedí una respuesta sincera. ¿A cuántos les aburre leer la Biblia? El noventa por ciento de los jóvenes levantaron la mano. No me sorprendió la respuesta, de hecho la esperaba y por eso después les pregunté acerca de las razones por las cuales leían la Biblia y las respuestas fueron variadas pero parecidas. «La leemos porque es la Palabra de Dios», «la leemos porque somos cristianos», «para crecer espiritualmente», «para aprender cómo vivir», «para memorizar versículos y usarlos en momentos de necesidad». Después de escuchar sus respuestas les dije que aunque sus respuestas eran correctas, explicaban por qué se les hacía aburrida. Habían aprendido a leer la Biblia como un acto religioso, la veían solo como un manual para vivir.
Cuando se lee la Biblia como si fuese un manual, ignoras el espíritu con el que fue escrita y se convierte en una carga. A diferencia de otros libros, la Biblia, como dijo Frankestein: «¡Está viva, se mueve, está viva!», perdón, no lo pude resistir.
Les expliqué que el problema no estaba en la Biblia, sino en la manera en que la leían.
Algunos de mis músicos y yo a veces nos ponemos de acuerdo para leer la Biblia en un año, y con frecuencia nos preguntamos acerca de nuestro progreso. Un día, mientras viajábamos a cierto país de Latinoamérica, Daniel Fraire, el guitarrista de nuestra banda, me dijo: «Tengo casi dos meses sin leer la Biblia». Me llamó la atención su franqueza, me reí y le pregunté: ¿Por qué?, su respuesta fue: «Me cansé de estar en una carrera por terminar de leer la Biblia en un año. Más que un deleite, leer la Biblia se había convertido en una carga para mí, así que decidí no terminarla». No le dije nada, entendí lo que me estaba diciendo porque en ocasiones me llegué a sentir igual, pero después de un par de meses estábamos en una de nuestras corridas habituales cuando me dijo: «Empecé a leer la Biblia de nuevo y no tienes idea de lo mucho que la estoy disfrutando. No tengo prisa por terminarla en un año. A veces solo leo un versículo y me quedo meditando en él por mucho tiempo, fue una buena decisión el dejar de leer por unos meses».
Curiosamente, cuando en la Biblia se habla de leer la Biblia se relaciona con el deleite, no con el aburrimiento. «Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, […] ni en silla de escarnecedores se ha sentado; sino que en la ley del Señor está su delicia, y en su ley medita de día y de noche» (Salmos 1.1–2).
Cuando los rabinos enseñaban la Biblia a niños y adolescentes, antes de empezar a leerla los invitaban a meter la punta del índice en miel y luego la probaban. La idea de los rabinos era transmitir que la Palabra de Dios es un deleite y se debía disfrutar, como se disfruta la miel. «Son más dulce que la miel, la miel que destila del panal» (Salmos 19.10, NVI).
CURIOSAMENTE, CUANDO EN LA BIBLIA SE HABLA DE LEER LA BIBLIA SE RELACIONA CON EL DELEITE, NO CON EL ABURRIMIENTO.
El autor, Eugene Peterson lleva el punto del deleite en la Palabra a un nivel que yo no conocía. Él cuenta la alegría que le dio descubrir que en hebreo la palabra meditar (Hagah) es la misma palabra que se usa cuando un perro o un león gruñe (Hagah) sobre su presa. «Como león que gruñe sobre la presa» (Isaías 31.4, NVI). Peterson dice en su libro Eat This Book [Devora este libro] que esto cambia radicalmente nuestra interpretación de la palabra meditar como algo que se hace en silencio en algún lugar apartado de nuestra casa a un actividad que se asemeja más al rugir de un perro o un león. «Hay ciertos tipos de escritura que invitan a este tipo de lectura; un ronroneo suave, rugidos bajos a medida que probamos y saboreamos, anticipamos y asimilamos las dulces, condimentadas y suculentas palabras que nos hacen agua la boca e infunden vigor a nuestra alma». (13)
La Biblia es un libro que se puede disfrutar al punto de perderte en él. Este tipo de acercamiento a la Biblia es muy difícil de tener, al menos que te guste leer y que tengas una admiración por la Biblia como libro.
Cuando pienso en la Biblia me doy cuenta de que es un libro maravilloso y sumamente interesante.
Es un libro antiguo.
Lleno de misterio.
Es poético y sublime,
pero a la vez crudo y severo.
El que quiera bajar de tono el mensaje de la Biblia o moderarlo para hacerlo más «cristiano» o aceptable, no tendrá mucho éxito. Molesto con los judíos que estaban instigando a los gálatas a circuncidarse, Pablo les dice que deberían de castrarse. «¡Ojalá que quienes los molestan no sólo se circunciden, sino que de una vez se lo corten todo!» (Gálatas 5.12, TLA).
La Biblia no oculta la humanidad de sus personajes o sus sentimientos. Cuando me imagino a Pablo escribiendo esa epístola, molesto por los judaizantes, la lectura de ese pasaje se hace mucho más rica e interesante. Cuando Isaías habla de nuestros pecados y nuestras obras de justicia dice que son como un tampón sucio. «Todos nosotros nos volvimos como alguien impuro, todas nuestras obras justas son como una toalla higiénica sucia» (Isaías 64.6 PDT).
El profeta no fue nada fino al expresar el celo que tenía por la santidad y la justicia de Dios.
¿Le seguimos?
El rey Saúl está a punto de darle a David una de sus hijas para que se case con ella y en vez de pedirle una dote, le pide que le traiga los prepucios de 100 filisteos. ¡Ah! ¿En serio? ¿Eso está en la Biblia? y ¿cómo reaccionó David? ¿El hombre conforme al corazón de Dios?: «David se puso en camino con sus hombres, mató a doscientos filisteos, se llevó sus prepucios y se los entregó al rey para poder ser su yerno. Entonces Saúl le dio a David a su hija Mical por esposa» (1 Samuel 18.27, BLP).
¿Aburrida la Biblia?
Cuando pienso en esta historia y muchas más me quedo sin palabras, más que Biblia, parecen ser guiones para películas de horror y acción.
Un levita está de viaje con su esposa y llega a un pueblo donde un hombre les da hospedaje, después de haber comido y bebido, los hombres perversos de la ciudad llaman a la puerta pidiendo que el levita salga para tener relaciones sexuales con él. El dueño de la casa sale y les ruega a los hombres que no cometan tal infamia y les ofrece a su hija virgen para que hagan con ella lo que quisieran, pero los hombres del pueblo no aceptaron. Después de esto, el levita, que no quería ser violentado, toma a su esposa y la saca. Los hombres de la ciudad abusaron de ella toda la noche hasta que rayó el alba. Cuando ya amanecía, la mujer llega hasta la entrada de la casa y cae delante de ella con sus manos en el umbral de la puerta. Cuando el levita se levanta después de haber dormido cómodo en la casa, sale y le dice a su esposa «levántate y vámonos», pero la mujer ya no respondió. Él la subió sobre su asno y emprendió el viaje de regreso a su casa y al llegar tomó un cuchillo y partió a su esposa por las coyunturas de sus huesos en doce partes y envió esas partes por todo el territorio de Israel para motivar al pueblo a la guerra.
El pasaje anterior claramente describe la condición de la raza humana hace miles de años. La Biblia es una ventana abierta al mundo de la antigüedad. Eran salvajes, vivían moralmente en las cavernas.
La Biblia se compone de diferentes géneros y estilos literarios. En partes es histórica, biográfica, alegórica, pastoral; incluye tragedia, drama y hasta comedia. Es poética y sublime.
Cuando el ángel del Señor visita a Manoa y a su esposa para anunciar el nacimiento de Sansón, Manoa le pregunta al ángel por su nombre y el ángel responde: «¿Por qué me preguntas mi nombre? —replicó él—. Es un misterio maravilloso» (Jueces 13.18, NVI).
«Un misterio maravilloso». Esas palabras de parte del ángel te invitan a abrazar el misterio de Dios, pero a la vez te invitan a confiar totalmente en Él.
Cuando lees pasajes así te das cuenta del rico contenido literario y espiritual en la Biblia.
Cuando los judíos están hablando con Jesús y cuestionando sus palabras acerca de su preexistencia, le dicen: «Aún no tienes cincuenta años, ¿y ya has visto a Abraham?»
Jesús entonces les contesta: «De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy» (Juan 8.57–58).
Estas palabras de Jesús no requieren explicación, solo reverencia. Pasajes como el anterior nos llevan a la adoración. Pasajes como el que sigue te llevarán a la gratitud y el deleite.
«El SEÑOR tu Dios vive en medio de ti. Él es un poderoso salvador. Se deleitará en ti con alegría. Con su amor calmará todos tus temores. Se gozará por ti con cantos de alegría» (Sofonías 3.17, NTV).
Para los enamorados habrá pasajes que también los dejarán sin palabras.
«¡Viento del norte, despierta! ¡Viento del sur, ven acá! Soplen en mi jardín; ¡esparzan su fragancia! Que venga mi amado a su jardín y pruebe sus frutos exquisitos» (Cantares 4.16, NVI).
El poder de transformación que tiene la Biblia por ser un libro vivo, será truncado, si tienes dificultad con la lectura. Debemos aprender a leer con el corazón, probar y saborear sus palabras. Será después que las leerás con la mente y las analizarás.
Hace algunos años escuché a alguien decir que no se puede leer la Biblia como se lee cualquier otro libro, pero yo difiero con esa forma de pensar; la Biblia no es como cualquier otro libro, pero se debe de leer como se leen otros libros. La diferencia estará en lo que provoca en nosotros.
Entiendo la seriedad de la Biblia como tal, y sé que en ocasiones se debe estudiar de una manera estricta y no displicente. Para los hebreos, el proceso de analizar detalladamente la Biblia es conocido como Midrash, y significa investigar y buscar el significado de lo que se lee. Entre los cristianos este proceso es conocido como exégesis, una palabra del latín que significa lo mismo que Midrash.
Siempre que leía Hebreos 4.12, donde dice que la Palabra es viva y penetra hasta la división del alma y del espíritu, las coyunturas y los tuétanos, me admiraba pensar que la Biblia podía llegar hasta los tuétanos donde se produce nuestro ADN, y hasta cambiarlo, pero no pensaba mucho en el tema de la penetración de la palabra.
PARA QUE LA PALABRA PENETRE, NECESITAMOS LEERLA, DISFRUTARLA, MEDITARLA E IMPREGNARNOS DE ELLA HASTA QUE PENETRE Y LLEGUE HASTA LOS TUÉTANOS.
A veces pensamos que será por arte de magia que los principios de la Biblia cobrarán vida en nosotros, pero no, es el esfuerzo concienzudo de luchar con los pasajes que leemos y creo que esta es el área en la que tenemos problemas.
Para que la palabra penetre, necesitamos leerla, disfrutarla, meditarla e impregnarnos de ella hasta que penetre y llegue hasta los tuétanos.
De la misma manera cuando el salmista dice que el joven limpiará su camino guardando la palabra, el verbo «guardar» no habla de una lectura ligera o una actitud pasiva sino activa.
Una de las cosas maravillosas de la Biblia es que es interactiva. Nos lleva a ponernos en la situación de los personajes y hacernos preguntas.
Hay tantas historias que nos van a desafiar y nos llevarán a cuestionar muchas cosas. Al leer la historia del joven rico debe hacer que nos preguntemos: ¿estaría yo dispuesto a venderlo todo y darlo a los pobres?
La historia de la negación de Pedro. ¿Actuaría como Pedro? ¿Haría yo lo mismo? ¿Lo negaría? ¿Cuántas veces has luchado con esos pasajes? ¿Cuántas veces después de leer este pasaje has cuestionado tu fidelidad, tu amor, tu fe, tu cristianismo? A menos que experimentes la Biblia de una manera interactiva, no la has leído.
Uno de mis profesores en el seminario decía que: «La Biblia, más que ser un modelo de integridad es un espejo de identidad» y un ejemplo es Génesis 22 donde Dios le pide a Abraham que tome a su hijo Isaac y lo ofrezca en sacrificio. Este es uno de los pasajes que me turbaba al leerlo. No entendía cómo Dios podía pedir algo así a Abraham.
Después de leerlo muchas veces dejé esa pregunta por un lado y empecé a pensar más en Isaac que en Dios o Abraham. Lo veía ingenuo y con una confianza casi ciega en su padre. Cuando pregunta: «He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?» (Génesis 22.7), me imagino que tuvo sus sospechas. Él ya había sido testigo de estos sacrificios, y algo hacía falta…pero Isaac confiaba en su padre.
La parte más dramática de la historia para mí es cuando llegan a la cima del monte Moria y Abraham empieza a preparar el altar para el sacrificio, pero aún no había cordero, pero Isaac confiaba en su padre. Después de preparar el altar, Abraham toma a su hijo Isaac y lo pone sobre la leña y lo ata; Isaac sabe qué es lo que sigue, pero Isaac confiaba en su padre.
El pasaje no dice que Isaac puso resistencia a este acto de Abraham. Me imagino a Isaac temeroso pero a la vez confiado en su padre.
Después de pensarlo muchas veces me di cuenta de que ambos, Abraham e Isaac, estaban llenos de temor, pero confiados en su padre. Isaac estaba confiado en su padre Abraham, y Abraham estaba confiado en su padre Dios. Ese enfoque me llevó a cuestionar si yo realmente confío como lo hicieron Isaac y Abraham. El pasaje me ha hecho interactuar muchas veces.
Bruce Feiler, autor de varios libros, escribió Un viaje a través de la Biblia, un libro interesantísimo. En él relata el recorrido que hizo por las tierras en las que tomaron lugar los cinco libros de Moisés. Cuando llega al lugar donde supuestamente Abraham va a sacrificar a Isaac, empieza a hablar de ese pasaje y dice: «Akedah es la primera instancia realmente interactiva en la Biblia, la primera vez que el lector es forzado a preguntar: ¿Qué haría yo en esta situación?». (14)
Es en la interacción donde está el poder de la Palabra para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón. (Hebreos 4.12)
Después de habernos llevado a cuestionar, el Espíritu Santo nos lleva a aplicar la Palabra y limpiar ese comportamiento que consideramos errado de nuestra parte. (Salmos 119.9)
Cuando pienso que a través de los siglos monjes trabajaron en cavernas a la luz de una vela para copiar y preservar este libro, me llena de emoción y lo más apasionante para mí es tratar de encontrar a Jesús en las páginas de la Biblia. Jesús hablando con los judíos que lo cuestionan.
«Ustedes estudian las Escrituras a fondo porque piensan que ellas les dan vida eterna. ¡Pero las Escrituras me señalan a mí!». (Juan 5.39, NTV)
Como los libros ¿Dónde está Waldo? Si alguna vez te tocó verlos, a veces era fácil encontrar a Waldo en el dibujo, pero a veces no. En mi adolescencia me acuerdo que me frustraba no encontrarlo. A veces le preguntaba a mis amigos: ¿lo encuentras? Se convertía en un trabajo de equipo el tratar de encontrar a Waldo.
Ahora trato de encontrar a Jesús en el Antiguo Testamento, trato de encontrar la cruz, la gracia, sus promesas.
Empecemos a leer con ojos nuevos este maravilloso libro.

5 LECTIO. Un libro maravilloso

Me tomó mucho tiempo descubrir que no todos experimentamos a Dios de la misma manera. Lo tardado de mi descubrimiento se debió a que, como casi todos, crecí en una iglesia que era unidireccional en el tema de la espiritualidad y el crecimiento espiritual.
Me enseñaron que todos deben danzar cuando llega el tiempo de la alabanza, todos deben alzar la voz cuando oran y todos deben ser expresivos. El problema es que hay gente que se siente incómoda al danzar, hay gente que no le gusta alzar la voz cuando ora y no porque sean apáticos o rebeldes, sino porque no es parte de su temperamento.
En su mayoría, los líderes influyentes de la iglesia en Latinoamérica son de personalidad tipo A. Este tipo de personalidad es necesaria para establecer visión e impulsar crecimiento, pero cuando nuestra personalidad es de tipo A, o colérico sanguíneo, las expresiones de tipo emocional que antes mencioné son muy naturales, y se nos olvida que no toda la gente es así.
Muchos ceden a la presión que los líderes ejercen sobre ellos y hacen todo lo que se les pide. Tratan de ser expresivos y emocionales, pero en su mayoría, estas personas no se sienten sinceras.
Por supuesto que estoy de acuerdo en que todos debemos hacer un esfuerzo por dejar un poco nuestra área de confort e intentar cosas nuevas, pero esto no significa que la persona cambiará su temperamento. Dios nos dio nuestro temperamento con un propósito y debemos descubrir cuál es. La contribución que las personas pueden hacer a la iglesia será más rica cuando fluyen dentro de su temperamento.
Lo más lamentable de esta forma de llevar la vida espiritual y la adoración es que muchas personas no creyentes que llegan a nuestras reuniones, jamás regresarán porque no se pueden ver a sí mismas haciendo lo que todo mundo hace.
La iglesia se ha convertido en un ejército de personas que visten, piensan, cantan, adoran y oran de la misma manera. Al desarrollar este tipo de iglesia estamos menospreciando la inmensa creatividad de Dios. Dios nos hizo distintos, y debemos practicar la vida espiritual de distintas maneras. En el tema de la espiritualidad Dios no está en contra de la individualidad, aunque tal vez sí esté en contra del individualismo.
Muchos me han escuchado decir que cuando yo era un adolescente rechazaba mi forma de ser. Yo era introspectivo, un poco introvertido y hasta tímido. Quería ser como eran algunos de mis amigos; alegres y divertidos. Durante un tiempo en la escuela me convertí en un payaso bromista, pero yo sabía que no estaba siendo sincero. Solo estaba imitando a mis amigos. Por mucho tiempo rechacé mi temperamento hasta que un día me di cuenta de que los dones y el llamado que Dios tenía para mí iban a fluir a través de mi temperamento, y empecé el proceso de aceptarme tal y como Dios me había hecho. Algo muy interesante empezó a suceder, un río de canciones empezó a surgir dentro de mí. Lo que sucedió fue algo muy simple, acepté mi temperamento de músico. Como tal, soy melancólico, introspectivo y hasta bohemio, y al aceptarlo, el don de Dios de la música empezó a fluir en mí.
Los melancólicos aman la introspección y se sienten incómodos con la falta de sinceridad. La iglesia a veces rechaza este temperamento como demasiado emocional y hasta depresivo. Es cierto que un temperamento de músico sin carácter puede llevarte a la depresión, pero cuando está bajo el control del Espíritu Santo puede ser de mucha bendición, solo tienes que leer un poco los salmos introspectivos de algunos músicos de la antigüedad, para darte cuenta de esta verdad.
El entender mi temperamento y aceptarlo me ha llevado a ser mucho más tolerante y comprensivo con otras personas, pero a la vez me ha ayudado a abrir mi perspectiva en cuanto a la espiritualidad. No todos experimentan a Dios de la manera en la que yo lo hago y no todos crecen igual en el tema de la espiritualidad.
Mis hijos son muy diferentes en sus temperamentos. Mi hijo Adrián es artístico como yo, pero su apreciación por el arte es mucho más profunda que la mía. Disfruta singularmente la música clásica. Desde que era un niño aprendió a apreciar el arte. Cuando teníamos oportunidad de visitar museos, los disfrutaba intensamente. Siempre salíamos de los museos con algún libro de pinturas de Leonardo Da Vinci o algún otro pintor famoso. Otra característica de mi hijo es que es un pensador. Desde pequeño, devora todo tipo de lectura. Lee de todo, y cuando era adolescente a veces me preocupaba lo que leía. Era común encontrar entre sus muchos libros autores con ideas radicales y anticristianas. Cuando tenía dieciséis años habló conmigo y me dijo que estaba dudando de todo. Empezó a dudar de Dios, de la Biblia y de la iglesia. Cuando me lo dijo, lo hizo llorando, sentía que estaba traicionando a su mamá y a mí, pero mi respuesta fue que no se preocupara, que me daba mucho gusto que estuviera dudando porque eso significaba que estaba a punto de independizar su fe. Que ya no creería porque nosotros creíamos, y que su fe iba a ser personal y de fuertes convicciones. Con el paso de los años superó sus dudas más importantes y creció en su relación con Dios, pero me doy cuenta de que él se acerca a Dios a través de los libros. Los argumentos de filósofos que tal vez asustarían a algunos, a él lo retan y lo llevan a afirmar su fe. Él ahora reconoce que sus dudas han agigantado a Dios en su vida.
EN EL TEMA DE LA ESPIRITUALIDAD DIOS NO ESTÁ EN CONTRA DE LA INDIVIDUALIDAD, AUNQUE TAL VEZ SÍ ESTÉ EN CONTRA DEL INDIVIDUALISMO.
Los artísticos encuentran a Dios en una melodía y una pintura. Henri Nouwen escribió El regreso del hijo pródigo inspirado en el cuadro de Rembrandt, «El hijo pródigo».
Los artísticos crecen espiritualmente a través de expresiones de arte. Muchas personas artísticas se sienten incómodas con expresiones emocionales fuera de control. Si tú eres una de ellas, acepta tu temperamento y canaliza tu espiritualidad de esa manera, no cedas a la presión de ser como los demás. Nunca ha sido la intención de Dios que tú te conviertas en una copia de los demás. Él quiere que tengas el carácter de Cristo, pero que continúes siendo tú. El tratar de ser como los demás, es una afrenta a la creatividad de Dios.
Por otra parte, tengo dos hijas que también se acercan a Dios de una manera distinta. Mi hija Jaanai nunca quiso seguir nuestra inclinación por la música. Siempre ha tenido una profunda inclinación por las misiones y la justicia social. Desde niña nos hizo saber que cuando fuera grande iba a ir a las misiones. En los últimos años ha estado tomando sus primeros pasos en el tema de las misiones con viajes a la India y Tailandia y muy pronto al África. Ella crece espiritualmente cuando se trata de ayudar a los demás. Nunca la he visto danzar; al menos que se trate de hacer un viaje misionero, entonces, su corazón danza.
Mi hija menor es de temperamento artístico. Como mi hijo Adrián, mi hija Melissa toca piano, guitarra y escribe canciones. Ama cantar, ama hacer música, ama estar en público, es extrovertida y lo hace de una manera muy natural, ama a las personas, se siente incómoda en el silencio, y las relaciones interpersonales son su alimento. Ella crece espiritualmente relacionándose con los demás. Le caracterizan la compasión y la empatía.
Hay personas que podrían ser catalogadas como místicas. Son personas con sensibilidad acentuada. Son las que hablan de tener una comunión especial con el Espíritu Santo, tienen sueños y visiones. Su forma de adorar puede ser extraña.
En una ocasión nos encontrábamos en una reunión donde había muchos místicos y algunos seudo místicos. Los no místicos sentían la presión de experimentar lo que los demás experimentaban, y los místicos presionaban para que todos sintieran lo que ellos sentían. Alex Rodríguez, nuestro ingeniero de sonido, es un hombre que ama a Dios con todo su corazón, es honesto, fiel, íntegro, compasivo, pero también es analítico. Es de esos que aman leer manuales sobre cómo operar aparatos que a la mayoría nos hacen perder la paciencia. Tan seguro estoy de su relación con Dios que metería las manos al fuego por él. En esta reunión, él estaba respetuosamente viendo todo lo que sucedía a su alrededor cuando un líder que quería que todos experimentaran a Dios a su manera, se acercó a Alex y lo llevó a otra área del salón en el que estábamos. Le pidió que se parara en cierto lugar y le preguntó: «¿Sientes el viento?», haciendo referencia al viento de Dios; Alex tímidamente le respondió que no lo sentía, pero esto no le satisfizo al líder místico, así que lo movió un par de metros más y le hizo la misma pregunta: «¿Sientes el viento?», de nuevo Alex le respondió que no. El líder empezó a impacientarse y lo movió un par de metros más y de nuevo le hizo la pregunta: «¿Sientes el viento?». A estas alturas Alex se sentía muy incómodo por tanta presión, y para detener esa situación tan incómoda le respondió: «Un poquito». Después de esto, el líder se alejó a llevar a otros a sentir el viento. Cuando Alex me contó esta experiencia, me dijo que el único aire que sentía era el aire acondicionado. Recuerdo que nos reímos hasta el llanto.
Estoy convencido de que la adoración del futuro de la iglesia incluirá todos los temperamentos. Hemos hecho de la adoración algo exclusivo, pero debe ser inclusiva. El liderazgo y la iglesia madurarán y darán cabida a todas las expresiones del temperamento en la adoración. Al hacerlo estaremos abriendo las puertas a una adoración no fingida, a una oración honesta y en verdad. Jesús dijo que el padre busca adoradores que le adoren en Espíritu y en verdad, pero adorar en verdad no solamente significa adorar con la teología correcta, también significa adorar con honestidad, no fingiendo algo que no somos.
Entre los discípulos de Jesús había de todo en cuanto a temperamento y maneras de experimentar a Dios. Entre los más cercanos a Jesús está Pedro, Juan y Santiago. Pedro tenía el tipo de personalidad A. A todo le decía que sí, era testarudo y arrojado, pero no nos podemos olvidar que su arrojo lo llevó a cometer errores y emocionarse mucho al punto de prometer cosas que no pudo cumplir. Pedro es recordado entre otras cosas por su cobardía al negar a Jesús cuando había dicho que nunca lo negaría. Jesús apodó a Juan y Santiago como los hijos del trueno porque eran irascibles. Cuando van a la aldea de samaritanos y no les dan posada, regresan pidiendo permiso a Jesús para ordenar que fuego descendiera del cielo y los consumiera. Jesús les dice: «Ustedes no saben de qué espíritu son».
Siempre he admirado el ímpetu de Pedro, y a pesar de sus desaciertos me gusta su pasión y determinación y estoy seguro que a Jesús también le gustaba como era Pedro. De la misma manera he admirado a Juan y Santiago. Siempre necesitas a personas con la visión de estos dos hombres irascibles pero enfocados. Hay otros discípulos que tenían temperamentos muy distintos. Uno de ellos fue Tomás. Él era pragmático, analítico, y sí, también es conocido como el discípulo que dudó, como dudo yo y dudan muchos.
Cuando leo acerca de Tomás y sus cuestionamientos sobre la resurrección, me identifico mucho con él. «Mientras no vea yo la marca de los clavos en sus manos, y meta mi dedo en las marcas y mi mano en su costado, no lo creeré» (Juan 20.25, NTV).
Han sido los hombres que han dudado los que nos han dado los libros de apologética más contundentes.
En el libro La silla de plata, de Las crónicas de Narnia, hay un personaje muy interesante. Era habitante de los pantanos y adecuadamente llevaba el nombre de Charcosombrío. Hacía honor a su nombre porque era un auténtico cascarrabias. Este personaje se quejaba de todo, era analítico y un tanto pesimista. Si Charcosombrío viviera en nuestros tiempos, los pastores lo catalogarían de no correr con la visión y ser negativo. Los médicos le recetarían antidepresivos, pero Charcosombrío fue clave para vencer a la reina malvada por su fidelidad y firmes convicciones.
Me imagino que Tomás, al igual que Charcosombrío, no era apuesto, no era encantador ni simpático, no llamaba la atención como lo hacía Pedro, Juan y Santiago. Los niños en la historia de La silla de plata lo consideraban un aguafiestas que le quitaba lo bueno a toda situación.
Tal vez conozcas personas así. Son creyentes que no le dicen sí a todo, dudan, cuestionan, toman las cosas con calma, se esperan para tomar decisiones. Mark Buchanan en su libro Your God is Too Safe [Tu Dios es demasiado seguro] habla acerca de Tomás, y dice que el problema moderno no es el escepticismo, sino la credulidad, y no podría estar más de acuerdo. Los cristianos modernos están listos a creer todo sin cuestionar nada. Por todos lados escucharás historias de milagros triviales tomando lugar en la iglesia, y la mayoría de la gente los acepta sin cuestionarlos. Como diría Mark Buchanan: «A veces el dudar es meramente insistir en que Dios tiene que ser tomado en serio, no frívolamente. Insistir en que nuestra fe tiene que ser colocada y confirmada por cosas que van más allá de trucos y conjuros» (9)
POR TODOS LADOS ESCUCHARÁS HISTORIAS DE MILAGROS TRIVIALES TOMANDO LUGAR EN LA IGLESIA, Y LA MAYORÍA DE LA GENTE LOS ACEPTA SIN CUESTIONARLOS
Charcosombrío parecía tener un simulador en su mente, que le llevaba a reproducir en esta todas las alternativas negativas posibles. Conozco a muchas personas así. A pesar de su tendencia al negativismo, Charcosombrío se convierte en una persona clave para exponer las mentiras de la bruja y romper su encanto en contra del príncipe. La reina de “bajotierra” trata de persuadir a Charcosombrío diciendo que el mundo bajo tierra es el real, y que Narnia, el mundo de Aslan, no existe, y que no deben obedecerle.
La manera en la que Charcosombrío expone las mentiras de la bruja es usando la misma lógica con la que encontraba lo malo en toda situación buena.
“Soy un tipo que siempre le ha gustado conocer lo peor para luego enfrentarlo lo mejor posible. Así que no negaré nada de lo que has dicho. Pero aun así queda algo más que decir. Supongamos que solo hayamos soñado, inventado todas esas cosas, árboles y pasto y sol y luna y estrellas y el propio Aslan. Supongamos que así fuera. Entonces todo lo que puedo decir es que, en ese caso, las cosas inventadas parecen ser mucho más importantes que las verdaderas. Supongamos que este foso negro que es tu reino sea el único mundo. Bueno a mí se me ocurre que es algo pobre”. (10)
Después Charcosombrío le dice: «Estoy del lado de Aslan, aun si no hay Aslan para dirigirlo. Voy a vivir como un narniano, aun si Narnia no existe». (11)
Qué declaración de fe más extraña, ¿verdad? Creo, aunque lo que creo no sea real, porque me suena más real que la alternativa.
Tomás con todas sus dudas también demostró determinación al seguir a Jesús. Después de que Jesús recibe la noticia de que su amigo Lázaro había muerto, decide ir a Betania. Los discípulos objetaron esta decisión de Jesús y le dicen: «hace muy poco los judíos intentaron apedrearte, ¿y todavía quieres volver allá?» (Juan 11.8, NVI). A pesar de esta objeción, Jesús decide ir. Es entonces cuando aquel que conocemos como el discípulo que dudaba reaccionó así: «Entonces Tomás, apodado el Gemelo, dijo a los otros discípulos: Vayamos también nosotros, para morir con él» (Juan 11.16, NVI). Sin duda que las dudas hicieron de Tomás un hombre de convicciones firmes al igual que Charcosombrío.
En su libro Dios está más cerca de lo que crees, Jonh Ortberg, (12) hablando de las distintas maneras de acercarse a Dios, desarrolla el tema «Sendas espirituales» de una manera más amplia. Lo divide en siete sendas. La senda intelectual, la de relaciones, la senda del servicio, la senda de la adoración, la senda activista, la senda contemplativa y la senda de la creación.
El individualismo es un invento humano, pero la individualidad un invento de Dios.

6 SANTUARIO. Dios esta en la obra de nuestras manos

En cierta ocasión fui a Nashville, Tennessee, a buscar una guitarra que tuviera un sonido «vintage». Necesitaba un sonido metálico y crudo, no tan refinado como el sonido de la guitarra que normalmente usaba. Estaba a punto de encerrarme a escribir canciones y quería un sonido distinto.
Antes de ir a la ciudad investigué acerca de lugares donde podía encontrar la guitarra que buscaba y encontré dos que me parecieron las mejores opciones.
En el primer lugar, nos recibió un vendedor poco amable y me preguntó qué buscaba, traté de explicárselo, pero aún no terminaba de hacerlo cuando me interrumpió abruptamente y me preguntó cuánto quería gastar: «¿Cien dólares? ¿Quinientos dólares?». Haciendo como que no escuché lo que me había dicho, continué con mi descripción, le mencioné un par de marcas de guitarras que tal vez podrían darme el sonido que buscaba. Apuntó hacia una pared cubierta de guitarras y se alejó a atender a otros clientes. Miré la pared donde había guitarras preciosas que oscilaban entre los 500 y varios miles de dólares. Pero no pude seguir viendo. Algo en mí se había apagado y salí de la tienda para encaminarme a otro lugar que nos habían recomendado. Después de manejar por unos minutos llegamos a otro negocio de guitarras.
El lugar era pequeño y antiguo, y un sonido de guitarra se paseaba suavemente por el aire. Nos recibió un hombre de pelo blanco y con mucha dignidad en sus gestos. Después de decirle lo que buscaba tomó una guitarra en sus manos, era una Martin de 1955, la tocaba delicadamente mientras nos contaba la historia de la guitarra, explicando como casi todo en la guitarra era original, excepto un par de piezas que habían sido remplazadas. Me permitió tomar la guitarra en mis manos, pero la trataba como si fuera un bebé, cuidándola para que no le pasara nada.
Ese lugar, más que un negocio de guitarras,
me pareció un santuario,
y el hombre que me atendió, más que un vendedor de guitarras, me pareció un sacerdote.
No era el típico vendedor con prisa de vender y ganarse una comisión y al observarlo me di cuenta de que disfrutaba profundamente lo que hacía, que tenía un amor inmenso por su profesión y un respeto notable por las guitarras que forraban una esquina del pequeño negocio.
Al conversar con él, me percaté de que hablábamos en volumen bajo y tono suave, como si estuviéramos en presencia de algo sagrado, algo sublime, y ahora entiendo que sí lo estábamos.
Llegó la hora de comer, el negocio cerró, y aproveché para ir a otra tienda de guitarras, de nuevo me encontré con guitarras preciosas, pero mi corazón ya estaba decidido, regresaría a la tienda donde estaba la guitarra Martin de 1955.
Más tarde regresé y compré la guitarra. Con ella escribí la mayoría de las canciones del disco «Soplando Vida». Ahora la guitarra está en mi cuarto de oración.
Un santuario es un lugar donde habita lo sagrado, un lugar donde se respira respeto y reverencia porque Dios está presente. Son lugares que provocan algo dentro de nosotros, nos llevan a entender mejor la vida y ser mejores.
Uno de los salmos de Asaf habla de los cuestionamientos que tenía acerca de la prosperidad de los impíos, cómo sin preocupación alguna acumulaban riquezas sin considerar a Dios. Asaf comparaba su propia vida con la vida de los impíos que prosperaban, y sentía que era en vano todo lo bueno que hacía. El salmista decía que pensar en todo esto era muy duro para él, pero de repente le da un giro de 180 grados a su soliloquio y agrega: «Hasta que entrando en el santuario de Dios…». Ah, con estas palabras se acaba la necesidad de tener una respuesta teológica a nuestros cuestionamientos. Las respuestas salen sobrando, pierden importancia. Cuando cruzamos el umbral que nos lleva al santuario, la paz que nos inunda sobrepasa todo entendimiento.
Los santuarios lo cambian todo.
Cambian la atmósfera.
Cambian nuestro estado mental.
«Hagamos tres enramadas» (Marcos 9.5), dijo Pedro cuando el monte en el que estaban se convirtió en un santuario. Aquí me quiero quedar, aquí me siento seguro. Los santuarios son lugares de refugio donde nos sentimos seguros.
Cuando David huye de Saúl, está luchado por sobrevivir, sabía que en cualquier momento le podían quitar la vida. Muchos de los salmos que hablan de confianza fueron escritos por David en estos días difíciles de persecución. En su huida, David encuentra refugio en el santuario en Nob, donde Abimelec era el sacerdote y allí es alimentado de pan. El pan consagrado, el pan de la presencia.
CUANDO CRUZAMOS EL UMBRAL QUE NOS LLEVA AL SANTUARIO, LA PAZ QUE NOS INUNDA SOBREPASA TODO ENTENDIMIENTO.
Además de haber llegado con hambre, David también había llegado al santuario sin espada, y le pide una al sacerdote. Abimelec le responde que la única espada que tenía era la del filisteo Goliat, y David la toma diciendo que no podía haber otra mejor. Cuando David sale del santuario, ha sido fortalecido físicamente y lleva en sus manos la espada de Goliat. Una espada que representaba el respaldo de Dios a su vida.
En el santuario, Dios nos recuerda nuestras victorias y recobramos la confianza.
Cuando tenía dieciocho años noté unas manchas en mi cara, no les di mucha importancia pensando que se me iban a quitar, pero las manchas empezaron a crecer y cubrir parte de mi cara. No eran solo manchas, eran pequeñas protuberancias que se estaban volviendo muy obvias. Como adolescente, esto me afectaba mucho. Era la edad en la que me sentía conquistador, y esto truncaba mis intentos de conquista. Fui a ver un dermatólogo y me tuvo que hacer una biopsia. Las muestras fueron enviadas a una universidad en Estados Unidos para su análisis, y después de un mes regresé para recibir los resultados. La noticia no fue buena. El médico me dijo que tenía un liquen plano que se me iba a esparcir por toda la cara y partes del cuello. Continuó hablando y diciendo que no había cura para esta enfermedad, solo tratamientos que tal vez ayudarían un poco con la inflamación, pero yo ya había dejado de escuchar. La noticia fue devastadora. ¿Qué voy hacer? ¿Qué va a pasar conmigo? Salí del consultorio médico, empecé a caminar por la calle y no podía contener mis lágrimas. Al caminar pasé frente a una iglesia y, sin pensarlo, entré buscando refugio en un santuario. Caminé hacia la parte de enfrente donde estaban los reclinatorios, me hinqué y lloré por mucho tiempo delante de Dios; las palabras no salían de mi boca con mucha claridad, pero mi corazón hablaba con mucha elocuencia. Estaba buscando refugio y sanidad. Esto sucedió durante el verano mientras estaba de vacaciones de la escuela.
En septiembre regresé a la escuela y continué con mi ritmo normal de vida. Vivía en la escuela y compartía el dormitorio con otro estudiante. Cada mañana cuando iba al baño y me paraba frente al espejo veía claramente mis manchas porque había una ventana enorme sobre el espejo que iluminaba muy claramente mi rostro.
Después de un mes decidí ir con otro médico. Le llevé los resultados de la universidad, me examinó y me dijo que el diagnóstico estaba equivocado, que no le importaba qué universidad lo había dicho, que yo solo tenía unas verrugas planas juveniles. Me recetó un ácido y me dijo que alguien me lo tenía que aplicar con mucho cuidado porque me iba a quemar las protuberancias. Me advirtió: tu cara quedará totalmente cicatrizada.
Regresé a la escuela, puse la receta sobre el librero en mi dormitorio y me fui a clases. La mañana siguiente me levanté con la intención de ir a la farmacia y comprar el ácido, pero no encontré la receta. Fui a buscar a mi compañero de cuarto y le pregunté si la había visto y me dijo que no. La busqué detrás del librero, debajo de la cama, en el cesto de la basura, salí a donde llevaban toda la basura de la escuela, me metí a los contenedores buscando la receta y no la encontré. Decidí regresar con el médico para que me diera una nueva receta. Llegué a la puerta del consultorio y antes de entrar tuve un pequeño destello de esperanza: el primer diagnóstico estaba equivocado, ¿qué tal si este segundo diagnóstico también lo estaba? ¿Qué tal si Dios me está sanando y no quiere que tenga mi cara cicatrizada? Regresé a la escuela y continué con mis actividades normales. Una mañana como todas fui al baño y no me vi en el espejo, me incliné a mojar mi cara, cuando la levanté para verme en el espejo mientras el agua me escurría hasta el cuello, lo noté: mi cara estaba totalmente limpia, no había manchas, no había protuberancias, no había nada.
La luz que se filtraba por la ventana se convirtió en la luz de Dios. Había estudiantes en las regaderas bañándose, había olores y ruidos extraños por todos lados. De nuevo empecé a llorar como lo hice el día en que me metí a la iglesia y lloré frente al altar, pero esta vez era de agradecimiento a Dios. El baño donde estaba se convirtió en un santuario.
Tradicionalmente se relaciona la palabra «santuario» con la palabra «iglesia» o el lugar donde la gente se congrega para adorar, pero hay una generación emergente que está descubriendo un santuario en su lugar de trabajo, en su escuela, en la casa donde viven y hasta en el baño. Dios está presente en su creación, declara el poeta/profeta: «Toda la tierra está llena de su gloria» (Isaías 6.3).
El libro de Job declara que en cada ser humano está el soplo de vida del omnipotente.
Este sentido de la inmanencia de Dios en toda la creación era algo que los hebreos entendían muy claramente: «¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (Salmos 139.7).
Esta forma de pensar la ha perdido el creyente moderno. Hemos encerrado a Dios en las cuatro paredes de un templo, pero Dios está en todas partes y el mundo entero es un santuario.
Él está en las manos del artesano que con amor y dedicación construye algo, está en las manos del trabajador que recoge la cosecha del café, y cada mañana cuando abro la bolsa de café, lo huelo, lo muelo, lo pongo a filtrarse y disfruto el primer sorbo, me doy cuenta de que la actividad más ordinaria se puede convertir en un acto profundo de adoración.
Como el vendedor de guitarras, nuestro lugar de trabajo debe convertirse en un santuario porque todos hemos sido ungidos para el trabajo que hacemos. Eugene Peterson nos dice en su libro Leap Over a Wall: «En los textos bíblicos ser ungido significa que Dios te dio un trabajo. Significa empleo. Se nos está diciendo que hay un trabajo para hacerse, nos ha asignado un trabajo y lo podemos hacer». (15)
Jesús fue ungido para su trabajo, David fue ungido para el suyo y después se va al palacio del rey a trabajar como escudero y a tocar el arpa.
El ser ungido para el trabajo no se limita al trabajo «espiritual».
El autor de Éxodo extiende la unción a trabajos que nosotros consideramos seculares. «El Señor ha nombrado a Bezaleel hijo de Uri […] y lo ha llenado del Espíritu de Dios, en sabiduría en inteligencia, en ciencia y en todo arte, para proyectar diseños, para trabajar en oro, en plata y en bronce, y en la talla de piedras de engaste, y en obra de madera, para trabajar en toda labor ingeniosa» (Éxodo 35.30–33). Hay personas que menosprecian su trabajo porque no lo ven como algo espiritual. Muchos interpretan el pasaje de Lucas 5: «Os haré pescadores de hombres» como si Jesús estuviera devaluando el trabajo físico y exaltando el trabajo espiritual, pero no es así. Jesús les dijo esto a sus discípulos después de haberlos llevado a tener una pesca abundante, una pesca llamada milagrosa. Con ese milagro, Jesús dignificó la obra de pescador y hay que notar que Jesús comía y disfrutaba el pescado.
Lo que Jesús proponía tiene que ver con llamado, con vocación, y no con diferenciar entre el trabajo espiritual o el secular.
La raíz de la palabra «vocación» es «voz». La voz de Dios le dice a nuestro Espíritu, a veces desde muy temprana edad, cuál es nuestra vocación y luego nos unge para ella. Muchos desde pequeños sintieron el llamado a las misiones, a la medicina, a la música, a la arquitectura, a la docencia o a las matemáticas. Dios necesita doctores, como necesita pastores; Dios necesita arquitectos como necesita músicos. Puede ser que hayas sido ungido para ser maestro, enfermera, mecánico, carpintero, médico, artesano, cocinero. Haz de tu cocina, de tu salón de clases, de tu taller, un santuario.
NUESTRO LUGAR DE TRABAJO DEBE CONVERTIRSE EN UN SANTUARIO PORQUE TODOS HEMOS SIDO UNGIDOS PARA EL TRABAJO QUE HACEMOS.
En estos días mucha gente no tiene trabajo, y los que lo tienen no están contentos, no están satisfechos. Solo el cuarenta y cinco por ciento de las personas están satisfechas con su trabajo y al cincuenta y cinco por ciento no les gusta lo que hacen. Muchos sueñan con la jubilación y actúan como si el trabajo fuera una prisión a la que han sido condenados, esperando ser liberados. Muchas empresas, entendiendo esta actitud en los empleados, luchan de diferentes maneras por traer satisfacción a sus empleados construyendo gimnasios, dando clases de yoga, facilitando cosas, como guarderías y cafeterías modernas. Pero todo esto parece ayudar muy poco, la gente sigue insatisfecha. No les gusta su trabajo.
Si les preguntas a las personas qué es lo que las hace felices, muy pocas hablan del trabajo como una fuente de felicidad. La mayoría sueña con ganarse la lotería, tener una casa de verano o casarse con la persona de sus sueños. Luego están aquellos que simplemente no les gusta el trabajo, como Jaimito el cartero, personaje del Chavo del Ocho. Jaimito era proveniente de una hermosa ciudad llamada Tangamandapio y trabajaba como cartero; en su ruta le tocaba el vecindario del Chavo del Ocho, pero al parecer nunca repartía las cartas como debía, y cuando lo confrontaban con una situación de trabajo contestaba con su frase celebre: «Es que quiero evitar la fatiga».
Hay personas a las que no les gusta el trabajo y quieren dedicarse al ministerio, pero no funciona así. A Martín Lutero se le atribuye la siguiente declaración: «La mujer que barre la cocina, esta haciendo la voluntad de Dios como el monje que ora, no porque canta un himno mientras barre, pero porque a Dios le gustan los pisos limpios. El zapatero hace su labor cristiana no porque le pone pequeñas cruces a los zapatos, sino porque hace buenos zapatos y a Dios le gusta el oficio de zapatero».
El trabajo dignifica, nos da valor y propósito. Nos lleva a proveer para los nuestros.
Os Guiness en su libro El llamado, cuenta la historia de Lucrecia, una madre joven y viuda que vivía en Escocia, en los 1800. Lucrecia perdió la esperanza por lo difícil que eran las circunstancias para ella, y un día oscuro se fue al río para arrojarse a él y quitarse la vida. Pero mientras ella estaba parada en el puente, de donde pensaba arrojarse, vio un campo de siembra que estaba del otro lado del río, y en este campo vio a un hombre joven que trabajaba la tierra. Trabajaba la tierra con tanto cuidado, destreza y concentración que ella se vio absorta en este cuadro. Su fascinación se convirtió en asombro y su asombro en agradecimiento, y su agradecimiento le dio un sentido de propósito. Se levantó de ese lugar, se fue y vivió una larga y productiva vida.
Necesitamos cambiar nuestra perspectiva para hacer de nuestro lugar de trabajo un santuario.
Dios está en la obra de nuestras manos.
Haz bueno lo que el enemigo ha querido hacer malo. Regrésale su verdadero valor. Redímelo para Dios. Toma la obra de tus manos, levántala hacia Dios, ofrécela con sinceridad. Menciona las maneras en que tu trabajo te ha bendecido, ha provisto para ti y te ha permitido ser de bendición. Ora por los que trabajan contigo, tu patrón o tus empleados, tus colegas, tus clientes. Haz de tu lugar de trabajo un santuario. Mira las cosas que tienes y que tu trabajo ha provisto. La ropa que usas, los zapatos que traes puestos, la comida que tienes en el refrigerador o en la alacena, la mesa en la que comes, el coche que conduces, aunque no sea mucho es mejor que nada. Dile al Señor gracias porque hay comida para dar en esta casa. Te doy gracias porque pude pagar el recibo de electricidad, el recibo del agua.
Que nuestra oficina, nuestra casa, nuestro jardín, se conviertan en un santuario.

7 ARTE. La expresion creativa de Dios en nosotros

Una canción que me libera, un poema que me enamora, una película que despierta mi conciencia, una pintura que me transporta, un libro que me cambia.
Las expresiones de arte revelan la imagen misma de Dios en el ser humano. Fuimos creados a su imagen y llevamos el gen artístico de Dios hasta la médula.
Nadie puede pintar un atardecer como lo hace Dios.
Nadie puede crear una sinfonía como lo hacen los animales de la selva al nacer el día.
Nadie puede escribir un poema de amor como el que se escribió en la cruz.
Dios crea de la nada todo lo que existe. Como un artista, Dios utiliza sus manos y sus dedos para darle forma al universo. «Cuando contemplo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que allí fijaste», dice el salmista en Salmos 8.3 refiriéndose al arte de Dios.
Cuando Dios remueve de Adán la costilla que usaría como material para crear a la mujer, el autor de Génesis dice que Dios formó a la mujer. Como un artista, como un escultor, Dios crea a la mujer y la trae al hombre. La obra de las manos de Dios deja sorprendido a Adán y profiere palabras que muestran su aprobación, su satisfacción. Palabras que terminan convirtiéndose en la base para la relación de la pareja (Génesis 2.23–24).
Al terminar cada una de las obras de la creación, como un artista Dios mira, evalúa, lo que acaba de crear. Vez tras vez, dice el autor de Génesis, repite la reacción de Dios. «Dios miró todo lo que había hecho, y consideró que era muy bueno» (Génesis 1.31, NVI).
No sé si será mi temperamento melancólico de músico, pero desde que tengo uso de memoria he sido arrebatado por expresiones de arte. Han sido innumerables las veces que fui sobrecogido al ver un cuadro, al leer un poema o al escuchar una poesía hecha canción. En muchas ocasiones terminé de leer un libro y no pude evitar el llanto, y no, no eran necesariamente libros cristianos. Al visitar museos de arte o al pensar en el arte en general es muy fácil darse cuenta de que a través de la historia, el arte fue producido en su mayoría por personas de fe. Me suena lógico que mientras más cerca estás de Dios, más creativo serás, pero algo sucedió con el arte y los cristianos. De repente se empezó a pasar el arte por un filtro de supuesta espiritualidad por el que muy pocas cosas pueden pasar, y el arte empezó a ser rechazado.
El único arte que realmente se acepta en la iglesia es la música, pero la música cristiana dista mucho de ser arte o por lo menos arte relevante. La mayoría de los músicos dentro de la iglesia sienten una presión enorme por complacer a sus líderes que cada día los empujan a crear solo cierto tipo de música. Como los pastores son los dueños de las plataformas donde los músicos pueden exponer su música, la música como arte se ha visto empobrecida.
Esto no es nada nuevo. En el curso de los años ha habido muchos músicos que dejaron la iglesia para poder expresar su arte ya que una de las características del arte es la honestidad.
Cuando eres presionado a cierto tipo de música, pierdes la honestidad. Hay tanta música en la iglesia que carece de honestidad. Como músico siempre sentí la presión de hacer lo que los líderes querían que hiciera, y por algún tiempo lo hice. Durante ese tiempo había en mí una ambivalencia, hacía canciones que expresaban mi sentir, y estas eran canciones que normalmente la gente abrazaba; pero a la vez hacía canciones que sentía que tenía que hacer, y estas no trascendían. Un día decidí crear desde el corazón y honestamente. La respuesta de la gente fue impresionante. Nuestra música empezó a trascender. El beneficio más grande a nivel personal fue sentir que había dejado de pretender, sentir que de mis labios y mi corazón estaban surgiendo honestidad y verdad. Parece que la gente también lo empezó a sentir así. Nuestro ministerio creció de una manera que no esperaba. Los conciertos a los que iban tres mil personas aumentaron a treinta mil.
Por supuesto que esto no sucedió sin las críticas de aquellos que quieren encajonar la música. Los súper espirituales. Aquellos que a todo lo que no suena como la música que les gusta, le llaman «fuego extraño». Las críticas suenan todas iguales: «Tienes que hacer alabanza y adoración más congregacional». «Tienes que mencionar más el nombre de Jehová en tus letras».
Me pregunto cuánto arte ha quedado sin surgir porque nosotros como iglesia lo truncamos. Me pregunto cuántos jóvenes con talentos se apagaron y «colgaron sus arpas».
LA MAYORÍA DE LOS MÚSICOS DENTRO DE LA IGLESIA SIENTEN UNA PRESIÓN ENORME POR COMPLACER A SUS LÍDERES QUE CADA DÍA LOS EMPUJAN A CREAR SOLO CIERTO TIPO DE MÚSICA.
A. W. Tozer en su libro La búsqueda de Dios dice que la voz creativa de Dios, esa voz que se escuchó al principio de la creación, esa voz que dijo, sea la luz, esa voz que dijo, sepárese la luz de las tinieblas y produzca el mar seres vivientes, se sigue escuchando a través del universo, a través de nuestro planeta y la creación entera, y aquellos que se disponen pueden escucharla.
“…todo lo bueno y bello que hay en el mundo, producido por el hombre, es el resultado de su falaz y pecaminosa respuesta a la Voz creativa que resuena por toda la tierra. Los filósofos moralistas, que soñaron sueños de virtud; los pensadores religiosos, que especularon acerca de Dios y la inmortalidad; los poetas y artistas, que crearon de la materia común obras de imperecedera belleza, ¿cómo se pueden explicar? No es suficiente con decir «Se trata del genio». ¿Qué es el genio? El genio podrá ser un hombre perseguido por esa Voz, que trabaja afanándose como un poseído, por ver si logra alcanzar un fin que vagamente comprende. El hecho de que el genio, sea hombre o mujer, no crea en Dios, y aún hable o escriba en contra de él, no contradice lo que estoy diciendo”. (16)
Esa voz que aún se sigue escuchando es la voz creativa de Dios que nos lleva a amar, a sentir compasión, a soñar, a crear música, a hacer arte.
En muchas ocasiones he estado con algunos de mis músicos escribiendo y de repente surge una melodía, una canción. Sabes que cruzaste el umbral de la creatividad. Se te eriza la piel, sabes que algo extraordinario acaba de suceder, te conectaste con esa voz creativa.
Realmente no puedes tomar demasiado crédito por lo que acaba de suceder, el único crédito que puedes tomar es el de haber sido sensible a esa voz creativa de Dios.
Esa voz creativa de Dios puede ser escuchada por todos, no es propiedad de la iglesia. Si pones atención, podrás oír la voz creativa de Dios al escuchar una sinfónica, al contemplar un dibujo. Como vimos anteriormente, Henri Nouwen escribió el libro El regreso del hijo pródigo después de haber visitado la ex Unión Soviética, donde tuvo el privilegio de sentarse un par de días frente al cuadro de Rembrandt «El hijo pródigo».
Así describe Nouwen su primer encuentro con el hijo pródigo de Rembrandt:
“Estaba maravillado por su majestuosa belleza. Su tamaño, mayor que el tamaño natural; sus abundantes rojos, marrones y amarillos; sus huecos sombreados y sus brillantes primeros planos, pero sobre todo, el abrazo de padre e hijo envuelto de luz y rodeado de cuatro misteriosos mirones…su grandeza y esplendor hacían que todas las demás cosas pasaran a un segundo plano. Me dejó completamente cautivado. Realmente, estar allí era volver a casa”. (17)
Nouwen describe en su libro infinidad de detalles del cuadro de Rembrandt. La diferencia entre la mano derecha e izquierda del padre. Una parece ser masculina y la otra femenina. Esto lleva a Nouwen a dar una descripción de Dios como padre y madre. También hace énfasis en las sandalias sucias y viejas que el hijo pródigo trae puesto y cómo el andar descalzo significa pobreza y esclavitud.
El arte comunica sin palabras, cuenta historias. Los cielos cuentan la historia de la creación, el firmamento proclama el mensaje de la magnificencia de Dios. El salmista dice que ese mensaje es dado sin palabras, sin el uso de un lenguaje conocido, sin una voz que se pueda percibir, pero aun así, esas palabras resuenan por los confines del mundo. Pablo extiende este tema de la voz de Dios a través del arte de la creación diciendo que aun aquellos que nunca han escuchado el mensaje de salvación no tienen excusa, porque lo invisible de Dios se hace visible a través de todo lo que Dios creó.
Mi hijo Adrián tiene un blog en el que publica un poco de todo. En uno de sus blogs habla acerca del arte, específicamente del cine y la música, y con su permiso les comparto lo que escribió:
“Hace algunos años, como habíamos estado viajando juntos, un amigo y yo hablábamos con bastante frecuencia. Nos sentábamos y hablábamos acerca de las cosas más absurdas, más cómicas y sin sentido que alguien se puede imaginar. Me reía tanto que pensaba que me iba a morir, pero a veces hablábamos de cosas serias como la fe, la música, y las chavas.
Entonces tomó lugar una conversación que ahora trataré de proveer para ti en formato de guión”.
Adrián y su amigo están sentados en el último asiento de una furgoneta. Adrián se quita los audífonos para hablar.
Adrián: Me encanta esta pieza musical, me gustaría incorporar algo así en la música que yo hago.
Amigo: Sí, está muy padre.
Adrián: ¿Sabes? La música es muy importante, es realmente un milagro.
Amigo: Ya sé lo que quieres decir, pero hay algo más importante.
Adrián: ¿Qué es eso?
Amigo: La letra, la letra es la parte más importante de la música.
Adrián: No estoy seguro de eso.
Amigo: Creo que cuando crezcas lo entenderás.
Han pasado cuatro o cinco años desde que tuvimos esa conversación, y, o yo no he crecido, o hay más acerca del tema de la música de lo que la gente piensa.
Es curioso cómo a veces encuentras trozos de las cosas más significativas de la vida en los lugares menos esperados. Muchos milagros se encuentran escondidos en esquinas de la vida que aún no han sido descubiertas.
La música original de Harry Potter y el príncipe mestizo de Nicholas Hooper.
Pieza 17: Adiós Aragog
Después de haber escuchado esta pieza, se reprodujo por sí sola una y otra vez dentro de mí y cambió todo. Déjame explicarlo.
En ocasiones, una melodía me atrapa. La escucho en mi mente todo el día. Esa melodía se reproduce con la majestuosa realidad de la vida. Te coquetea y danza contigo.
La gente y los lugares guardan dentro de ellos la belleza del tiempo y el espacio, la evidencia maravillosa de la mano de Dios en el espíritu de la tierra. Todos tienen una melodía que sufre dentro de ellos, no siempre es una melodía de dolor o profunda pena, sino un dolor de anhelo, de esperanza y gozo.
No todos tienen la capacidad de tocar estas melodías internas, aunque conozco a personas que son como instrumentos vivientes que reproducen las melodías más nostálgicas y bellas con el hecho de simplemente vivir.
Lo hacen sin cantar,
sin notas musicales.
Pero cuando encuentras esta melodía milagrosa,
es tan similar a la que tienes en tu corazón que resuena en el centro más profundo de tu alma.
Un dúo, perfecto en armonía.
Te quita un gran peso de encima.
Alguien se siente como tú.
Lo que tu alma desesperadamente necesitaba cantar, te es cantado de vuelta.
Y sientes paz.
Dios te está cantando.
Dios te está cantando a través de las melodías de su creación.
Nosotros. Nicholas Hooper.
Y ese, damas y caballeros es el milagro de la música.
Anoche hablé con mi amigo acerca de mi nueva perspectiva acerca de la música. Me dijo: es cierto, ¿y sabes qué? Es muy parecido a cuando conoces a tu alma gemela. Ella viene a ti cantando la melodía de tu propia alma.
¡Ah!
Eso es bello, ¿verdad?
Mi amigo recientemente tuvo una bebé, así que le pregunté: ¿qué tipo de melodía te canta tu hija Zoe?
Me dijo: «Me canta una melodía que me recuerda que me puedo volver a enamorar todos los días».”
Estoy totalmente de acuerdo.
MUCHOS MILAGROS SE ENCUENTRAN ESCONDIDOS EN ESQUINAS DE LA VIDA QUE AÚN NO HAN SIDO DESCUBIERTAS.
De todas las canciones que he escrito a través de los años, la canción que más reacción ha provocado es «Princesas mágicas» que escribí para mis hijas. Curiosamente esta canción no está dirigida a Dios, menciono a Dios ligeramente, pero es una canción que habla de mis hijas.
Aunque parezca absurdo, hay muchos cristianos que han criticado esta canción, por el simple hecho que utilizo la palabra mágica.
En las últimas décadas muchas personas en la iglesia se han vertido en contra de todo. En contra de Hollywood, el cine, las caricaturas, la música, la navidad, y la lista continúa. Dicen que el diablo está en La bella y la bestia, en La cenicienta, en Blancanieves.
¿Por qué será que los cristianos tan fácilmente encuentran al diablo en todo, pero difícilmente encuentran a Dios? ¿No dijo el profeta/poeta que toda la tierra está llena de la gloria de Dios?
Hay personas que rechazan los libros de C. S. Lewis porque hablan de brujas y encantos, duendes y magia pero millones de personas han encontrado a Dios en ellos. A mí, siempre me ha sido fácil encontrar a Dios en las películas, en Hollywood, en los cuentos y las historias de héroes y hasta en Santa Claus.
Un mes de diciembre estaba sentado en la sala de mi casa viendo la película de Will Ferrell, «Duende», y no pude evitar llorar cuando el niño anuncia en Central Park que la razón por la que el trineo de Santa Claus no volaba era porque la gente había dejado de creer en él, y a medida que un niño empieza a leer el libro de Santa Claus, donde están escritas todas las cosas que la gente le había pedido, la gente empieza a creer y el trineo vuelve a volar. Llámame simple o inocente pero, ¿no es así la oración? ¿No es nuestra fe y nuestra oración las que hacen que la mano de Dios se mueva?
Debemos dejar que nuestros niños llenen su imaginación de magia, de hadas madrinas y héroes, esto los acercara a Dios. De niño creía en Santa Claus, en Superman y en el ratón que me traía dinero cuando se me caía un diente y lo ponía debajo de mi almohada. Ahora que soy grande no creo en ninguno de ellos, pero todos ellos de alguna manera me invitaron a creer, me iniciaron en el campo de la fe y finalmente me dirigieron a Dios. ¿Por qué privar a nuestros hijos de una imaginación que los llevará a Dios? ¿Por qué privarnos nosotros de imaginar y encontrar a Dios en el arte?

8 COMUNIDAD. El grito interior

En nuestro ADN está entretejido el deseo de relacionarnos con los demás y vivir en comunidad. Instintivamente buscamos pertenecer a algo. Los adolescentes que ceden a la presión negativa de los amigos lo hacen porque quieren pertenecer y ser aceptados, aun los jóvenes que se unen a pandillas están demostrando su necesidad de relacionares y vivir en comunidad. En las escuelas los que no se relacionan o no pertenece a algún grupo son considerados «loosers» y las redes sociales han puesto en evidencia lo que la madre Teresa llamó «la lepra moderna»; la soledad y la necesidad de ser aceptados. Entre más «likes» tenemos en nuestras fotos o más seguidores en nuestra página, más aceptados nos sentimos.
Nuestra necesidad de relacionarnos también sube a la superficie cuando compartimos el ascensor con otras personas. La cercanía con desconocidos en un espacio tan reducido nos incomoda, así que actuamos desconectados o de prisa. Muchos juegan inquietamente con su teléfono aunque hayan perdido la señal, otros miran su reloj o voltean a ver el techo o el piso. Realmente quisieran poder relacionarse porque nuestro ADN nos lo pide a gritos, y como no siempre es posible, nos incomoda. Y es que no somos seres independientes, necesitamos estar conectados a los demás. Las emociones nos fueron dadas para la conexión en las relaciones con otras personas.
En la historia de la creación encontramos a Adán, quien aparentemente tenía todo lo que necesitaba para vivir. Tenía trabajo y propósito. Además tenía una relación personal con su creador. Platicaba a diario con Él como se habla con un amigo al caer la tarde, pero aun así no estaba completo, le faltaba algo.
Dios mismo lo describe como alguien solo, y cuando Dios declaró: «No es bueno que el hombre esté solo, le haré ayuda idónea para él» (Génesis 2.18), nos estaba enseñando algo que va más allá de la relación del hombre y una mujer; los seres humanos nos necesitamos unos a otros para vivir.
La realidad es que si no tenemos relaciones significativas, aunque tengamos a Dios, seguiremos estando solos y fue Dios quien lo diseñó así.
La mayoría de las personas practicamos la vida espiritual como una encomienda de esfuerzo personal, pero la vida espiritual debe vivirse en comunidad y no puede existir cuando nos aislamos. Hace algunos años mientras compartíamos la cena con una pareja que recién había empezado una relación con Dios, tuvimos un intercambio muy interesante. Teníamos una amistad muy cercana con ellos y al ver el entusiasmo que tenían en su relación con Dios, les pregunté si habría algo que los haría retroceder en su fe, y sin pensarlo dos segundos me respondieron que si no tuvieran amigos como nosotros que los inspiraran en su relación con Dios, sería muy difícil continuar. Para algunos tal vez la respuesta de esta pareja suene poco espiritual, pero es más sincera y bíblica que la respuesta de aquellos que dicen que lo único que necesitan es a Dios.
La realidad es que no hay sustitutos para la necesidad de amigos y comunidad que tenemos en el corazón, ni siquiera Dios. Él llena un vacío, pero se queda otro.
El caso es que aunque la soledad era una de las disciplinas que Jesús y muchos de los ascetas de la antigüedad practicaban, realmente ocupa un espacio muy pequeño en la espiritualidad. La epidemia de soledad y aislamiento que se sufre en los lugares donde hay mucha gente, no se quedó en la puerta de las iglesias. Muchas personas que pertenecen a iglesias numerosas en las que se implementan células para promover comunión, dicen no tener amigos y sentirse solos.
La realidad es que en muchos lugares el concepto de comunidad se ha distorsionado. El rendir cuentas y ser discipulado se ha convertido en una manera «espiritual» de controlar a los demás. El concepto de comunidad también se ha vuelto utilitario. Las células son una herramienta para crecer y multiplicarse, y las personas son vistas como seres que serán útiles para lograr ese resultado, pero la verdadera comunidad no es así.
En una ocasión visité una iglesia que su visión central eran las células. Mientras estábamos en la oficina platicando con el pastor me tocó conocer a varios de sus líderes y servidores. Cuando entraban a la oficina y me los presentaba, no me decía sus nombres o si era soltero o casado, la carta de presentación era: ¿cuántas células tienes? ¿Cuántas tendrás a final del año? Me sentí mal por estos jóvenes que eran vistos como trabajadores, como peones, más que como parte de un grupo de amigos.
Recuerdo un intercambio muy triste que un día tuve con un líder muy severo. Después de haber tenido una discusión muy acalorada con él, dijo que él sería mi amigo solo si nuestra amistad nos llevaba a engrandecer el Reino de Dios. Suena muy espiritual y justo, y tal vez algunos al leer digan «amén» a esa declaración, pero ese es el problema con las relaciones entre muchos cristianos; son utilitarias, no son sinceras, no son reales, son solo un medio para alcanzar un fin.
LA REALIDAD ES QUE NO HAY SUSTITUTOS PARA LA NECESIDAD DE AMIGOS Y COMUNIDAD QUE TENEMOS EN EL CORAZÓN, NI SIQUIERA DIOS.
La amistad y el ser parte de una comunidad es algo que se debe dar de una manera natural, no se puede imponer, y cuando se practica de la manera correcta, la comunidad trae mucho deleite al corazón. C. S. Lewis tenía muchos amigos, y pasaba muchas horas disfrutando su compañía. En una de sus cartas preguntó: «¿Habrá un placer más grande que el de un círculo de amigos al lado de una fogata?». La gente más feliz es aquella que conecta, que se relaciona con los demás.
Hace algunos años, buscando la forma de promover comunidad en nuestra congregación, empezamos un experimento que llamamos «conexión». El modelo que utilizamos para transmitir la idea de conexión a la gente fue la de un múltiple tomacorriente. Los múltiples tienen varios enchufes, hay múltiples de doce, diez, ocho, seis y cuatro enchufes. Explicamos a la congregación que así somos las personas, hay aquellos que tienen capacidad de tener doce amigos, doce conexiones. Normalmente estas son las personas más extrovertidas y sociales a las que se les facilitan las relaciones, pero también hay personas que solo tienen la capacidad de relacionarse con cuatro personas, son personas introvertidas y reservadas. Así que hicimos los grupos para un máximo de doce personas.
Los grupos conexión se conformaron con la finalidad de hacer amigos. No eran grupos de alcance, ni de clases bíblicas, eran grupos de amigos. Cuando los grupos son verdaderamente de comunidad se hacen verdaderos amigos con los que pasarás tus vacaciones de verano o la navidad.
Les dimos libertad a las personas para que escogieran el grupo al que querían ir. (Algunas de las ideas para los grupos conexión fueron inspiradas en el libro Sticky church. (18)
No les impusimos ni amigos ni líderes. Ellos tenían que escoger-los. Si entendemos la dinámica de las relaciones, sabemos que no nos podemos llevar con todas las personas. Nuestra elección de amigos es afectada por el temperamento, el trasfondo, la educación, el tiempo que llevo de creyente, etc. Aun en el ministerio de Jesús es evidente que Él se relacionaba mejor con algunos de sus discípulos. Pedro, Juan y Santiago eran los que siempre lo acompañaban a donde iba. Estuvieron en el monte de la transfiguración y estuvieron presentes cuando Jesús hizo algunos milagros que los demás no vieron.
La verdadera comunidad nos lleva a la transparencia. Hablando del tema de las relaciones, y tomando como ejemplo el hecho de que Adán y Eva estaban desnudos y no se avergonzaban, C. S. Lewis dijo: «El amor eros nos lleva a tener cuerpos desnudos, pero el amor fileo nos lleva a tener personalidades desnudas». (19) Cuando Adán y Eva no sentían vergüenza no se debía a que tuvieran cuerpos perfectamente delineados, sin grasa corporal, sin celulitis o verrugas. Uno de los deseos más grandes en el corazón humano es el de conocer y ser conocido, el no tener nada que ocultar, ser transparente y esa era la condición de Adán y Eva. Eso es lo que todos queremos, pero la realidad es que a diferencia de Adán y Eva, nosotros sí nos avergonzamos. No queremos que nos conozcan tal cual somos.
Cuando Adán y Eva pecaron, se dieron cuenta de que estaban desnudos. Ven los defectos, que el pecado había traído, no solo en lo espiritual, sino también en lo emocional, en la esencia de su ser. Se dieron cuenta de que la imagen de Dios en ellos había sido distorsionada. Al verse, vieron a dos extraños, eran otras personas, así que se escondieron. Al llenarse de vergüenza, desconfianza, inseguridad, culpabilidad, quisieron ahogar esos sentimientos y se escondieron. Como Adán y Eva, todos negamos nuestra necesidad de conexión y nos escondemos, pero no podemos estar siempre escondidos, algún día tendremos que salir de nuestra guarida. Cuando Adán y Eva salieron de su escondite cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales. Desde entonces, en nuestras relaciones personales siempre nos cubrimos con hojas de higuera y así andamos, así recorremos la tierra, así vamos al trabajo, a la escuela, así vamos a la iglesia, con hojas de higuera, cubriendo algo que no nos gusta de nosotros mismos. Una adicción, una inseguridad, un secreto, una historia familiar, no podemos vernos libremente a la cara, pero las hojas de higuera no hacen un buen trabajo de cubrir, tarde o temprano alguien se dará cuenta, pero la verdadera comunidad nos lleva, voluntariamente, a quitarnos esas hojas de higuera y «descubrir nuestra desnudez».
No hay verdadera comunidad sin transparencia.
Tristemente, una de las características más ausentes entre los cristianos es la sinceridad. Hay una ambivalencia en nuestra forma de llevar a cabo las relaciones; por una parte, queremos ser conocidos y, por otra parte, tenemos temor de ser conocidos. «Tuve miedo y me escondí», dijo Adán, no quiero que veas mi desnudez, no quiero que sepas quién soy, no quiero que sepas lo que he hecho. Si pensamos en la «ley de la primera mención», en la interpretación bíblica, es muy interesante notar que la primera vez que se menciona la palabra temor en la Biblia tiene que ver con el temor de relacionarnos debido al pecado en nosotros.
La internet y las redes sociales nos han llevado a adulterar este deseo de conocer y ser conocidos. La mayoría de las personas desarrollan un álter ego en las redes sociales. A través de nuestro perfil intentamos darnos a conocer. Damos información general como quiénes somos y de dónde somos. Después lo hacemos un poco más personal hablando de la música que nos gusta escuchar, los libros que nos gusta leer. Pero muchas veces esta información no es real, aunque nos gustaría que fuera. Publicamos las fotos que van de acuerdo con ese álter ego que estamos construyendo. ¡Soy alegre! ¡Soy misterioso! ¡Soy atrevido! ¡Soy valiente! ¡Soy espiritual!, y cada tuit, cada publicación, se convierte en un capítulo más de esa imagen que estamos tratando de comunicar. Pero si somos honestos, aceptaremos que esa imagen es ficticia y en la soledad de nuestra habitación, al frente de nuestra computadora luchamos con temor e inseguridad, sabiendo que no estamos siendo honestos.
No hay sustituto para la verdadera comunidad, y no se puede dar en las redes sociales.
Cuando Dios le pregunta a Adán ¿dónde estás?, no le está preguntando por su posición geográfica. Dios no necesita un GPS para encontrarnos. Le está dando a Adán la oportunidad de que se revele a sí mismo, que se dé a conocer.
Hay personas que son un enigma, puedes relacionarte con ellas toda una vida, pero no las llegas a conocer. Lo que conoces en realidad es una versión alterna de lo que la persona realmente es. Todos anhelamos esa vida libre de pretensión y mentira, y es muy triste ver a una persona defendiendo dar una buena imagen. Cuando me ha tocado platicar con hombres que se avergonzaron al confesarme alguna debilidad o pecado, siempre les he dicho: no te preocupes por lo que sé de ti, preocúpate por lo que no sé. No hay verdadera comunidad hasta que hay confesión. «¿Has comido del árbol del que yo te mandé no comieses?» (Génesis 3.11). No hay nada que se oculte de la mirada de Dios, Él lo sabe todo, pero como un padre, como un amigo, Dios está tratando de enseñar a Adán acerca de la confesión, acerca de las relaciones, está tratando de enseñarle el primer paso para librarse de esa vergüenza del pecado. Pero él se esconde todavía más: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí» (Génesis 3.12).
Cuando realmente entramos en una relación de amistad y somos parte de una comunidad en la que no tenemos nada que ocultar, dejamos de impresionar a los demás y entonces somos verdaderamente libres. Adán se esconde en acusaciones, en defensas absurdas y nosotros también. Antes de que me dieras a la mujer todo estaba bien, no te desobedecí, así que ella es la culpable. Tú eres el culpable porque tú me la diste como mujer.
Adán realmente no creía esto de corazón. El regalo de Eva fue lo mejor que había experimentado en el huerto. Más bien se sigue escondiendo, siente vergüenza y no quiere decepcionar, no quiere quedar mal. Pero mientras más proyectemos nuestra culpa, mientras más expertos nos volvamos en ocultar quiénes realmente somos, más solos nos sentiremos.
Queremos la libertad y el descanso de no tener que convencer a los demás de que somos mejores, o más santos o más justos y por eso nos gusta la gente auténtica. La gente que se abre, que confiesa, es la gente auténtica. Esos son los amigos. Gente transparente, abierta, libre de complicaciones.
LA GENTE QUE SE ABRE, QUE CONFIESA, ES LA GENTE AUTÉNTICA. ESOS SON LOS AMIGOS. GENTE TRANSPARENTE, ABIERTA, LIBRE DE COMPLICACIONES.
John Ortberg, en su libro Everybody’s Normal Till You Get to Know Them [Todo el mundo es normal hasta que llegas a conocerlos], (20) habla acerca de la pretensión, y utiliza a Moisés como ejemplo. La Biblia dice que cuando Moisés bajó del Monte Sinaí después de haber estado en la presencia de Dios, su rostro se veía radiante. El pueblo de Israel lo veía, y sabían que en Moisés había algo, su rostro brillaba. Pero ese brillo no duraría para siempre. La iglesia necesita hacer un mejor trabajo en comunicar el mensaje bíblico de lo que es comunidad.
Tal vez una mañana, Moisés se levanta y de repente nota que el brillo se está escapando de su rostro, y decide ponerse un velo, para que la gente no se diera cuenta de que el brillo se estaba extinguiendo. Así somos nosotros. «No hacemos como Moisés, quien se ponía un velo sobre el rostro para que los israelitas no vieran el fin del resplandor que se iba extinguiendo» (2 Corintios 3.13, NVI). Tal vez pasaron los meses, el brillo se había ido y Moisés seguía con el velo. Tal vez su esposa tuvo que hablar con él un día y decirle: «Moisés, cariño, ¿a quién quieres engañar? Tú y yo sabemos que tu rostro ya no brilla, deja de hacerte el súper espiritual, te estás acabando mi aceite de leche de cabra tratando de hacer que tu rostro brille. Quítate el velo, que la gente te vea tal como eres».
¿Se imaginan el alivio de Moisés el día que se lo quitó?, ya no tenía que pretender. Ya no tenía que fingir. Así se siente la gente que confiesa un pecado, que se abre, que confiesa sus necesidades, su verdadero yo. Ese es el alivio que sentimos todos cuando dejamos de pretender. San Pablo dice: «Pero cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado […] donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad» (2 Corintios 3.16–17, NVI).
Hay libertad de la pretensión, de la mentira, la vergüenza. Dios nos ha hecho saber que nos ama, y nos acepta tal cual somos y no tenemos que fingir o pretender. A veces nuestro velo son conversaciones superficiales, bromas constantes, falsa humildad, silencio impenetrable, timidez, religiosidad.
Puede ser que impresiones a las personas, pero nunca harás amigos. Nunca tendrás amistades duraderas. No tienes que esconderte ya más. Dios ha provisto para que tú seas libre.
Cuando Dios ve a Adán y Eva con hojas de higuera cubriendo su desnudez, hace algo: «Dios el SEÑOR hizo ropa de pieles para el hombre y su mujer, y los vistió» (Génesis 3.21, NVI).
Para darles estas pieles un animal tuvo que ser sacrificado. Este animal era una figura, una profecía de lo que Dios haría miles de años después a través del sacrificio del cordero del Dios que es Cristo Jesús. Así lo declara el autor de Hebreos. Él quiere limpiar tu conciencia para que seas libre, para que disfrutes la relación con Él y con los demás sin esconderte.
«Pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado». (1 Juan 1.7)
Si andamos en luz… no hay oscuridad… Tenemos comunión, verdadera amistad, libre de pretensión. La sangre de Cristo nos limpia de todo pecado. Deja de ver tu debilidad y mira su fuerza. Deja de ver tu pecado y mira su pureza. Deja de ver tu inconsistencia y mira su fidelidad.
Deja de verte a ti mismo y ve a Jesús.

9 NIÑOS. La frescura de lo espontaneo

Platicando con mi amigo Alfonso Ortiz me contó algo que experimentó meses después de la muerte de su esposa. «De repente sentí como si algo dentro de mí se hubiera comenzado a secar y descubrí algo muy especial. Dentro de mí hay un depósito. Un depósito que mi esposa siempre llenaba con afecto. No me había dado cuenta de este depósito hasta que se empezó a vaciar. Fue entonces que comprendí que todas las demostraciones de afecto que mi esposa diariamente me daba mantenían mi depósito lleno, y ahora se está vaciando». La vida espiritual es muy parecida a lo que decía Alfonso, es como un depósito.
La parábola de las diez vírgenes nos enseña que la vida espiritual consiste en tratar de mantener ese depósito lleno. Cinco vírgenes, llamadas las prudentes, llevaban su depósito lleno y las insensatas no. «A media noche se oyó un grito», dice la parábola. La medianoche representa un momento crucial. En el caso de la parábola, el momento crucial eran las bodas, y las vírgenes prudentes pudieron entrar a las bodas, pero las insensatas no.
El momento crucial para nosotros puede significar diferentes cosas. Una nueva oportunidad. Un llamado de parte de Dios. Una nueva etapa en nuestro ministerio. Nuestro depósito necesita estar lleno para estos momentos cruciales.
La luz de nuestra lámpara proviene de este depósito escondido. La fuerza para vivir, la sensibilidad de tu corazón, la empatía, tu deseo de hacer el bien, proviene de este lugar secreto en nuestro corazón.
Hay algo muy interesante acerca de la espiritualidad, es sutil, no es tan obvia. Raras veces verás a una persona y dirás que es espiritual solo con verla. Por supuesto que lo hacemos, pero estamos confundiendo la espiritualidad, con cierta apariencia de piedad, con talento, carisma o con ciertos dotes físicos, pero la espiritualidad es elusiva.
Cuando nuestro depósito está lleno hay frescura y satisfacción.
Cuando está vacío nos sentimos perdidos y sin dirección.
Dios utiliza muchas maneras para llenar nuestro depósito: su Palabra, la oración, la adoración, las relaciones. Mi depósito se llena cada vez que salgo a correr. Y para muchos Dios utiliza la naturaleza.
Aunque es el mismo cielo y es el mismo sol
son las mismas calles pero yo no soy,
no soy el mismo.
Y como un turista puedo caminar
descubriendo cosas nuevas al andar
porque estás conmigo.
Porque estás conmigo empiezo a descubrir
las cosas sencillas que antes no viví.
La voz del mar y las estrellas que hablan tanto de ti,
la voz que grita en el silencio que me quieres aquí, cerca de ti.
El beso tuyo en cada gota que me moja al andar
la luz que fluye en el sonido de un pequeño al llorar.
Me haces vivir, me haces reír, y respirar.
Aunque estabas conmigo no pude entender
que estaba rodeado de tanto placer,
de tantos motivos.
Y de mi rutina tuve que salir
para detenerme y verte sonreír
y sentirme vivo. (21)
En una ocasión estaba corriendo en un lugar precioso. Como siempre, tengo mis metas al correr. Ese día era terminar diez kilómetros corriendo a cinco minutos el kilómetro en una zona de montañas. El paisaje frente a mí, a mi derecha y a mi izquierda era maravilloso. Corría sin detenerme porque quería alcanzar mi meta. Pero algo dentro de mí me decía que me detuviera, pero mi testarudez me decía que continuara corriendo. Estuve luchando por algunos kilómetros con esa voz hasta que me di por vencido y me detuve. En el momento que lo hice empezó a caer una lluvia ligera, el olor a tierra mojada me «intoxicó». Los pájaros volaban buscando refugio en los árboles. Como un rayo, el sol se colaba entre el espacio que unas nubes abrieron y así como el seguidor de luz en los conciertos, el sol iluminaba el lugar donde me encontraba. Respiré profundo, di gracias, sonreí. Entre mis momentos más profundos de adoración está esa tarde en el campo. Ese día mi depósito se llenó un poco más.
Con el paso de los años he descubierto que otra de las maneras en la que Dios llena mi depósito es a través de los niños. Disfruto mucho a los niños, aunque no estoy seguro de si ellos me disfrutan a mí. Una vez fui invitado a compartir en una congregación en Estados Unidos. Durante el tiempo de la música estaba parado en la primera fila y un niño de unos cinco años estaba parado junto a mí. A medida que transcurría la reunión vi que tomó un paso hacia a un lado para alejarse de mí, volteaba a mirarme y después tomaba otro, lo continuó haciendo hasta alejarse totalmente de mí y terminar al otro extremo de la fila.
DIOS UTILIZA MUCHAS MANERAS PARA LLENAR NUESTRO DEPÓSITO: SU PALABRA, LA ORACIÓN, LA ADORACIÓN, LAS RELACIONES.
Yo estaba intrigado. No entendía por qué este niño se había alejado de mí. Me había bañado antes de ir a la reunión, así que ese no podía ser el problema. Al terminar la reunión, los pastores me invitaron a comer y cuando llegamos al restaurante, el pastor había invitado a una pareja para que nos acompañara. Eran los padres del niño que se había apartado de mí durante la reunión. No pude evitar la curiosidad y le pregunté a la mamá la razón por la que su hijo se había alejado de mí. La señora me contestó: «qué pena me da contestarle, pero la verdad es que mi hijo se alejó porque dice que usted le da miedo». Me reí mucho cuando me dijo esto, y me di cuenta de que tenía que trabajar en mis relaciones con los niños. Aun así, Dios utiliza a los niños para llenar mi depósito.
Los que son padres de niños con frecuencia se preguntan: ¿cómo les puedo enseñar a mis hijos acerca de Dios?, y aunque esta pregunta es relevante, hay otra pregunta que nos debemos hacer; ¿de qué manera pueden mis hijos enseñarme de Dios? ¿De qué manera mis hijos me pueden acercar a Dios?
Hablando del reinado futuro del Mesías, Isaías declara: «Un niño los pastoreará» (Isaías 11.6).
¿Puede un niño pastorear nuestro corazón? Varios pasajes de la Biblia parecen indicar que sí.
«De ellos es el reino de los cielos» dijo Jesús en Mateo 19.14, y en otra ocasión, aun cuando sus mismos discípulos dudaban que Jesús fuera el Mesías, Él dijo de los niños: «Creen en mí». Cuando se trataba de dar ejemplo acerca de cómo debía ser el corazón de los que dirigen a otros, Jesús usaba a los niños como ejemplo. En Mateo 18.1–5 encontramos a los discípulos haciendo una pregunta que solo haría un adulto. «¿Quién es el mayor en el Reino de los cielos?» ¿Quién es el jefe? La manera en la que Jesús responde es tomando a un niño y poniéndolo en el centro. Sabemos muy poco acerca de la niñez de Jesús.
Hay textos apócrifos que hablan acerca de su niñez, y se han escrito novelas muy interesantes sobre el tema. Recientemente leí las novelas Out of Egypt [Fuera de Egipto] y The Road to Cana [El camino a Caná], de Anne Rice. La escritora hizo una investigación muy exhaustiva para escribir los libros acerca de la niñez de Jesús, y se nota. Para mí fue un deleite leerlos e imaginar la niñez de Jesús, pero la Biblia habla muy poco acerca del tema. Aparte de su nacimiento y su presentación en el templo, Lucas hace un par de declaraciones acerca de su crecimiento. «El niño crecía y se fortalecía; progresaba en sabiduría, y la gracia de Dios lo acompañaba» (Lucas 2.40, NVI). «Jesús siguió creciendo en sabiduría y estatura, y cada vez más gozaba del favor de Dios y de toda la gente» (Lucas 2.52, NVI), pero hay una historia más.
En una ocasión cuando Jesús era niño se perdió, y sus padres no lo encontraban. Imagina tal situación, se les perdió, ¡Dios¡ Tal vez María le pregunta a José: «¿Has visto a Jesusito?». «¡Yo pensé que estaba contigo!», le responde José. «¡Y yo pensé que estaba contigo!», replica María. Se les extravió el creador de las galaxias. Después de haberlo buscado por tres días, lo encontraron en el templo hablando con los maestros de la ley, y como padres, cuando lo encuentran, se ponen a regañarlo. Primero pierden a Dios y luego lo regañan.
Jesús estaba sentado en medio de los doctores de la ley oyendo y haciendo preguntas.
En aquellos tiempos el método de enseñanza era en base a preguntas, la mayoría de ellas retóricas, y cuando Jesús era adulto lo vemos utilizando este tipo de método al hablar a la multitud.
¿A quién compararé a esta generación?
¿Quién es mi hermana y quiénes son mis hermanos?
¿Qué les ordenó Moisés?
El bautismo de Juan, ¿era del cielo o de los hombres?
En los Evangelios Jesús hizo más de 160 preguntas, y eso es precisamente lo que el niño Jesús estaba haciendo en el templo con los maestros de la ley, por eso Lucas dice: «Todos los que oían se asombraban de su inteligencia y sus respuestas», pero José y María no podían concebir que Jesús pudiera estar haciendo algo extraordinario. Cuando lo cuestionaron acerca de su comportamiento diciendo: «Mira que tu padre y yo te hemos estado buscando» (Lucas 2.48, NVI), no entendían lo que los maestros de la ley sí entendieron; el niño Jesús les podía enseñar.
Y a nosotros nos sucede lo mismo… no pensamos que los niños, o para los que somos padres, no pensamos que nuestros hijos pueden hacer algo extraordinario o que nos pueden enseñar.
La respuesta de Jesús a sus padres fue: «En los negocios de mi padre me es necesario estar» (Lucas 2.49), y cuando un niño juega, ríe, llora, duerme, está en los negocios de su padre.
La realidad es que los niños son nuestra mejor arma en contra de los efectos devastadores de desconectar nuestra vida con la de Dios. Los niños tienen el poder de romper con una sonrisa, una palabra, un disparate o una muestra de cariño, esa muralla de formalismo, recelo y dignidad que a veces levantamos para que nadie se nos acerque.
Los niños viven en un mundo diferente al nuestro. Ellos viven en un mundo espontáneo y natural, donde todo es personal. En cambio, nosotros los adultos dejamos de ser espontáneos y naturales. Nos volvemos almidonados, acartonados y desconectados, batallamos para las relaciones. Hay personas que no se hallan bien con nadie, aunque de niños no eran así.
Recientemente tomamos unos días de vacaciones con una pareja que dejamos de ver por aproximadamente diez años. Cuando nuestras hijas se dejaron de ver con las hijas de esta pareja, eran aún niñas, pero ahora son jóvenes. Estuvimos cuatro días juntos. Las observé todo el tiempo que estuvimos allí, y los primeros días se veían como pugilistas arriba del cuadrilátero analizando a su contrincante antes de entrar en acción. Creo que fue hasta el último día cuando lograron tener algo de relación sincera.
Pero cuando eran niñas, jugaban, se divertían, corrían, gritaban. Para qué andar como pugilista analizando a nuestro contrincante, debemos dejar que los niños nos pastoreen y nos enseñen acerca de las relaciones.
Los niños nos llevan a sacar la chispa divina en nosotros, nos llevan a representar a Dios actuando como padres.
En la congregación hay un niño de cinco años al que se le murió su padre. Se llama Jesús Adrián y no, no le pusieron ese nombre pensando en mí. Así le puso su mamá, sin saber nada de mí. Su padre murió de un derrame cerebral, era muy joven y con toda una vida por delante. Jesús Adrián se quedó sin padre en una de las etapas más importantes de su vida.
Cada domingo, al terminar la reunión, se para a un lado o detrás de mí, me toca mi pierna con su manita y cuando volteo a verlo me da una sonrisa de oreja a oreja. Dejo de saludar a los demás y me inclino a él, lo abrazo, le doy un beso y platicamos por unos momentos.
He descubierto que no soy yo el que está pastoreando a Jesús Adrián, él me está pastoreando a mí. Me está diciendo: «Jesús Adrián, necesitas ser un padre para mí, porque lo he perdido, necesitas ser un padre para muchos, necesitas abrazar y besar a muchos, necesitas parecerte a Dios».
La paternidad de nosotros los hombres apunta hacia la paternidad de Dios. Nosotros somos padres porque Él fue padre primero. Cuando Jesús enseñó a sus discípulos a orar les dijo que empezaran diciendo: «Padre nuestro que estás en los cielos». Los únicos que nos pueden enseñar a ser padres y parecernos más a Dios son los niños. Si los dejamos, ellos llenarán nuestro depósito de Dios.
Al salir del aeropuerto en Tegucigalpa, Honduras, un niño se acercó a pedirme dinero. Lo hizo de una manera tímida, esperando ser rechazado; cuando le di algo de dinero, me sonrió de una manera titubeante. Al llegar al hotel no podía borrar el rostro de este niño de mi memoria. Él fue la inspiración para la canción «Ayer te vi» del disco del mismo nombre.
LOS NIÑOS NOS LLEVAN A SACAR LA CHISPA DIVINA EN NOSOTROS, NOS LLEVAN A REPRESENTAR A DIOS ACTUANDO COMO PADRES.
En varias ocasiones, antes de iniciar un concierto, he tenido el privilegio de saludar a niños que han llevado para que me conozcan. Una madre llevó a su preciosa niña de pelo rizo a conocerme. La niña era ciega y para conocerme puso sus manitas en mi cara para palparla. Para mí las manos de esta niña eran las manos de Dios.
Sentí que Dios me estaba enseñando a ser padre cuando uno a uno los niños de un orfelinato en Santiago de Chile me abrazaron, especialmente la niña que miraba a la distancia y no se atrevía a acercarse, hasta que le hice señas y se le iluminaron los ojos y sonrío ampliamente mientras se acercaba a mí. En cada una de estas ocasiones que he platicado con niños antes de subir al escenario, han cambiando totalmente el mood [humor] de los conciertos.
Me pastorearon.
Los que han leído Las crónicas de Narnia saben que a Narnia no se puede entrar desde la tierra a menos que seas un niño, y no puedes volver si ya creciste. Es por eso que las entradas a Narnia eran en un ropero cuando los niños estaban jugando a las escondidas, o en un ático cuando andaban de traviesos, o en el andén de un tren cuando iban a la escuela, o en un cuadro en la pared en la casa de un primo fastidioso llamado Eustaquio.
Creo que tal vez esa sea la razón por la que inconscientemente no queremos que nuestros hijos crezcan. Nos acercan a Dios, nos hacen mejores personas. Queremos que se queden como niños un poco más de tiempo.
El día que Jesús se perdió, José y María pensaban que estaba entre ellos. En medio de las actividades, el trabajo, las preocupaciones, a veces perdemos de vista a los niños y los olvidamos. Están físicamente con nosotros, pero los hemos perdido y como José y María, un día también nosotros nos damos cuenta que hemos olvidado a nuestros hijos. Se nos han perdido en un sentido más espiritual. Hemos dejado de ponerles atención. Cuando descuidamos a nuestros hijos, nos perdemos de entrar a esa siguiente esfera de lo que Dios quiere hacer con nosotros.
María en muchas ocasiones se había dejado pastorear por Jesús. «Y María guardaba todas esas cosas en su corazón», dicen los escritores de los Evangelios en varias ocasiones. María guardaba todas esas cosas en el depósito de su corazón.
¿Te están enseñando tus hijos? ¿Te están pastoreando los niños? ¿Estás permitiendo que Dios te hable a través de ellos o se te perdieron? Como José y María necesitamos «regresar a Jerusalén» a buscar a nuestros hijos. No podemos continuar este viaje, este peregrinar espiritual, si ellos no están a nuestro lado.
Si te pones a pensar recordarás ese momento, esa experiencia, ese tiempo en el que tus hijos te hablaban de Dios, te pastoreaban. Yo pudiera llenar este libro con historias de mis hijos. Son tantas. Fueron muchas las veces que llenaron mi depósito de Dios.
Mis hijos ya crecieron, pero les sigo diciendo niños. Me dejaron un depósito lleno de Dios, y cuando ese depósito se empiece a secar, llegarán los nietos (espero que no sea muy pronto), para volver a llenarlo.
¿Será por eso que los abuelos disfrutan tanto a los niños? ¿Será que el depósito que sus hijos habían llenado se secó y ahora los nietos lo están llenando? Creo que sí…

10 RODILLAS. Corriendo con Dios

Hace más de treinta años que empecé a correr. Desde entonces he corrido más de sesenta y cuatro mil kilómetros, el equivalente a darle una vuelta y media al planeta tierra. He gastado más de setenta pares de zapatos de correr. He consumido aproximadamente cuatro millones ochocientos mil calorías; el equivalente a perder 600 kilos de peso y he corrido en algunos de los lugares más preciosos del mundo. He corrido en Alaska, donde tuve como vista los imponentes glaciares, hasta la Patagonia. Desde las altiplanicies volcánicas de Islandia, hasta la bella Toscana entre viñedos y olivos. He corrido sobre murallas de antiguas ciudades, y en medio del tráfico de la ciudad. Desde los redwoods gigantes en el estado de California, hasta el desierto del valle de la muerte en el mismo estado con una temperatura de cuarenta y ocho grados. Corrí en las montañas del estado de Colorado alrededor de un lago congelado con una temperatura de menos quince y he corrido junto a ríos como el Támesis de Londres, el Tíber de Roma y el Río de la Plata en Montevideo y Buenos Aires. Pero entre mis lugares favoritos para correr está el Paseo de la Reforma de la Ciudad de México y el desierto en el estado de Sonora, también en mi México querido.
La fiebre de correr me dio en el año 1980, mientras veía la prueba del maratón en los Juegos Olímpicos de Moscú. Al terminar de ver el maratón, me puse mis tenis, que no eran para correr y salí a la calle a recorrer mis primeros ocho kilómetros de los más de sesenta y cuatro mil que he recorrido.
El empezar a correr ha sido una de las decisiones más enriquecedoras que he tomado en la vida; ha venido a cerrar círculos muy importantes en mi carácter y se ha convertido en una fuente inagotable de espiritualidad. El ritmo y la cadencia al correr le dan ritmo y cadencia a mis emociones, a mis propósitos y a mi vida en general.
Hace algunos años estaba tratando de resumir lo que el correr provocaba en mí y escribí algo que terminó siendo la narrativa del vídeo promocional del disco «Ayer te vi».
El sonido de mis pies sobre la tierra se ha convertido en una nueva forma de expresión. En ocasiones cada paso viene a representar palabras de una oración, letras de una canción, gemidos de un clamor. El correr me permite alejarme de todo y experimentar la soledad que a veces es tan necesaria, allí puedo encontrarme conmigo mismo y con Dios. Más que un ejercicio, el correr se ha convertido en un lenguaje, una manera nueva de comunicarme con Dios y un canal para que Él se comunique conmigo. Ya han sido cientos de horas y miles de kilómetros practicando esta nueva forma de comunicación. A veces en el desierto, a veces en la ciudad, a veces en lugares de mucha necesidad. La soledad de esas largas carreras me permite escuchar con más claridad la voz de Dios. Han sido muchas las ocasiones en las que he sentido su amor y he escuchado su voz a través de la creación, diciéndome que todo lo creó para llamar mi atención, para conquistarme, para alegrar mi corazón. Con el paso de los años me he dado cuenta que estos tiempos de correr han hecho que para mí Dios se vuelva más real, más cercano, más natural, deja de ser solo un concepto y se convierte en mi amigo, en mi compañero. He aprendido a verlo no solo en la naturaleza sino también en la gente que se cruza en mi camino. Lo he visto en el rostro de un vendedor en el mercado, pero sobre todo lo he visto con más claridad en gente necesitada. El día de ayer lo vi en un niño de la calle, fue tan real, fue más claro que la luna.
Descubrir la relación que el correr tiene con la vida espiritual ha sido un despertar, un nuevo principio. No me puedo imaginar mi vida sin esta actividad tan importante en mi rutina diaria. Se ha vuelto parte de mi identidad como lo son muchas otras cosas.
Hace unos meses estaba preparándome para salir a correr y mientras me ponía los tenis, sentado sobre un sillón en mi recámara, me incliné a atarme las cintas y al hacerlo mis labios quedaron cerca de mis rodillas e instintivamente, sin realmente pensarlo, las besé. Un enorme agradecimiento me inundó.
En mis treinta y tres años de correr, solo una vez tuve una lastimadura de rodilla, y sucedió porque pisé mal cuando una tarde de lluvia torrencial no pude salir a correr y decidí hacerlo sobre una caminadora del hotel, en Lima, Perú. Dejé de correr por un mes y después de eso regresé a mi rutina. Aparte de eso, mis rodillas nunca me han dado problemas.
El día que besé mis rodillas pensé en lo mucho que me han rendido, pensé que me han dado de todo, menos problemas. A un automóvil le cambias las ruedas; a una guitarra, las cuerdas; a una sierra, la cuchilla; pero mis rodillas nunca las he tenido que cambiar. El día en que besé mis rodillas pensé en los lugares a los que me han llevado, así que las bendije y di gracias a Dios por ellas.
EL DÍA EN QUE BESÉ MIS RODILLAS PENSÉ EN LOS LUGARES A LOS QUE ME HAN LLEVADO, ASÍ QUE LAS BENDIJE Y DI GRACIAS A DIOS POR ELLAS.
Si una cámara escondida hubiera capturado ese momento, pensarían que tal vez se me «botó un engrane», pero la espiritualidad la encuentras en cosas tan simples como besar tus rodillas en agradecimiento a Dios.
La disciplina del correr es muy parecida a la disciplina de crecer espiritualmente. San Pablo utiliza la analogía de correr y dice que somos como los corredores en un estadio. «Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros en cambio por uno que dura para siempre» (1 Corintios 9.25, NVI).
Si somos como los corredores en un estadio, deberíamos tomar la forma en la que un corredor entrena para aplicarlo a la vida espiritual.
La disciplina del correr es algo que viene con la práctica de muchos años. Nadie es un buen corredor de la noche a la mañana, y lo mismo se aplica a la vida espiritual. No hay atajos.
En ocasiones me he preocupado cuando escucho a predicadores gritar apasionadamente en congresos de jóvenes acerca de la vida espiritual. Es muy común ver a jóvenes que más que crecer en disciplina o en carácter terminan dándose por vencidos porque las expectativas que los líderes pusieron sobre ellos no eran realistas. Los quieren llevar a correr un maratón cuando aún no han aprendido a correr un kilómetro. «La senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto» (Proverbios 4.18).
De esta manera resumía un joven su experiencia después de haber ido a un congreso: «Dios es bueno, tú eres malo. Necesitas esforzarte más».
Dijimos en un capítulo anterior que no todos crecemos espiritualmente de la misma manera. Nuestro trasfondo influirá en la manera en la que crecemos. No nos podemos comparar con los demás.
En una ocasión, cuando vivía en California, leí acerca de una carrera de cinco kilómetros y decidí inscribirme en ella. El domingo en la mañana llegué al lugar del evento emocionado por la carrera. Siempre corro con un reloj que me da mi velocidad, pero en esa ocasión se me había olvidado. Cuando sonó la pistola indicando la salida, salí corriendo con los corredores que iban al frente.
Les aguanté el paso por los primeros dos kilómetros, pero después me empecé a rezagar. Eso me frustró mucho, yo tenía la disciplina de correr, tenía buen ritmo y buena velocidad, pero esos corredores me estaban haciendo comer el polvo. Los perdí de vista y llegué a la meta un par de minutos después de ellos. Me sentía muy frustrado. No entendía por qué me había ido tan mal. Me senté bajo un árbol, mientras la ceremonia de entregar premios transcurría. De repente escuché que llamaron mi nombre. No lo podía creer, había ganado el primer lugar en mi categoría de treinta a treinta y seis años en un tiempo de diecisiete minutos con quince segundos. Después me di cuenta de que los muchachos que habían llegado primero eran estudiantes de colegio. Todos eran corredores élite que corrían los cinco kilómetros a un promedio de quince minutos y yo en comparación a ellos era un anciano de treinta y cuatro años.
Cuando la gente me pregunta acerca de cómo empezar la disciplina de correr, les digo que empiecen caminando, que no se desesperen. Que tengan paciencia. Les digo que después de caminar por un par de meses, le agreguen a su caminata el correr un kilómetro, después dos, después tres.
Poco a poco nuestro cuerpo nos empieza a pedir más y más. Si hacen esto por algunos meses tendrán la base para empezar a subir las distancias hasta llegar a correr un maratón. Se requiere paciencia para correr un maratón y correr la carrera de la vida cristiana.
Cuando veo a una persona excedida en su peso tratando de correr con mucha dificultad, normalmente oro por ellos. Por supuesto que no voy y les impongo manos, más bien continúo corriendo y en secreto le pido a Dios que les dé fortaleza, que no se desanimen. No sé cuántos gorditos han sido beneficiados por mi oración a través de los años. El correr y otros tipos de ejercicios te llevan a entender el proceso del crecimiento y la disciplina. Te hace misericordioso con los demás. No todos estamos al mismo nivel. La gente más que regaños por no estar en el lugar donde deberían estar, necesitan guía, paciencia y oración.
Otra de las maneras en las que puedes conectar el ejercicio con Dios es entender que hemos sido maravillosamente creados. La capacidad y resistencia de nuestro cuerpo cada día es empujada a nuevos niveles. Cuando ejercitas, descubres que tu cuerpo es una máquina eficiente y genial que se repara a sí misma.
No sé si el salmista David era corredor, pero cuando leo el salmo 139.14–15 me lo imagino besando sus rodillas. «Tú creaste mis entrañas; me formaste en el vientre de mi madre. ¡Te alabo porque soy una creación admirable! ¡Tus obras son maravillosas, y esto lo sé muy bien!» (NVI).
Tal vez hayas ido a presenciar algún maratón o lo has visto por televisión. Cuando los corredores llegan a la meta los reciben con una cobija térmica. La razón de esto es que al correr cuarenta y dos kilómetros el cuerpo consume totalmente su reserva de calorías y la temperatura del cuerpo empieza a descender. Después de correr algunos maratones he comido para llenarme de combustible y después me he ido al hotel, y he estado debajo de las cobijas sudando a chorros pero temblando de frío, hasta reponer mis calorías. Nuestro cuerpo es una máquina maravillosa.
Los problemas de depresión y ansiedad entre cristianos son un secreto a voces. He platicado con docenas de pastores que van al psicólogo o están tomando medicamentos para superar la depresión y la ansiedad. Aunque sé que el problema de la depresión y la ansiedad puede ser controlado con medicamentos, creo que el ejercicio físico es una de las válvulas de escape que Dios nos dio para ayudarnos a superar el estrés y los problemas de tipo nervioso.
Los altibajos que son típicos de muchas personas con problemas emocionales son templados con el ejercicio. Cuando corremos, nuestro cuerpo libera un químico llamado endorfina. La endorfina interactúa con los receptores en nuestro cerebro que reducen la percepción del dolor. Las endorfinas además desencadenan un sentimiento positivo en el cuerpo, similar al que provoca la morfina. Cuando terminas de correr, el sentimiento puede describirse como eufórico. Ese sentimiento es lo que los corredores llaman «droga del corredor», que viene acompañado de una perspectiva de la vida y el mundo que te llena de energía.
Las endorfinas son producidas en nuestro cerebro y en nuestra espina dorsal. Actúan como analgésicos y sedantes que vienen a reducir el dolor. A diferencia de la morfina, la endorfina no te lleva a la dependencia o la adicción. Las bondades del cuerpo y el ejercicio son innumerables.
Dicen los expertos en ejercicio que si tú haces ejercicio constante por un periodo de tres años, tus células, que tienen memoria independiente, empezarán a actuar como si hubieras hecho ejercicio toda la vida. ¡Asombroso! Tú puedes tener cincuenta años de edad, y si el día de hoy empiezas a hacer ejercicio, en tres años tu cuerpo actuará como si hubieras hecho ejercicio toda la vida. Los beneficios de salud que esto traería son impresionantes y de hecho hay una generación de ancianos que empezaron a hacer ejercicio a los cincuenta y sesenta años y en sus noventas continúan activos y sanos. Qué regalo tan maravilloso es el ejercicio.
LOS ALTIBAJOS QUE SON TÍPICOS DE MUCHAS PERSONAS CON PROBLEMAS EMOCIONALES SON TEMPLADOS CON EL EJERCICIO.
Otra de las bendiciones del correr ha sido el compañerismo con otros hombres que compartimos la pasión de correr. A través de los años he corrido algunos maratones en compañía de varios amigos. Cuando corres un maratón pueden suceder varias cosas muy interesantes; se te caen uñas de los pies o sangras de los pezones. Al terminar algún maratón he estado esperando en la meta con mucha anticipación la llegada de algunos compañeros que se animaron a correr un maratón conmigo. El verlos llegar a la meta, el celebrar con ellos un logro más, es algo que enriquece tu vida.
Nuestros tiempos de discipulado la noche antes de correr un maratón siempre han sido muy provechosos. El tema del carácter, la integridad, el trabajo en equipo, el lograr metas que nos proponemos, son temas que se vuelven muy fáciles de tratar.
Cada vez que tengo oportunidad recomiendo a líderes correr. Los motivo para que empiecen esta disciplina y que se rodeen de hombres que los seguirán.
El correr te lleva a estar en contacto directo con la naturaleza y el amor de Dios.
Cuando escribí la canción «Me dice que me ama», lo hice como resultado de ver el amor de Dios expresado a través de la creación.
Me dice que me ama cuando escucho llover.
Me dice que me ama con un atardecer.
Lo dice sin palabras con las olas del mar.
Lo dice en la mañana con mi respirar.
Me dice que me ama y que conmigo quiere estar.
Me dice que me busca cuando salgo yo a pasear.
Que ha hecho lo que existe para llamar mi atención.
Que quiere conquistarme y alegrar mi corazón. (23)
Cada vez que corro, llama mi atención.
Me conquista.
Me alegra el corazón.

11 SABADO. El gozo del descanso

«La mayor misericordia concedida por Dios a los hombres es el sueño».
Gabriela Mistral
El mandamiento de guardar el sábado es visto como una práctica antigua, legalista y sin relevancia para el cristiano moderno. Pero como el resto de los mandamientos, el concepto de guardar un día a la semana tiene un mensaje actual y relevante.
Muy al principio de la iglesia se estableció el domingo como nuestro día de reposo, pero en esa transición de sábado a domingo se perdió el significado del sábado.
Casi todas las vertientes cristianas rechazaron el sábado como ley, pero se olvidaron del espíritu detrás de la ley. Cuando Pablo habló del sábado no se volcó en contra de él, más bien enseñó que los gentiles no debían ser juzgados por los judíos por no guardar el sábado. Debido a la labor de los judaizantes, la enseñanza de Pablo en relación con el sábado también llevaba como fin hacer entender a los creyentes que guardar el sábado no era necesario para la salvación; sin embargo, como judío, Pablo continuaba guardando el sábado.
Jesús reprendió a los fariseos que habían hecho del sábado una superstición y al hacerlo reveló algo del carácter de la ley, especialmente el guardar el sábado. «El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo» (Marcos 2.27). La implicación de esta declaración era que el sábado, más que ser una ley rígida, era una práctica para nuestro beneficio.
Algunos interpretan el cuarto mandamiento como simplemente no trabajar el día sábado, y muchos cristianos lo comparamos con el domingo pero cuando comparamos la práctica del sábado judío con nuestro domingo, nos damos cuenta de que hay elementos que están ausentes en nuestra forma de descansar.
Mark Buchanan en su libro The Rest of God [El descanso de Dios] da una interesante explicación acerca de cómo cada uno de los mandamientos son una sinécdoque. Una sinécdoque es un recurso del lenguaje literario que utiliza una parte de algo para referirse a un todo. Por ejemplo, cuando se dice que una señorita cumplió quince primaveras, se está utilizando la estación de la primavera (parte del año) para representar el todo (el año total). Mark explica que los mandamientos significan mucho más de lo que dicen: por ejemplo, cuando la Biblia dice no «robarás», significa mucho más que simplemente extender tu mano y tomar algo que no es tuyo. Podemos robar horas a nuestros empleos, podemos robar tiempo a nuestros hijos, podemos robar al evadir impuestos, pero aparte de esto Mark argumenta que esta prohibición implica un estilo de vida: “estar contentos con lo que tenemos, ser dignos de confianza, ser generosos. De la misma manera, el guardar el sábado tiene implicaciones mucho más allá que simplemente no trabajar”. (24)
Los judíos ven el sábado como un regalo de Dios, un día de gran gozo que se espera con anticipación. Un tiempo en el que se hacen a un lado todas las preocupaciones de la semana para enfocarse en una búsqueda espiritual.
El sábado comienza con la puesta de sol del día viernes y termina al ponerse el sol el día sábado.
El día sábado los judíos no piensan en el trabajo ni en cosas estresantes. El sábado es un oasis en el desierto, un tiempo de quietud para el alma y por eso el saludo tradicional del sábado es «sabbath shalom», que significa que tengas un sábado lleno de paz.
Para evitar trabajar y para asegurarse que el sábado es algo especial, todas las tareas como ir de compras, limpiar y cocinar tienen que ser terminadas antes de que se meta el sol el viernes.
La gente se prepara para el sábado y se aseguran que todo está organizado para hacer del día sábado un deleite.
Al meterse el sol se encienden las velas del Sabbath en un candelero como una parte vital de la ceremonia judía.
Después de haberlas encendido, las familias judías beben vino en una copa conocida como copa kiddush. El compartir de la copa simboliza el gozo y la celebración de guardar el sábado.
También es tradicional comer challah, un pan hecho en forma de trenza, pero antes de comer el pan, oran diciendo: «Bendito seas, Señor Dios nuestro, rey del universo, que nos das pan de la tierra».
Otras oraciones, bendiciones y canciones también se llevan a cabo y, además, es tradición que los padres bendigan a sus hijos.
Las oraciones por las hijas se hacen pidiendo que sean como las cuatro matriarcas: Sara, Rebeca, Raquel y Lea. También se bendice a los hijos para que sean como Efraín y Manasés, dos hermanos que vivían en armonía.
EL SÁBADO ES UN OASIS EN EL DESIERTO, UN TIEMPO DE QUIETUD PARA EL ALMA Y POR ESO EL SALUDO TRADICIONAL DEL SÁBADO ES «SABBATH SHALOM»
Antes de la comida del sábado, los miembros de la familia habrán asistido ya a la sinagoga. El sábado es principalmente un día de descanso, pero es mucho más que eso. El mandamiento era: «Acuérdate del día de reposo para santificarlo». Santificar significa separar, pero separar totalmente, separarlo para Dios, separarlo para darle un uso santo, pero también es un día para santificarnos nosotros mismos, para meditar, reflexionar, para dejar que Dios nos hable, nos cambie, nos lleve a revisar nuestras acciones y arrepentirnos.
Los que entienden el significado del sábado, insisten en que no solo se debe guardar un día a la semana, sino tres días al mes y una semana al año. Guardar el sabbath o día de reposo es el cuarto mandamiento, y si el orden en el que vienen escritos tiene alguna importancia, el cuarto mandamiento no es muy diferente a los primeros tres. Los primeros tres mandamientos son un bloque muy interesante. Tienen que ver con nuestra lealtad a Dios: no tener otros dioses, no hacernos ídolos y no usar el nombre de Dios en vano. Estos mandamientos son la base de todo.
Como seres humanos siempre buscaremos a quién adorar, a quién darle nuestra lealtad. Si no reconocemos a Dios, buscaremos ídolos que adorar.
El mundo en el que se dieron los diez mandamientos era politeísta y nuestro mundo sigue en cierta manera siendo politeísta, tal vez no de una manera supersticiosa, pero seguimos siendo politeístas.
El cuarto mandamiento es muy parecido a los primeros tres porque también tiene que ver con nuestra lealtad a Dios.
Hace siete años tomé un año sabático. Sabía muy poco acerca de lo que era un sabático, pero después de estar viajando por muchos años sentí la necesidad de hacer una pausa en mis actividades y tomar una tregua.
Ahora me doy cuenta de lo mucho que necesitaba ese tiempo de inactividad.
Estaba extremadamente ocupado, pero no me daba cuenta. En un año en particular, escribí un libro, entrené cuatro meses para correr un maratón, saqué mi licencia de piloto aviador, y esto mientras viajé la mitad del año.
Al iniciar el sabático, el cambio de ritmo fue difícil de asimilar. De estar haciendo todo lo antes mencionado a estar en casa, leer, caminar, orar, meditar y pasar tiempo con mi familia.
Una de las cosas que más me costó asimilar fue dejar control.
El control de una empresa y un ministerio,
el tomar decisiones por los demás,
el pensar que era indispensable para todas las cosas que sucedían a mi alrededor.
Con el paso de los días empecé a darme cuenta de que mi identidad estaba estrictamente ligada a mis actividades, yo era lo que hacía, y cuando dejé de hacerlo entré en una crisis de identidad.
En el corazón del día de reposo se encuentra implícito el acto de redirigir nuestra mente y corazón hacia Dios para entender que nuestra identidad debe estar ligada a Él. Pablo dice: «Es en Cristo que sabemos quiénes somos y para qué vivimos» (Efesios 1.11, perífrasis).
Si el trabajo que nosotros hacemos nos da identidad, cuando lo dejemos de hacer, nos quedaremos sin ella.
Como ya vimos antes, uno de los mandamientos es el de no tener otros dioses o ídolos, y cuando no separamos un día para Dios, corremos el riesgo de hacer de nuestro trabajo un dios. Los ídolos son ladrones de lealtad e identidad.
Curiosamente, en la antigüedad se le daba nombre de dioses a casi todas las cosas; el dios del sexo, el dios de la belleza, el dios del dinero, el dios de la lluvia. No es casualidad que estas son las cosas que le dan identidad al ser humano.
La práctica de guardar el sábado te lleva a olvidarte de cosas que se pueden convertir en ídolos y te lleva a enfocarte en Dios.
Hay muchos que buscan identidad en el amor y en la familia. En su libro Dioses falsos, Tim Keller, hablando del tema de buscar identidad en el amor y utilizando la historia de Jacob como ejemplo, dice que Jacob pensaba que Raquel vendría a darle lo que su alma necesitaba. Después de haber engañado a su padre y haber obtenido la bendición del primogénito a base de mentiras. Después de haber huido de la casa de su padre porque su hermano lo quería matar. Jacob está en una tierra lejana, solo y lejos de su familia. Tal vez está lamentando todo lo que había sucedido. Cuando ve a Raquel piensa que ella le solucionará todos sus problemas. Que le dará lo que realmente necesita. El escritor de Génesis dice que cuando Jacob la vio «la besó y rompió en llanto». Nunca he visto a un hombre romper en llanto de la manera que este pasaje lo describe. Jacob ve a Raquel como su salvación. Tan seguro está de esto que se dispone a trabajar siete años para que Labán se la dé en matrimonio, mucho más de lo requerido, pero a Jacob no le importa y los siete años le parecieron muy poco tiempo. El desenlace de la historia es conocido por todos. La noche de bodas, en medio de la oscuridad, Jacob no se da cuenta de que le cambiaron a la novia. En vez de dormir con Raquel, Jacob terminó durmiendo con Lea su hermana, la hermana mayor que no era tan atractiva como Raquel. Tim Keller dice: «Ninguna persona, ni la mejor, le puede dar a tu alma lo que necesita. Vas a pensar que te fuiste a la cama con Raquel pero cuando te levantes siempre será Lea». (25)
Otros buscan identidad en el dinero y otros en el trabajo. La práctica del sábado nos lleva a tomar una pausa y voltear nuestra mirada hacia Dios. Él es el único que nos puede dar lo que nuestra alma necesita.
Los judíos practicantes nunca dejaban de guardar el sábado, no había excusa para dejar de guardar el sábado; lo guardaban cuando habían sido sitiados por otras naciones y la hambruna llegaba a sus casas.
Durante el holocausto, aun en los campos de concentración, los judíos no dejaron de guardar el sábado, y los rabinos decían de esta práctica: «No fuimos nosotros los que guardamos el sábado, fue el sábado que nos guardó a nosotros».
En la intención de Dios, el sábado también significaba un tiempo de recreo.
Lo que más me gustaba en la escuela cuando era niño, no era la hora de matemáticas o historia. Era la hora del recreo. Lo anticipaba, lo soñaba. Mi papá siempre me daba dinero para comprar dulces, y los disfrutaba mucho. En el recreo está implícito no solo el descansar, sino el recrear, hacer de nuevo. A través del descanso Dios quiere hacer algo nuevo en ti.
En la historia de la creación, Dios lleva a Adán a un reposo muy especial, un sueño muy profundo, y mientras Adán duerme, Dios hace algo extraordinario. «Mientras éste dormía, le sacó una costilla […] De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el SEÑOR hizo una mujer y se la presentó al hombre» (Génesis 2.21–22, NVI).
Adán: «Esto es lo que hice mientras dormías, mientras descansabas, mientras guardabas reposo».
«Estad quietos, y conoced que yo soy Dios», dice el salmo 46.10, pero no sabemos estar quietos, no sabemos confiar en Dios.
¿Cómo voy a dejar de trabajar? ¿Cómo voy a cerrar el negocio? ¿Cómo voy a dejar de preocuparme por mis hijos? ¿Cómo voy a dejar de preocuparme por el ministerio? «Quédate quieto y descubre que yo soy Dios», sigue diciendo el salmista.
LA PRÁCTICA DEL SÁBADO NOS LLEVA A TOMAR UNA PAUSA Y VOLTEAR NUESTRA MIRADA HACIA DIOS. ÉL ES EL ÚNICO QUE NOS PUEDE DAR LO QUE NUESTRA ALMA NECESITA.
De tu descanso, de tu sábado, Dios sacará cosas más maravillosas, más de las que tú te puedes imaginar.
En la epístola a los Hebreos, Dios continúa hablando a la iglesia acerca de la necesidad de entrar en el reposo de Dios. «Ahora bien, si Josué hubiera logrado darles ese descanso, Dios no habría hablado de otro día de descanso aún por venir. Así que todavía hay un descanso especial en espera para el pueblo de Dios. Pues todos los que han entrado en el descanso de Dios han descansado de su trabajo, tal como Dios descansó del suyo después de crear el mundo». (Hebreos 4.8–10, NTV).
Hay una necesidad constante de descansar de nuestras obras, de entrar en el reposo de Dios y confiar totalmente en Él. ¿Cuántas veces oramos por algo y continuamos preocupados? Decimos que hemos puesto las cosas en las manos de Dios, pero aún continúan en las nuestras. Creemos que somos nosotros los que vamos a cambiar las cosas y arreglar a las personas. Creo que a veces Dios no contesta nuestras oraciones porque no se lo permitimos.
Practicar el sábado no es solo el descansar un día, sino tener un estilo de vida en el que descansamos en Dios. «En descanso y en reposo seréis salvos; en quietud y en confianza será vuestra fortaleza. Y no quisisteis» (Isaías 30.15). Y seguimos sin querer.
En una ocasión estábamos pasando por una situación muy difícil en nuestra casa. Recuerdo que esta situación me tenía muy estresado. Me quitaba el sueño y me robaba el gozo. Estaba de vacaciones con mi esposa y no podía dejar de pensar en la situación que estábamos viviendo.
Recuerdo que una noche salimos a caminar por el muelle del puerto en el que nos encontrábamos. Mi atención estaba dispersa, mis pensamientos estaban muy lejos de ese muelle. Pecos trataba de hacer conversación conmigo, pero cada tema de conversación topaba con la pared de la preocupación que yo tenía. De repente volteé a verla y noté su rostro muy feliz a pesar de nuestra situación. Le pregunté si no estaba preocupada por lo que estaba pasando en casa y su respuesta inmediata fue que no. «En el momento en que puse esta carga en las manos de Dios, allí la dejé, ya no es mi carga; si no puedo descansar en Dios, entonces realmente no creo lo que dice su Palabra». Le pedí que me contara más acerca de su paz y esa noche Dios me enseñó lo que significa guardar el sábado.
Parece que a Jesús le gustaba el sábado para sanar.
La restauración del hombre de la mano seca y la sanidad de la mujer que tenía dieciocho años encorvada, entre otros, sucedieron un sábado. Tengo la sospecha de que a Jesús aún le gusta el sábado para sanar.
Cuando tomamos un día libre, cuando dejamos de hacer las cosas, y dejamos de preocuparnos por ellas, le estamos diciendo a Dios: mi vida es tuya, tú estás en control, mi trabajo es tuyo, mi negocio es tuyo. Mi ministerio es tuyo.
David, en el desierto, rodeado de enemigos que lo querían matar, practicó el sabático cuando dijo: «En paz me acostaré, y así mismo dormiré; porque solo tú, oh Señor, me haces vivir confiado» (Salmos 4.8). Hemos enfocado este versículo para poner a dormir a los niños, pero no es un versículo que los niños necesitan oír. Es un versículo para adultos que necesitan aprender a confiar y descansar en Dios.
El cuarto mandamiento es también una invitación a la restauración.
«En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma». (Salmos 23.2–3)
No soy muy bueno para los desvelos. Cuando viajo toda la noche, especialmente en vuelos a Sudamérica o vuelos transatlánticos, regularmente no puedo dormir en el avión. Hay giras en las que solo logro dormir unas cuantas horas en tres o cuatro días. Llego a casa cansado, desvelado, y no de muy buen humor. Mi cuerpo ya no resiste más. Después de comer algo, entro a mi habitación, mi esposa pone un aviso en la puerta para que no me molesten y, en ocasiones, he dormido por catorce horas. Me levanto restaurado, fresco y con muchas ganas de trabajar. El descansar en Dios nos dará la frescura que necesita nuestro corazón.
Mark Buchanan en The Rest of God nos dice: «Una ave volando que nunca descansa en su nido, pronto se desplomará. Un pasto pisoteado día tras día es reducido a nada… una sierra que nunca se afila y su cuchilla nunca se enfría, pierde el filo, un motor que nunca se detiene». (26)
Algo que yo no me esperaba sucedió después de haber tomado un año sabático. Nuestro ministerio creció de una manera inesperada. Nuestro nivel de operación se triplicó, y cuando regresé del sabático, la asistencia a nuestros conciertos también se multiplicó. Durante ese mismo sabático, Dios nos hizo sentir que era tiempo de regresar al pastorado, algo que he estado haciendo desde entonces.

12 GRACIA. Descubrir a Jesus en otros

Un domingo, después de haber compartido en la congregación, estaba a punto de salir del edificio donde nos reuníamos cuando un joven se me acercó a decirme que un indigente estaba afuera de la iglesia y que quería hablar con alguien. Instintivamente pensé que estaba allí para pedir dinero, abrí mi cartera, saqué unos billetes y se los envié. Después de unos minutos el joven regresó con el dinero en la mano a decirme que el hombre insistía en hablar con alguien. Salí a hablar con él. El aspecto de este hombre era triste y debido al mal olor era casi imposible hablar con él y contener las náuseas.
El hombre necesitaba dinero, pero necesitaba algo más; quería que alguien supiera su nombre, escuchara su historia. Quería que por un momento alguien le devolviera la dignidad que la calle y las drogas le habían arrebatado.
Al mirar la escena a la distancia de mi memoria, ahora estoy seguro que este encuentro fue orquestado por Dios. La plática que acababa de dar a la congregación era acerca de los rezagados en el arroyo de Besor.
David y sus hombres están en una persecución para derrotar a sus enemigos que habían llevado cautivas a sus familias. Están tan cansados que 200 de los 600 hombres de batalla que iban con David se quedaron rezagados cuando llegaron al arroyo de Besor. Ya no pudieron cruzarlo y continuar.
David y los 400 hombres restantes continuaron con la persecución y después de alcanzar a los amalecitas, pelearon un día y medio hasta derrotarlos. Recuperaron a sus familias y un gran botín.
Después de esto, David regresa al arroyo de Besor, y cuando los hombres salieron a recibirlo, entre los 400 soldados había algunos hombres malvados, y empezaron a decir que no era justo que estos 200 hombres que se habían quedado rezagados participaran del botín.
Al igual que en los tiempos de David, y aun dentro de la iglesia, tenemos una cultura de clases que rinde culto a los triunfadores y rechaza a los que fracasan. Nos vamos del lado de los que siguieron adelante y los que se rezagaron desaparecen del mapa. David responde a los hombres que menosprecian a los rezagados de una manera que apunta proféticamente hacia la cruz. «Del botín participan tanto los que se quedan cuidando el bagaje como los que van a la batalla» (1 Samuel 30.24, NVI).
Los que se sienten fracasados piensan que no merecen gracia, que no merecen perdón. Aquellos que han fallado creen que «el botín» es solo para los triunfadores, pero David, representando la gracia de Dios en Jesús, dice: «Del botín participan todos».
Aunque como iglesia hablamos de ir por los perdidos y rescatarlos, hemos desarrollado una cultura para los triunfadores. Al igual que los hombres de David, se nos ha olvidado que en un tiempo nosotros también estuvimos rezagados.
«David se fue de Gat y huyó a la cueva de Adulán […] Además, se le unieron muchos otros que estaban en apuros, cargados de deudas o amargados. Así, David llegó a tener bajo su mando unos cuatrocientos hombres». (1 Samuel 22.1–2, NVI)
Mateo cuenta una parábola que de alguna manera hace referencia a los rezagados. Es la parábola de los obreros de la viña. Esta parábola muestra claramente la diferencia entre nuestra forma de pensar y la forma de pensar de Dios. La parábola dice que el Reino de los cielos es semejante a un hombre que salió a contratar obreros para su viña. Muy temprano, a las seis la mañana contrató a los primeros obreros por el pago de un denario al día. Estos obreros representan a los triunfadores, a los que están listos desde el principio. A los más capaces, a los que sobresalen. Más tarde, como a las nueve de la mañana, el dueño de la viña encontró a unos que estaban desempleados. Estos no eran tan capaces como los que habían sido contratados a las seis de la mañana. El dueño de la viña los contrata y les dice: «Les pagaré lo que sea justo».
A las doce del mediodía se encontró con otros hombres que también estaban desocupados e hizo lo mismo con ellos, los contrató y ofreció pagarles lo justo. De nuevo salió a las tres de la tarde, se encontró a otros que tampoco tenían trabajo. Les preguntó: ¿por qué están aquí parados y sin hacer nada? «Nadie nos contrató», le contestaron. Estos trabajadores para mí representan a los más rezagados de todos. Nadie los había contratado. Nadie les había puesto atención. No fueron considerados útiles, o lo suficientemente capaces o inteligentes, pero aun a estos el dueño de la viña los llevó a trabajar. Para reforzar aún más el punto de la parábola, Mateo dice que a las cinco de la tarde el dueño de la viña hizo lo mismo. Contrató a otros que no tenían trabajo. Estos últimos solo iban a trabajar una hora. Estos eran los fracasados, los parias, los menospreciados, los olvidados, aquellos que diariamente se iban a casa sin nada que ofrecer a sus familias.
AUNQUE COMO IGLESIA HABLAMOS DE IR POR LOS PERDIDOS Y RESCATARLOS, HEMOS DESARROLLADO UNA CULTURA PARA LOS TRIUNFADORES.
Cada uno de estos grupos de trabajadores va representando menos y menos grados de capacidad, responsabilidad, inteligencia. Más tarde, cuando se terminaron las labores, el dueño de la viña le dice a su mayordomo que les pague.
Empezó con los últimos. Los que fueron contratados a las cinco de la tarde.
A estos se les pagó un denario. Los que habían sido contratados a las seis de la mañana pensaron: a nosotros se nos pagará mucho más. Pero no fue así, a todos se les pagó lo mismo.
Cuando estos recibieron su denario, se quejaron con el mayordomo y le dijeron: «Los has hecho igual a nosotros, ¡no los puedes hacer igual que nosotros!».
Esta es la especialidad de la religión. El exclusivismo. Dejar afuera a los que no son como nosotros. Como los obreros de la viña estamos diciendo: «No puedes poner a los demás en la misma categoría que a nosotros. No es justo. No sudaron como nosotros todo el día».
Aquí el dueño de la viña dice algo muy interesante… «¿Es que no tengo derecho a hacer lo que quiera con mi dinero? ¿O te da envidia de que yo sea generoso?» (Mateo 20.15, NVI).
La primera vez que leí este pasaje, no entendí la pregunta: ¿te da envidia que yo sea generoso?
Cuando envidiamos lo que otros tienen: posesiones, casas, autos, etc. envidiamos porque queremos esas cosas para nosotros, pero ¿por qué envidiar la generosidad?
Luego recordé que este pasaje está hablando de la gracia. Los triunfadores que habían trabajado todo el día no querían dar gracia a los demás. Envidiaban la generosidad del dueño.
No nos gusta la bondad de Dios, y queremos hacerla nuestra, para modificarla, para dejar de ser generosos. Por eso tenemos envidia de que sea generoso.
Esto se llama religiosidad.
Nos volvemos tacaños para Dios. Lo representamos mal.
Creemos que somos la policía del mundo. Nos gusta juzgar a la gente que no vive de acuerdo a nuestro nivel. Pero Dios sigue diciendo: «Del botín participan todos».
En el mundo hay muchos rezagados que quisieran recobrar su dignidad. Se han quedado en el arroyo de Besor. Fracasaron en sus matrimonios, son esclavos de algún tipo de adicción, perdieron su empleo o su negocio. Perdieron a su esposa o a sus hijos. No fueron el padre que quisieron ser, el esposo que debían ser, se rezagaron, y al ver a otros que siguieron adelante se sienten como un fraude.
El hombre que estaba a las puertas de la iglesia pidiendo hablar con alguien, era uno de ellos. Su insistencia de hablar con alguien era su forma de decir: no me deseches, no me despidas, no me destituyas. No me descartes como un fracasado más.
Durante su peregrinaje en esta tierra, Jesús dignificó al ser humano y elevó su valor. Los niños, las mujeres, los pecadores, los desprotegidos.
A veces me pregunto qué es lo que Jesús pensaba cuando se encontraba con un rezagado, aquellos que no pertenecían al club de los triunfadores; una prostituta, un cobrador de impuestos, un ladrón. ¿Qué miraba en ellos? ¿Qué quería lograr al conversar con ellos?
Pienso que Jesús quería redimirlos y regresarles la dignidad perdida. Redimir significa regresar el valor a algo. Creo que el mensaje de Jesús a través de sus actos era: aún creo en ti y cuando te veo, no veo a un fracasado, no veo a un adolescente rebelde, no veo a un alcohólico, no veo a un drogadicto o a una prostituta; sigo viendo en ti la imagen mía que plasmé en ti.
No he dejado de creer en ti aunque te hayas quedado en el arroyo de Besor.
La encarnación de Jesús fue la mayor demostración de que Dios quiere regresar al hombre su valor y dignidad. Al hacerse como uno de nosotros, Jesús estaba diciendo, no está tan mal ser un ser humano. Yo soy como tú, tú eres como yo.
Una de las cosas maravillosas que la redención hace y que toda persona en busca de la espiritualidad debe hacer, es descubrir a Jesús en el rostro de las personas, independientemente de su historia.
Esto es gracia.
«Ver el rostro de Jesús en aquellos que vemos a través del día nunca es fácil. Con frecuencia demandará de nosotros paciencia, imaginación y un buen sentido del humor» (27)
Trato de hacer esto y la verdad es que a veces batallo, especialmente cuando trato de ver a Jesús en el rostro de aquellos que son poderosos y altivos, pero aun allí está el rostro de Jesús.
¿Desde cuándo fue que la imagen de Jesús se perdió en el fondo de la imagen, al punto que solo miramos el rostro de la maldad? Cuando aprendemos a ver el rostro de Jesús en los demás, les regresamos su valor.
Dios siempre ha buscado regresar la dignidad al hombre.
En las páginas de la Biblia, Dios, intencionalmente, se presenta como alguien común, como uno de nosotros; un caminante descansando debajo de un encino, un hortelano en el jardín, un forastero rumbo a Emaús.
La iglesia necesita desesperadamente ver a Jesús en los demás para regresar el valor al ser humano, pero es más fácil decirlo que hacerlo.
En los 60 se hizo popular la frase «Cristo es la respuesta», y nada es más cierto que esta declaración, y aunque la respuesta es Cristo y esto no cambia, lo que sí cambia es la pregunta.
La mayoría de los cristianos no saben cuáles son las preguntas que el mundo está haciendo porque no escuchan. Estamos fascinados con el sonido de nuestra propia voz y listos a dar respuestas. Y aunque nuestra respuesta sea la correcta, a la gente le suena a intolerancia, juicio, odio y condenación.
«Si un león pudiera hablar no le entenderíamos», dijo Ludwig Wittgenstein. No entenderíamos porque su estado de conciencia es totalmente distinto al nuestro. Aun si habláramos el mismo lenguaje, nuestra experiencia es tan distinta que sería como si habláramos lenguajes distintos. Así sucede con el mundo a nuestro alrededor, parece que hablamos un lenguaje totalmente distinto a ellos.
Si quisiéramos comunicarnos con un ruso, un alemán o un coreano, sería necesario que aprendiéramos su lengua. Si queremos transmitir el evangelio, necesitamos conocer el lenguaje que está hablando la gente para entender las preguntas. Para poder comunicarse con nosotros, Dios «se mudó a nuestra colonia» escribió Eugene Petterson en su paráfrasis de la Biblia llamada El Mensaje. Jesús aprendió nuestro lenguaje, pero la iglesia se ha alejado de la colonia y no entendemos el lenguaje del mundo. Nuestras reuniones, nuestros congresos, nuestros conciertos, nuestras predicaciones están diseñadas para gente que habla nuestro lenguaje, y cuando la gente entra a nuestras reuniones no entienden lo que decimos. Cada vez que abro mi cuenta de twitter o Facebook sufro de una sobredosis de consejos bíblicos para cristianos, y a veces prefiero irme al twitter de algún comediante para desintoxicarme.
Necesitamos un nuevo bautismo de lenguas, pero no lenguas angelicales, lenguas humanas como sucedió en el pentecostés para que la gente nos entienda.
¿Qué significa conocer las preguntas? Significa que necesitamos conocer a las personas, conocer sus deseos más íntimos, su dolor, añoranzas, sus verdaderas preguntas.
LA MAYORÍA DE LOS CRISTIANOS NO SABEN CUÁLES SON LAS PREGUNTAS QUE EL MUNDO ESTÁ HACIENDO PORQUE NO ESCUCHAN.
¿Y cómo hacemos esto? Necesitamos establecer una relación con el hijo pródigo. Cuando lo conozcamos y establezcamos una relación sincera con él, estaremos más cerca de entender cuál es la pregunta. Si no hacemos esto, nuestras palabras sonarán como un consejo sermoneador.
Los cristianos se asustan cuando los no cristianos hablan de la nueva era, del karma, de la meditación, de yoga, de halloween, etc., pero ¿estamos seguros que el significado que le hemos dado a estas palabras es el mismo que tienen ellos? ¿Podemos encontrar un punto de acuerdo?
Mientras saludaba a las personas después de terminar de compartir un domingo, una señora que había sido invitada por una persona de la congregación se me acercó a hacerme una pregunta: ¿crees en el karma?, me dijo. Me imagino que esperaba que me asustara, o que e diera la típica respuesta cristiana, pero no. Le dije que sí creía en el karma, pero le expliqué que yo lo conocía con un nombre diferente: Bendición y maldición. Le dije que Dios nos había dado a todos la libertad de escoger entre el bien y el mal. Cuando escogemos el bien, traemos con nosotros un buen karma o bendición, cuando escogemos el mal, traemos con nosotros maldición o un mal karma. Después le expliqué que Jesús en la cruz se había llevado el mal karma (la maldición) y no tenía que seguir sufriendo sus consecuencias. Volteó a ver a la señora que la había invitado, volteó a verme a mí y me dijo: «Esta iglesia me gustó, aquí me voy a quedar».
De la misma manera puedes tratar el tema de la meditación, halloween y un sin número de temas tabú para los cristianos.
En la espiritualidad emergente hay creyentes que como Jesús, «se están mudando a la colonia».
Se han despojado de su “divinidad”.
Están escuchando las preguntas.
Están aprendiendo un nuevo lenguaje.
Como Jesús, están empezando a hacer algo que para muchos ha sido considerado tabú, buscar amistad y compañerismo con aquellos que no son como nosotros, no estoy hablando de buscar esa amistad para convertirlos, estoy hablando de buscar su amistad.
Richard J. Mouw (profesor de Filosofía cristiana de Fuller Seminary y expresidente del mismo seminario), en su libro Uncommon Decency [Decencia poco común] (28) cuenta una historia de algo que le sucedió cuando era estudiante universitario y viajaba en autobús de regreso a su casa después de unas vacaciones. Durante el viaje observó a un anciano que parecía estar haciendo la ronda entre los pasajeros y platicando con ellos tranquilamente. Caminando por el pasillo entablaba conversaciones agradables con los pasajeros y, si las personas le correspondían, se sentaba a platicar con ellos. Finalmente, le llegó el turno a Richard y platicó con el anciano unos quince minutos acerca de su familia, la escuela, los hobbies, y luego la conversación tomó un giro abrupto hacia el tema de la religión. Richard inmediatamente le dijo que era cristiano, pero al hacerlo, la réplica del anciano tomó a Richard por sorpresa: «Ojalá me hubieras dicho eso un poco antes», después se levantó y caminó por el pasillo buscando alguien más con quien hablar. La mayoría de las relaciones que los cristianos establecen con los no cristianos son con el fin de llevarlos a ser cristianos, y si eso no sucede se descartan las relaciones. Si le preguntas al típico cristiano: ¿qué es más importante, establecer relaciones o enseñar principios? Su respuesta será que enseñar principios, enseñar la Biblia y comunicar el evangelio, pero aunque suene muy justo, es la respuesta equivocada. El mundo ha cambiado, los vendedores de puerta en puerta ya no son bien recibidos, el telemarketing es rechazado. El evangelio no se vende como se venden aspiradoras.
Jesús era conocido como amigo de pecadores. ¿Cuántos amigos pecadores tienes? No podemos enseñar principios si no hay relación.
Quien más necesita ver a Jesús en los demás es la iglesia.
Hay tantos creyentes humillados y acomplejados, porque tienen un liderazgo que ha dejado de ver a Dios en ellos, un liderazgo que los ve de una manera utilitaria. La manipulación y el abuso de autoridad entre otras cosas, está devaluando más y más al hombre. La iglesia ha puesto a la doctrina por encima del hombre. Han hecho al hombre un esclavo de la doctrina aunque ese nunca fue el diseño de Dios. Jesús dijo: «El sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado» (Marcos 2.27–28, NVI).
Suena simplista la pregunta que voy a hacer. ¿Qué es más importante, la carta de amor que el novio escribe a la novia o la novia misma? ¿Qué es más importante, la tarjeta de seguridad que encuentras en el respaldo de los asientos o el pasajero mismo?
Las religiones ven al hombre como un peón en un juego de ajedrez, alguien que me sirve para alcanzar mis propósitos, pero son dispensables.
Ralph Waldo Emerson, un poeta, conferencista y ensayista del siglo XIX, hablando de la religión y el hombre, dijo lo siguiente: «En la primera generación los hombres eran de oro y las copas de madera, en la segunda generación las copas eran de oro y los hombres de madera».
Necesitamos entender lo que significa la gracia.
Necesitamos regresar al arroyo de Besor.
Necesitamos mudarnos a la colonia.
Necesitamos revelar la belleza de las personas descubriendo su valor.
Necesitamos ser embajadores de la bondad de Dios.
Necesitamos ver a Jesús en los demás.

13 ZARZAS. Las nubes y las montañas me hablan de ti

Buscando un lugar donde correr, llegué a un parque nacional en Estados Unidos. Desde el momento que llegué, noté algo diferente en el lugar. La gente era súper amable, sonreían, saludaban. Un río cristalino atravesaba el parque y en sus orillas encontré a personas orando. Al correr, encontré a varios que parecían estar meditando, y todos me sonreían al pasar corriendo junto a ellos. Parecían tener una conciencia ambiental muy acentuada porque recogían papeles a la orilla del camino y los depositaban en los cestos de basura. Otros se sentaban anticipando la puesta del sol con mucha emoción. No me pareció gente rara, más bien me parecieron mesurados y dignos de confianza.
Pensé que tal vez todos ellos eran parte de algún congreso cristiano.
En la noche, cuando fuimos a cenar a uno de los restaurantes del pueblo, mi asombro por esta gente tan amable y espiritual continuó. Los vi caminar por las calles sonriendo, los vi comiendo en restaurantes disfrutando los alimentos y conversando muy animadamente. Después de salir del restaurante me di cuenta de que en efecto había, no uno, sino varios congresos en el área, y no, no eran congresos cristianos, eran congresos de la Nueva Era. El lugar en el que me encontraba era Sedona, en el Estado de Arizona. Después me di cuenta de que Sedona es uno de los centros espirituales más importantes para la gente que practica la Nueva Era. En este lugar hay retiros de energía vortex, chamanismo, jornadas de sanidad, yoga chacra, ceremonias de meditación y restauración, sanación reiki, etc.
Al leer algunos de los panfletos que promovían los eventos de tipo espiritual, me di cuenta de que los temas parecían ser cristianos.
¿Cuál es mi propósito?
¿Para qué estoy aquí?
¿De qué se trata la vida?
¿Cómo puedo marcar una diferencia?
Sanidad sobrenatural.
El observar a toda esa gente me puso a pensar y llegué a algunas conclusiones. A veces las personas que practican la Nueva Era son más espirituales que los cristianos.
Con frecuencia les pregunto a las personas: ¿cuéntame de la última experiencia espiritual que tuviste? Hago la pregunta solo con el fin de confirmar mis sospechas: hemos confinado la vida espiritual.
Si te dijera a ti como lector que me contaras acerca de ese momento cuando sentiste que algo extraordinario sucedió a tu alrededor, cuando el cielo se conectó con la tierra, creo que tu respuesta se parecería a la de muchos. Cuando la gente habla de experiencias espirituales, hacen referencia a algún campamento al que fueron, a un congreso en el que participaron, o al tiempo de adoración que tuvieron en alguna reunión del domingo en sus congregaciones.
Doy estos ejemplos para señalar que el cristiano moderno ha limitado las experiencias espirituales a actividades de la iglesia. Hemos confinado la espiritualidad a las cuatro paredes de la iglesia.
Si nuestras experiencias espirituales solo toman lugar en la iglesia, nuestra vida espiritual sufrirá de malnutrición. La mayoría de las personas pasan un promedio de dos horas a la semana en la iglesia, esto significa que si la semana tiene 168 horas, solo experimentamos a Dios, el 1.68% del tiempo.
Cuando pienso en mis experiencias espirituales más profundas, me doy cuenta de que la mayoría de ellas no fueron en la iglesia. Un día que estaba de vacaciones con mi familia, una noche nos fuimos a cenar a un restaurante. Cenamos muy rico mientras conversábamos. Después de la cena nos quedamos en la sobremesa y la conversación continuó. Hablábamos de todo con nuestros hijos. Mis hijas le daban consejos a mi hijo acerca del tipo de chica con la que se debía de casar. Debe ser dulce, tierna, amable, cristiana y de convicciones fuertes, le decían. Mi hijo, de la misma manera, les decía a mis hijas acerca del tipo de muchacho con el que se deberían de casar.
Platicamos del futuro y de lo que cada uno de ellos pensaba estudiar y hacer.
Al platicar no podía quitar la vista de mis hijos y admirarme de lo mucho que habían crecido. Cuando los escuchaba hablar, por mi mente cruzaban destellos de la niñez de cada uno. Los escuchaba como un papá orgulloso y satisfecho. Tenía destellos de las oraciones que hicimos por ellos desde que eran pequeños. Al escuchar a Melissa hablar, me acordé de que casi la perdíamos durante el embarazo de Pecos. Una noche, Pecos me despertó, y al encender la luz, las sábanas estaban bañadas en sangre. Inmediatamente la llevé al hospital y tuvo que estar varios días en observación para no perder a Melissa. El último mes del embarazo de mi esposa lo pasé en ayuno. Entregué el ayuno en el hospital después de tomar a Melissa en mis brazos.
Esa noche, mientras cenábamos en ese restaurante, en San Miguel de Allende, me di cuenta de algo extraordinario y ordinario a la vez: estábamos pisando tierra santa, Dios estaba presente y se estaba manifestando en el deleite de comer y platicar juntos.
SI NUESTRAS EXPERIENCIAS ESPIRITUALES SOLO TOMAN LUGAR EN LA IGLESIA, NUESTRA VIDA ESPIRITUAL SUFRIRÁ DE MALNUTRICIÓN.
Curiosamente, no estábamos haciendo nada «espiritual», no abrimos la Biblia, no había música para adorar, excepto la de mariachi que se escuchaba en las bocinas del restaurante, pero estábamos adorando, no estábamos orando, pero estábamos hablando con Dios y Él estaba hablando con nosotros. Simplemente estábamos comiendo y platicando.
La iglesia tiene un pleito abierto en contra de la espiritualidad, argumentando que no todo lo espiritual es cristiano, y tiene razón, pero al hacerlo hemos rechazado la espiritualidad en la vida cotidiana. Es por eso que las personas más espirituales están fuera de la iglesia, pero no debería ser así.
Cuando Jacob despertó después de haber dormido en el campo usando una piedra como almohada, se dio cuenta de algo y dijo: «Ciertamente el SEÑOR está en este lugar y yo no lo sabía» (Génesis 28.16, LBLA).
Cuando pienso en esta declaración me doy cuenta de que si le quitamos las últimas dos palabras, explica la razón por la cual no nos damos cuenta cuando Dios está presente. «Ciertamente el Señor está en este lugar y yo no…».
El problema no es que Dios no está presente, el problema es que nosotros no lo estamos. Nos casamos con la rutina, somos esclavos de la costumbre y andamos en automático, y no nos damos cuenta de su presencia.
«Si pasara junto a mí, no podría verlo; si se alejara, no alcanzaría a percibirlo». (Job 9.11)
Como Adam Sandler en la película «Click», le hemos adelantado a la película de nuestra vida y nos hemos olvidado de vivir y experimentar a las personas y a Dios en las cosas cotidianas.
Nos hemos olvidado de que vivir es adorar, porque en nosotros está el soplo de vida del omnipotente.
Cuando les envío un texto a mis hijos, a veces les escribo en inglés las palabras «I Love you» [Te amo], No sé por qué el corrector automático casi siempre me lo cambia por «I live you» [Te vivo], después de que esto me sucedió tantas veces, me di cuenta de que ese es el verdadero amor. Vivir a alguien, experimentar a alguien, poner atención a alguien, es realmente amarle.
Lo mismo se aplica a Dios, puede estar a nuestro alcance, pero lejos de nuestra percepción o entendimiento. Necesitamos vivirlo todos los días.
El desfile de milagros que pasan frente a nosotros a lo largo de un día normal debería ser una fuente profunda de espiritualidad. Ahora mismo escribo sentado en la terraza de una finca en Armenia, Colombia; Armenia está en la zona cafetalera de Colombia, es un lugar precioso. Frente a mí hay un huerto de cítricos, rodeado de palmeras. A la derecha hay platanares y varios tipos de árboles frutales. Escucho a las aves cantar.
Esta mañana salí a caminar y al irme acercando a un naranjo vi a un pájaro agitado que volaba muy cerca de mí como prohibiéndome el paso, al observar un poco me di cuenta que estaba protegiendo un nido donde su compañera encubaba unos huevos.
A medida que caminaba, las ardillas nerviosas y furtivas subían rápidamente a los árboles.
Un pájaro parecido al gorrión, pero un poco más grande y con plumas de color amarillo en su pecho, se metió a uno de los cuartos de la finca y quedó atrapado, después de algunas horas hice equipo con uno de los empleados de la finca y lo liberamos.
En este lugar la tierra es tan fértil que las palmeras tienen musgo en sus troncos.
A donde quiera que volteo hay vida, energía, movimiento, desde las hormigas diminutas que vi por primera vez en este lugar, hasta las enormes palmeras. Este lugar rebosa de vida.
«Toda la tierra está llena de su gloria» (Isaías 6.3, NVI), dijo el profeta.
Tradicionalmente, cuando se habla de este pasaje, se usa como referencia para tratar el tema de avivamiento, pero sin o con avivamiento, la tierra está llena de la gloria del Señor.
Cuando los serafines hicieron esta declaración, era todo, menos tiempo de avivamiento. El pueblo de Israel una vez más se había olvidado de Dios, había mucha desigualdad social, superstición e idolatría. Los mercaderes ricos oprimían a los pobres, había mucha perversión sexual y excesos en las festividades religiosas. Moralmente, el pueblo iba cada día en decadencia.
En este tiempo, Isaías describe al pueblo de Israel diciendo: «El buey conoce a su dueño y el asno el pesebre de su amo; pero Israel no conoce, mi pueblo no entiende» (Isaías 1.3, NVI). Aun así, los serafines dicen: la tierra entera está llena de la Gloria del Señor. La tierra entera, no una nación, no una ciudad o una iglesia específica, ¡la tierra entera!
Un día fuimos a la playa del Mar de Cortez, en México, con nuestros hijos y unos amigos. Hacía calor y una noche dejamos a nuestros hijos meterse al mar mientras nosotros platicábamos en la arena sentados sobre un tronco. Había luna llena, y un sendero de luz se formaba en la superficie de las aguas.
Después de unos minutos, mi hijo empezó a llamarme, lo hacía muy emocionado. «Papá, ¡tienes que meterte al agua con nosotros!¡Tienes que ver lo que nosotros estamos viendo!». Seguí platicando con nuestros amigos, pero la insistencia de mi hijo era tanta que me quité la camisa y me metí al agua con ellos. Cuando ya estaba dentro del agua, Adrián me dijo: «Agita tus manos», y lo empecé a hacer. Al hacerlo, el agua alrededor de mis manos se empezó a iluminar. Como si al hacerlo estuviera alborotando luciérnagas marinas. Mi hijo estaba emocionado, «papá, ahora agita tus brazos». Al hacerlo, el fondo del mar se iluminó.
El agua parecía una galaxia con miles y miles de estrellas con las que podíamos jugar. Fue un momento sublime. Era una zarza ardiendo.
Lo que experimentamos ese día, tiene su explicación.
El Mar de Cortez es un mar que conjuga varias características importantes; la temperatura del agua, la salinidad, la penetración de la luz solar, los nutrientes y corrientes marinas. Estas condiciones hacen del Mar de Cortez, literalmente, una incubadora de especies.
Siempre encontrarás animales de gran tamaño, no solo en el mar, sino también fuera de él. Lobos marinos, pelícanos, focas, garzas y gaviotas, pero especialmente delfines y ballenas.
Cada año, las ballenas grises recorren un largo camino desde las aguas frías de Alaska y el Mar de Bering para llegar al cálido Mar de Cortez a aparearse y tener sus crías.
Aunque lo que estábamos viendo esa noche en la playa tiene su explicación científica, no deja de ser una zarza ardiendo. Las luces eran emitidas por microorganismos marinos, mejor dicho, bacterias que efectivamente producen luz cuando hay movimiento. Habitan especialmente en lugares donde el mar rebosa con vida, donde abunda el alimento para las ballenas, como el plankton.
Cuando hablamos de la experiencia de Moisés en el desierto con la zarza ardiendo, nos referimos a este acontecimiento como algo extraordinario, pero los rabinos ven la experiencia de Moisés en el desierto como algo ordinario, que se volvió relevante porque Moisés puso atención. Según Rabbi Lawrence Kushner, en su libro Jewish Spirituality [Espiritualidad judía], «Dios quería ver si Moisés podía ver el misterio en algo tan ordinario como una zarza encendida». (29)
Nuestros días corren tan de prisa que no nos detenemos a mirar las zarzas que arden a nuestro alrededor. Necesitamos detenernos, porque si no lo hacemos, viviremos «como cuando se pasa en tren mirando cien paisajes, no se queda la gloria de ninguno de ellos estampada en las retinas» (30)
Como que Dios quiere aterrizarnos en vez de dejarnos volar por las alturas.
La zarza está en llamas cuando me reúno con mis amigos y reímos hasta llorar. La zarza está en llamas cuando juego con mis hijos. Cuando paseo en bicicleta, cuando corro por los campos. La zarza está en llamas cuando veo el sol ponerse. Cuando veo las olas del mar llegar a donde están las rocas y las baña.
Una antigua leyenda rabínica cuenta de dos hombres que tuvieron el privilegio de experimentar uno de los milagros más extraordinarios de la historia. Rubén y Simón eran parte de los cientos de miles que Dios liberó de Egipto a través de Moisés.
LA ZARZA ESTÁ EN LLAMAS CUANDO ME REÚNO CON MIS AMIGOS Y REÍMOS HASTA LLORAR. LA ZARZA ESTÁ EN LLAMAS CUANDO JUEGO CON MIS HIJOS.
Cuando salieron de Egipto, el ejército de Faraón los iba persiguiendo y llegaron al Mar Rojo.
Ellos no estaban a un lado de Moisés cuando este pone su vara sobre el mar y se abre.
Empezaron a caminar entre la multitud, sin darse cuenta de lo que estaba sucediendo, no sabían que estaban caminando en medio del mar que se había abierto. Había algo así como el lodo de arena que se hace cuando baja la marea en el mar y dice Rubén: «¡Esto es terrible!, ¡hay lodo por todas partes!». «¡Sí, qué asco!, responde Simón, estoy lleno de lodo hasta los tobillos».
«¿Sabes qué?, le dice Rubén, cuando éramos esclavos en Egipto teníamos que hacer ladrillos de lodo, exactamente como este». «Sí, le contesta Simón, no hay diferencia entre ser esclavos en Egipto y estar libres aquí».
Y así siguieron, quejándose y lamentándose, sin darse cuenta de que estaban participando de uno de los milagros más extraordinarios de la historia. (31)
Tal vez en este momento estés cruzando el mar. Tal vez ahora mismo estás pisando tierra santa y sea necesario remover el calzado. Tal vez en este momento el cielo se está conectando con la tierra en el lugar donde estás. ¿Te has dado cuenta?
Un día, pensando en esas experiencias maravillosas que me ha tocado vivir, pero que en su momento no las vi como una experiencia espiritual, escribí una canción que habla del nacimiento de mis hijos. La canción se llama: «No me daba cuenta»:
Sobre tierra santa estaba caminando,
no me daba cuenta que estabas hablando.
No quité el calzado de mis pies ni supe
era una zarza ardiendo, eras tú llamando.
//No me daba cuenta//
Que cuando los tomé en mis brazos
el día en que nacieron
pisaba tierra santa sin saber.
Cuando me sonrieron
y cuando los miré a los ojos
y oí su corazón latiendo,
mis hijos me llevaban sin saber hasta la zarza ardiendo.
//No me daba cuenta//
En el paraíso me estaba paseando,
me estabas llamando, me estabas buscando.
Era tu presencia lo que en mí sentía.
Ángeles bajaban, ángeles subían
//No me daba cuenta// (32)
Desde entonces he aprendido a descubrir esos momentos cuando el cielo se conecta con la tierra. Busca las zarzas ardiendo a tu alrededor.

14 REDENTORES. Devolver la dignidad

Cuando los cristianos hablamos de la redención, normalmente nos referimos al pago que Dios hizo para nuestro rescate. Estábamos perdidos. Éramos esclavos del pecado. Nuestro destino era la muerte, pero Jesús vino y pagó el precio por nuestra liberación. Éramos como una pieza atrapada en una casa de empeño, pero Él vino y nos compró. Esta interpretación de la palabra redimir es en la que normalmente nos enfocamos y ¡es maravillosa! Es la historia de mi vida.
Sin embargo, hay un enfoque bíblico más amplio acerca de la redención que hemos perdido de vista y necesitamos recuperar. Redimir también significa devolverle la dignidad y el valor a alguien que los ha perdido.
En la novela Los Miserables de Víctor Hugo, Monseñor Myriel alimenta y da hospedaje por una noche a Jean Valjean, que no tiene hogar y acaba de quedar en libertad después de haber estado diecinueve años en prisión por haber robado una barra de pan en una panadería para alimentar a los siete hijos hambrientos de su hermana. Después de la cárcel, Valjean se había convertido en un hombre insensible y resentido. Durante la noche, despierta y se roba los platos y cubiertos de plata de Monseñor Myriel. Luego, al ser detenido por gendarmes desconfiados, Valjean miente y dice que los cubiertos se los habían obsequiado. Cuando los gendarmes lo llevan a rastras de regreso a la casa del obispo Myriel, Valjean se sorprende cuando el monseñor confirma su relato y, para hacerlo más convincente, dice:
«Pero también te di los candeleros, de plata como el resto, y obtendrías por ellos doscientos francos. ¿Por qué no los llevaste junto con los cubiertos?…
El obispo se le acercó y, en voz baja, dijo: No olvides, nunca olvides que me prometiste usar esta plata para convertirte en hombre honrado.
Jean Valjean, que no recordaba la promesa, quedó perplejo. El obispo… prosiguió, con solemnidad: Jean Valjean, hermano mío: tú ya no perteneces al mal, sino al bien. Estoy comprando tu alma; la libro de ideas oscuras y del espíritu de perdición, ¡y la entrego a Dios!
Y efectivamente, Jean Valjean se convirtió en un hombre nuevo que ayudó a muchos. Durante el resto de su vida guardó los dos candeleros de plata, como un recuerdo de que su alma había sido redimida para servir a Dios». (33)
Lo que hizo Monseñor Myriel fue un acto de redención. Al actuar de esa manera con un hombre que por azares del destino había terminado en una situación lamentable, le regresó el valor, le volvió la esperanza, y la vida de Jean Valjean tuvo un nuevo principio a partir de este acto de redención. Hay una historia bíblica que nos puede dar un poco más de luz en el tema de la redención. En el libro de Rut, en el Antiguo Testamento, encontramos la historia de la familia de Noemí y Elimelec. La familia entera se había ido a vivir a Moab dejando Belén, porque había hambre en la tierra. Noemí y Elimelec tenían dos hijos, Malón y Quelión.
Después de estar un tiempo en Moab, Elimelec muere y Noemí queda viuda. Los hijos de Noemí se casan con Rut y Orfa, dos mujeres moabitas.
Después de diez años, ellas también se quedaron viudas.
Durante ese tiempo, Noemí decide regresar a su casa porque escuchó que había pan en la tierra de Belén. Sus nueras la siguen, pero ella les dice que se regresen a Moab de donde son y que se busquen marido. Orfa le hace caso y se regresa, pero Rut le contesta con esa frase tan conocida e inspiradora: «No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, […] tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios será mi Dios» (Rut 1.16–17).
Cuando llegan a Belén, Rut se va a buscar comida a los campos. Eran los días de la cosecha de cebada y Rut se va a recoger la cebada que se les caía a los segadores.
La Biblia establecía que los pobres podían ir a los campos de cosecha y recoger las sobras que los segadores dejaban caer.
El dueño del campo donde Rut empezó a recoger se llamaba Booz, y cuando vio a Rut recogiendo el trigo, esta halló gracia antes sus ojos y él ordenó a sus trabajadores que dejaran caer un poco más de grano para que Rut recogiera un poco más. También les ordenó que cuando Rut tuviera sed, le dieran de beber. Después de recoger todo el día, Rut regresa a casa con cinco kilos de cebada.
Cuando llega a su casa, su suegra Noemí empieza a platicar con ella. Esta es la conversación:
«¿Dónde recogiste espigas hoy? ¿Dónde trabajaste? ¡Bendito sea el hombre que se fijó en ti! Entonces Rut le contó a su suegra acerca del hombre con quién había estado trabajando. Le dijo: El hombre con quien hoy trabajé se llama Booz. ¡Que el SEÑOR lo bendiga! exclamó Noemí delante de su nuera. El SEÑOR no ha dejado de mostrar su fiel amor hacia los vivos y los muertos. Ese hombre es nuestro pariente cercano; es uno de los parientes que nos pueden redimir». (Rut 2.19–20, NVI)
COMO AHORA, EN EL PASADO TAMBIÉN SE ABUSABA DE LOS POBRES E INDEFENSOS, Y DIOS ESTABLECIÓ REGLAS PARA QUE ESTO NO SUCEDIERA.
Noemí, como todos los judíos, entendía el tema de la redención. «Es uno de los parientes que nos puede redimir…», le dice a Rut.
Los israelitas tenían la responsabilidad de ayudar en todo lo posible a sus parientes cercanos.
Si alguien tenía que vender un terreno por haber empobrecido, un pariente que tuviera recursos económicos debía redimir ese terreno. (Levítico 25.25) Si por problemas económicos alguien tenía que venderse como esclavo, debía ser redimido por su goel (redentor). (Levítico 25.47–49)
Como ahora, en el pasado también se abusaba de los pobres e indefensos, y Dios estableció reglas para que esto no sucediera. A la víctima de una injusticia, su goel lo debía defender en los tribunales: «No cambies de lugar los linderos antiguos, ni invadas la propiedad de los huérfanos, porque su Defensor es muy poderoso y contra ti defenderá su causa» (Proverbios 23.10–11, NVI). La palabra que se ha traducido como «defensor» es la misma palabra que encontramos en el libro de Rut (redentor o goel).
Las palabras de Noemí me llaman la atención: «Este hombre es cercano a nosotros». Este hombre es nuestro pariente, es nuestro prójimo. De cierta manera, el judío se veía casi obligado a redimir a un pariente, y Noemí lo sabe.
La interpretación de la palabra prójimo en el Antiguo Testamento es muy diferente a la interpretación que Jesús le da en el Nuevo Testamento.
Para los judíos, el prójimo era la gente cercana a ellos, familia, amigos, los que pertenecían al pueblo de Israel.
«No te vengarás ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Levítico 19.18). Esa interpretación tenía como fin la unidad de la nación de Israel. Hasta cierto punto era una interpretación egoísta.
Para los antiguos, esto de amar al prójimo era fácil de hacer. Es fácil amar a personas que están a tu favor, gente que está en tu equipo, personas que piensan y se ven como tú. Jesús extendió el significado de la palabra prójimo.
En una ocasión, un experto de la ley le preguntó lo que debía hacer para obtener la vida eterna. Jesús le respondió con una pregunta: ¿qué dice la ley? y ¿cómo la interpretas tú? El hombre inmediatamente citó el Shema: «Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser, con todas tus fuerzas y con toda tu mente», y: «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (Lucas 10.25, NVI). La pregunta de Jesús incluía no solo ¿qué dice la ley? sino ¿cómo la interpretas tú?
Jesús enseñaba a través de preguntas, y en la respuesta a esta pregunta estaba el mensaje que Jesús le quería comunicar al experto en la ley con relación al tema del prójimo.
Después de que el hombre contesta con el Shema, la oración central de los judíos, Jesús le dice: «Haz eso y vivirás», pero aparentemente el experto sospecha que Jesús tenía una interpretación distinta de la palabra prójimo, así que hace la pregunta que tal vez se arrepintió de hacer: ¿quién es mi prójimo?
Jesús responde a esta interrogante con la historia del buen samaritano. (Lucas 10.25–37)
La historia confronta al experto en la ley con la práctica egoísta que tenían los judíos. La parábola cuenta la historia de un caminante que iba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones. Los ladrones lo dejaron a la orilla del camino, casi muerto.
Mientras yace a la orilla del camino, pasan dos judíos; un sacerdote y un levita, e ignoran al hombre herido, pero después pasa un samaritano y atiende al hombre herido.
Venda sus heridas,
les pone aceite,
lo pone sobre su cabalgadura,
y lo lleva a un mesón donde pide que lo atiendan haciéndose responsable de los gastos.
Para los judíos no había alguien más lejos de ser llamado un prójimo que un samaritano. No eran de su raza, no eran de su pueblo. Eran considerados viles, eran menospreciados.
Después de contar la historia, Jesús pregunta quién es el prójimo en la historia, y el experto en la ley se ve forzado a responder que el prójimo era el samaritano.
Con esta historia, Jesús da un golpe mortal a la interpretación que los antiguos tenían de la palabra prójimo. Tu prójimo son todos, especialmente aquellos que no son como tú.
Cuando Jesús se pronunciaba en contra de conceptos equivocados, iniciaba con la frase: «Oíste que fue dicho, pero yo os digo». Cuando estas palabras se pronunciaban, era necesario poner atención.
En relación al prójimo Jesús dice: «Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos». (Mateo 5.43–45)
Ahora todos son prójimos,
vivan lejos o vivan cerca,
piensen igual o distinto.
Aun el enemigo más acérrimo es nuestro prójimo.
Haz el bien a tu enemigo, dice Jesús, ora por él. Aun por los que te ultrajan y persiguen.
No puedes amar solo al que te ama.
Debes amar y orar por los que te ultrajan y te persiguen. Al ser así, nos parecernos más a nuestro padre que está en los cielos.
Volviendo a la historia de Noemí. La explicación que Noemí le da a Rut acerca del pariente que tiene el poder de redimirla, en Jesús se aplica a todos. Todos tenemos el poder y la responsabilidad de redimir a nuestro prójimo.
La historia del buen samaritano confronta no solo el estilo de vivir que tenían los judíos en aquellos días, sino el estilo de vivir que tiene la iglesia en la actualidad.
Nuestra interpretación del amor está más de acuerdo al Antiguo Testamento que al nuevo. No amamos como Cristo amó, hacemos una distinción entre nosotros y ellos, entre los de adentro y los de afuera.
Creemos en el amor condicional, el amor que se gana, el amor que se merece. Por eso tenemos la palabra amable. Alguien digno de ser amado.
Lo experimento cada vez que viajo, en los aeropuertos, en los hoteles. «Gracias, eres muy amable». Como me trataste bien, me caíste bien, te trataré bien, eres digno de amor.
No puede haber adoración verdadera si no nos lleva a ser como Dios. Jesús dijo: «Sean perfectos, así como su Padre celestial es perfecto» (Mateo 5.47–48, NVI). Para ser como Dios necesitamos descubrir aquellas cosas que están en el corazón de Dios, y no hay duda alguna de que en el corazón de Dios están los necesitados, los pobres, los marginados, las viudas, los huérfanos, los extranjeros.
Hay una generación que está despertando y está empezando a vivir los sueños de Dios, llenando necesidades a su alrededor, redimiendo a los que esperan ser redimidos.
Para muchos la fe y la adoración son una experiencia personal y privada, en la cual nos olvidamos de los demás, pero esta no puede ser la verdadera espiritualidad.
Miqueas lo expresó claramente cientos de años atrás: «¡Ya se te ha declarado lo que es bueno! Ya se te ha dicho lo que de ti espera el SEÑOR: Practicar la justicia, amar la misericordia, y humillarte ante tu Dios» (Miqueas 6.8, NVI).
La verdadera adoración nos lleva a ser redentores.
El propósito de todo discipulado debe ser llevarnos a ser como Jesús, y Jesús es redentor.
Él nos redimió y nosotros debemos redimir a los demás.
Hay muchas personas pasando por diferentes tipos de necesidades esperando ser valoradas, defendidas, rescatadas, redimidas, pensando: Si tan solo hubiera alguien que me redimiera.
Hace unos años, mientras meditaba mucho en este pasaje, fui a visitar a mi mamá y en nuestra conversación surgió el tema de un pan que horneaba mi abuelita. Era un pan muy sencillo, pero todos los nietos lo disfrutábamos mucho. En la conversación me contó que una de mis tías, a través de los años había sufrido mucho. Su esposo murió y después dos de sus hijos también murieron. Me contó que mi tía estaba muy necesitada y que para sostenerse a veces horneaba el pan como lo hacía mi abuela, y lo vendía. Cuando escuché esto se me partió el corazón y supe que Dios me estaba hablando como lo ha hecho en muchas ocasiones.
HAY UNA GENERACIÓN QUE ESTÁ DESPERTANDO Y ESTÁ EMPEZANDO A VIVIR LOS SUEÑOS DE DIOS, LLENANDO NECESIDADES A SU ALREDEDOR, REDIMIENDO A LOS QUE ESPERAN SER REDIMIDOS.
Inmediatamente decidí que a partir de ese momento le daría una ayuda mensual a mi tía. Tal vez no sea mucho lo que le damos, pero le regresa el valor que ha perdido después de perder tanto.
Hay mucha gente a nuestro alrededor que se siente devaluada, olvidada, sola y sin esperanza. Entender la obra redentora en su totalidad implica ayudar a las personas en sus diferentes problemas y regalarles esperanza, no ayudar a la distancia, sino ser amigo de los pobres y débiles.
Hay tanto sufrimiento que necesita ser mitigado, tantos daños que necesitan ser corregidos, y aquí es donde entra la obra de la redención.
Si cada creyente alrededor del mundo decidiera redimir a alguien,
el mundo entero entendería más fácilmente el otro mensaje de la redención.
Antes de predicar la redención debemos vivir la redención.
Busca alguien a quién devolverle el valor, la dignidad, la honra… que Dios ponga en tu corazón a quién redimir.
Cuando leí el versículo de Proverbios 23.10–11 que vimos anteriormente: «No cambies de lugar los linderos antiguos, ni invadas la propiedad de los huérfanos, porque su Defensor es muy poderoso y contra ti defenderá su causa», me quedé pensando en la frase «su defensor es muy poderoso». Seguramente no todas las personas que en el Antiguo Testamento decidían redimir a sus parientes eran poderosas. Seguramente había personas que con dificultad hacían la obra de la redención, pero este pasaje afirma, asume, que todos los defensores son poderosos.
Esta es la razón:
Cuando nos hacemos del lado de los marginados, nos hacemos del lado de Dios. Cuando decidimos redimir a alguien, estamos haciendo equipo con Dios. Cuando defendemos la causa de los pobres, los oprimidos y los débiles, nos hacemos parte de la causa de Dios. Dios es poderoso y quien decida ser parte de su equipo también lo será.
No hay mejor inversión que podamos hacer en esta tierra que redimir al necesitado. «Si ayudas al pobre, le prestas al SEÑOR, ¡y él te lo pagará!» (Proverbios19.17, NTV).
De la misma manera, el ignorar al necesitado es una receta para nosotros terminar en necesidad.
«Los que tapan sus oídos al clamor del pobre tampoco recibirán ayuda cuando pasen necesidad». (Proverbios 21.13, NTV)
«Al que ayuda al pobre no le faltará nada, en cambio, los que cierran sus ojos ante la pobreza serán maldecidos». (Proverbios 28.27, NTV)
AVE escribió una canción en su último disco que nos enseña dónde está el corazón de Dios. La canción se llama «Hades» y este fragmento es el coro de la canción:
De nadie, de todos
Te escondes afuera.
Donde nadie te aprecia
Tú bailas en un callejón sin color.
Más lejos, más cerca
Olvidas mi nombre
Donde nadie te admira
Con los marginados tú partes el pan.

15 PAN. Encontrando a Dios en la mesa

La comida tiene un lugar de suma importancia en la Biblia. El primer pecado tiene que ver con comer el fruto prohibido. En la promesa de llegar a la tierra prometida había un incentivo: era una tierra que producía buena comida, era una tierra en la que fluía leche y miel.
La comida sirve como una analogía muy importante para la vida espiritual.
Jesús es el pan (maná) que descendió del cielo.
Cuando el salmista habla del hambre espiritual, dice que podemos saciarnos de la grosura de la casa de Dios. Bello, ¿verdad?
Cuando leo este pasaje me acuerdo de un amigo de mi adolescencia. Si íbamos a comer tacos de carne asada, pedía que le sirvieran los tacos con repollo y mucha grosura. Eran deliciosos, y el salmista dice que así de delicioso es estar en la presencia de Dios.
En la Biblia, el crecimiento espiritual es comparado con el alimento. Cuando somos bebés espirituales bebemos leche, cuando hemos madurado comemos carne. Nuestra inclinación por la justicia es comparada con hambre y sed.
La gran variedad de sabores, colores y texturas en la comida nos muestra que Dios está muy interesado en que disfrutemos lo que comemos. Dios no creó el alimento solo para nuestro sustento, también para nuestro deleite.
Nunca se me ha olvidado la reacción que tuve de niño al ver una película en español de muy bajo presupuesto cuyo nombre se me escapa. La película era futurista y lo único que recuerdo de ella es que en el futuro, la ciencia y la tecnología habían avanzado tanto que la comida se ingería en forma de píldora. En mi mente de niño rechacé ese futuro en el que no iba a poder disfrutar todas las deliciosas comidas que hacía mi mamá, las empanadas y el pan que horneaba mi abuela y los dulces que compraba en la escuela.
Fuimos diseñados para el placer de comer. Nuestra lengua se compone de miles de receptores sensoriales conocidos como papilas gustativas. A través de ellas podemos diferenciar entre sabores dulces, salados, amargos, ácidos, picantes, astringentes, y la persona promedio puede tener hasta diez mil papilas gustativas que constantemente se están regenerando.
El indicador más claro de que lo que comemos es importante para Dios está en Levíticos 11.1–47. En este pasaje, Dios establece para el pueblo de Israel las reglas de lo que podían y no podían comer. Por ejemplo, se podían comer todos los rumiantes que tuvieran la pezuña hendida, pero si rumiaban y no tenían la pezuña hendida, como en el caso del camello y el conejo, no se podían comer. De la misma manera, los que tenían la pezuña hendida pero no rumiaban, como el cerdo, tampoco se podían comer.
En la lista de los peces, se podían comer aquellos que tenían aletas y escamas solamente. En la lista de las aves, las que no se podían comer eran los buitres, los gavilanes, las águilas, las águilas marinas, los cuervos. Básicamente eran las aves de rapiña y carroñeras. Tampoco los insectos se podían comer.
Los animales que se arrastran por la tierra o el mar también estaban en la lista de los alimentos prohibidos.
Cuando analizas todas estas prohibiciones, te das cuenta de que no provienen de un Dios aburrido que no tiene nada que hacer y establece una serie de prohibiciones para arruinarnos la fiesta. Las reglas tenían su razón de ser. Muestran el amor y el cuidado que Dios tenía y tiene por su pueblo. Las reglas tenían que ver principalmente con higiene y salud. A medida que los seres humanos nos hemos civilizado más, algunos de estos alimentos ya no presentan un problema de higiene como en el pasado, pero en los tiempos cuando la ley fue dada, el problema era muy serio.
Los que no vivimos bajo la ley de kashrut, que te lleva a comer alimentos kosher, no podemos descartar con ligereza las implicaciones espirituales y prácticas que ese tipo de dieta promueve.
Llevar una dieta kosher significa comer de una manera apropiada y a la medida, es decir, poniendo atención a lo que comemos.
La realidad es que en la cultura moderna la gente no come de una manera apropiada y mucho menos a la medida. Cuando comes kosher piensas en lo que vas a comer, dónde lo compras y cómo lo preparas. Entiendes que no puedes mezclar ciertas cosas y hay un cuidado extremo de los utensilios de cocina.
Por ejemplo, una de las reglas kosher es que no puedes mezclar los productos lácteos con la carne. «No cocerás el cabrito en la leche de su madre». (Deuteronomio 14.21)
Basados en este versículo, los rabinos establecían leyes en las que no se permitían cocinar carne en una olla en la que se había puesto leche o viceversa.
FUIMOS DISEÑADOS PARA EL PLACER DE COMER. NUESTRA LENGUA SE COMPONE DE MILES DE RECEPTORES SENSORIALES CONOCIDOS COMO PAPILAS GUSTATIVAS.
Si se había preparado un cocido de res en una olla, no podías usarla para cocinar algo con leche. En esto de la leche y la carne había un principio muy importante. Cocinar al cabrito en la leche de su madre era como burlarte del orden reproductivo y de la vida misma.
Al separar la carne y la leche, hacían una distinción entre la vida, representada por la leche, y la muerte, representada en la carne.
El comer y cocinar era un acto reverente que se convertía en cierta manera en un tipo de adoración demostrada por la reverencia y respeto por la vida y por la misma razón nunca debías comer sangre. Solo podías comer animales que habían sido sacrificados de acuerdo a las leyes judías, es decir rápido, con misericordia, y con el menor dolor posible, mostrando de esta manera el respeto por la vida y la compasión aun por los animales. «El comer kosher transforma el comer, llevándolo desde la perspectiva nutricional hasta el terreno de la fidelidad. Si mantienes una dieta kosher, el protagonista de tu comida no eres tú; es Dios» (traducción del autor). (34)
La mejor manera de darnos cuenta de que el protagonista de nuestra comida es Dios, es tratar, cuando sea posible, de cultivar nuestra propia comida. Cuando mi papá vivía, venía a visitarme un par de veces al año, y cuando lo hacía, iba al mercado a comprar semillas de diferentes tipos. Hacía una pequeña hortaliza en la esquina del patio de mi casa, ponía un cerco de alambre a su alrededor que lo enterraba unos treinta centímetros para que los conejos no pudieran entrar. Fertilizaba la tierra, sembraba la semilla y después de algunas semanas empezábamos a ver las verduras crecer.
Mi hortaliza producía calabazas, tomates, rábanos, chiles serranos, sandías, etc. Recoger la cosecha de lo que sembraste, por más pequeña que sea, es una experiencia que transforma tu manera de ver la comida. Te das cuentas, sin lugar a dudas, de que el protagonista de la comida es Dios. Él nos da la luz del sol, el agua, la tierra, la semilla y todo lo necesario para sembrar y cosechar.
Un par de veces al año voy a lugares en los que puedo salir a pescar y cocinar lo que pesco. Una experiencia similar a la de tener tu propia hortaliza toma lugar. El mar o el río frente a mí a veces rebosa lleno de vida. En ocasiones pongo dos anzuelos en la línea y en unos segundos los peces pican y al enrollar la línea de mi caña de pescar, ambos anzuelos traen pescados. Con mucha frecuencia, en unos cinco minutos tengo la pesca suficiente para una cena de ocho personas. Dios es el protagonista…
Cuando pones atención a la comida, empiezas a ver la creatividad de Dios en cada fruta, cada vegetal, cada parte del platillo, y aprecias más la vida.
De niño recuerdo que el comer tenía una historia. Las abuelitas te decían: «Te preparé unas quesadillas con queso “asadero” que tu abuelito trajo del rancho de don Rosendo, y le puse epazote de la sierra que compré en el mercado. Y el guacamole tiene chiles serranos y tomate que esta mañana corté de la hortaliza».
Recuerdo también que durante mi niñez, en mi casa acostumbrábamos a tostar el café. Después lo poníamos a secar al sol y un par de días después nosotros mismos lo molíamos. Nuestra casa olía riquísimo. Esa debe ser la razón por la que siempre compro el café en grano y cada mañana lo muelo para disfrutar su olor antes de tomarlo.
Casi siempre el preparar mi café es un acto de adoración y gratitud.
El tomar el alimento como un acto casi religioso ha cobrado auge no tanto entre los cristianos, sino entre chefs y personas que disfrutan el comer.
El «experimentar la comida» es un término usado por los chefs en los shows de comida, y es muy común oír expresiones como: «Esta fue una comida trascendental».
Recientemente leía un artículo en una revista de viajeros. El artículo fue escrito por el chef y director del programa de televisión «Bizare foods», Andrew Zimmern, y el título era: «Cinco comidas que cambian la vida». El escrito no estaba hablando de salud, sino de la experiencia de comer de una manera que te lleva a cambiar y ser una persona mejor.
Me parece muy interesante la popularidad actual de los shows de cocina. Hombres y mujeres pasan tiempo viendo a otros cocinar y comer. Creo que esto demuestran cómo todos, de alguna manera, anhelamos experimentar la comida. Queremos tener ese conocimiento, ese respeto, esa atención a cada detalle al cocinar y comer.
¿Qué haces cuando comes algo rico? ¿Qué haces cuando el alimento que pusieron frente a ti superó tus expectativas? ¿Qué haces cuando se nota que se preparó con los mejores ingredientes? En muchísimas ocasiones le he dado gracias a mi esposa por preparar tan rica comida, o le he mandado un recado al chef del restaurante o personalmente lo he felicitado por lo delicioso que le quedó cierto platillo, pero la comida nos debe llevar más allá del que cocinó. Una buena relación con la comida siempre apuntará hacia Dios y te llevará a vivir más saludable. De todos es sabido que en las culturas en las que se muestra respeto por la comida y se disfruta la comida al máximo la gente come muy bien, es más delgada y no tiene los típicos problemas de salud.
Ayer platicaba con mi mamá y nos acordábamos de cómo antes había cosas que no se comían por algunos meses del año porque no las encontrabas en el mercado. Era muy común que cuando quería comer algo, mi mamá me decía que no era temporada. Ahora encuentras todo en el mercado. Los mercados de antes asaltaban todos tus sentidos, olías y veías la carne de la vaca que acababan de traer del matadero. El pescado que había llegado en la madrugada del puerto más cercano parecía estar todavía vivo. Las verduras aún tenían tierra en sus raíces.
Ahora todo lo traen de alguna parte del mundo. No anticipamos nada. No esperamos nada. El placer es inmediato porque todos los alimentos están a nuestro alcance. Tal vez esa sea la razón por la que en nuestra cultura no sabemos posponer la gratificación o la satisfacción en otras áreas. Estamos acostumbrados a que todo lo que queremos lo podemos tener ahora.
El comer de acuerdo a la estación o la región nos da un ritmo, nos da estructura en la vida, nos ayuda a apreciar y disfrutar más la comida. El comer de acuerdo a la estación nos permite dejar al cuerpo descansar de ciertas comidas. En la actualidad las personas sufren de un sinnúmero de alergias de alimentos. No sé si las alergias serán la manera en la que nuestro cuerpo nos está diciendo que debemos darle un descanso y comer más de acuerdo a la estación.
El comer de acuerdo a la estación no solo nos lleva a santificar la comida sino también el tiempo. «Los ojos de todos esperan en ti, y tú les das su comida a su tiempo (Estación)» (Salmos 145.15). En el salmo 34 David está hablando de los beneficios de confiar en Dios. Dice que los que acuden a Dios están radiantes. Que el ángel de Dios acampa a nuestro alrededor, y luego agrega para aquellos que no han aprendido a confiar en Dios: «Gustad y ved que bueno es el Señor» (Salmos 34.8). Me gusta este versículo y sus implicaciones. Pareciera que nos dice:
Prueba la comida y ve que bueno es Dios, o, Dios es como la comida, pruébalo, disfrútalo.
Pero no podemos realmente disfrutar cuando nuestros sentidos están embotados. El embotamiento es el estado de la persona en el que parece no sentir nada, o siente muy poco. No tiene reacciones normales.
El embotamiento viene cuando nos excedemos en ciertas cosas, cosas que aunque sean buenas llegan a enfermarnos.
Como cuando éramos niños y dábamos vueltas hasta marearnos, era divertido al principio, pero después nos enfermaba. Podemos ser aturdidos por la música, cegados por la luz, y muchos han hecho lo mismo con la manera de comer. Hay un embotamiento del sentido del gusto en el que realmente no disfrutamos la comida. Comemos para hartarnos pero sin saborear.
UNA BUENA RELACIÓN CON LA COMIDA SIEMPRE APUNTARÁ HACIA DIOS Y TE LLEVARÁ A VIVIR MÁS SALUDABLE.
Necesitamos redimir nuestra forma de comer para recuperar el verdadero sentido del gusto.
Necesitamos recuperar el sentido del gusto como Dios lo diseñó.
No sabemos lo que es disfrutar un banquete, no sabemos lo que es disfrutar un festín o un agasajo porque todos los días comemos como si fuera día de banquete, como si todos los días fueran días de fiesta.
Para disfrutar el banquete, necesitamos sentir hambre. Curiosamente la palabra desayunar significa romper el ayuno, y nunca sabrás lo que realmente es disfrutar la comida, si no has ayunado. Una de las cosas que he descubierto en los ayunos es que, después de haber pasado unos días sin comer no se te antoja una torta de pierna de puerco o un banquete. Recuerdo que mi estómago o mis papilas gustativas me pedían una galleta salada. La idea de esa galleta salada me sabía a gloria. El ayunar te lleva a ser más refinado y cuidadoso en tu manera de comer.
A veces, ayunar solo significa practicar un poco de mesura al comer.
Dicen que podríamos vivir comiendo el veinticinco por ciento de lo que comemos.
Practicar mesura es tal vez comer un cereal en la mañana, una ensalada a mediodía, una nutritiva cena por la tarde.
Cuando hagamos esto aprenderemos a disfrutar los banquetes; cenas de Navidad, acción de gracias, año nuevo y cenas con los amigos. Allí es donde debemos comer bien, esos son los lugares del banquete.
La obsesión con la comida nos está matando. El cuerpo le está pasando factura a la civilización moderna; diabetes, problemas del corazón, problemas estomacales y muchas cosas más.
Muchos tienen una relación de amor y odio con la comida. Por una parte, los tamaños y las porciones han ido aumentando más y más a través de los años. De tamaño regular a grande y a extra grande, y hasta jumbo. Hamburguesas dobles, triples, 4X4. Bebidas de ocho, dieciséis, treinta y dos, y hasta setenta y dos onzas. Pero paralelo a eso, gastamos billones de dólares al año en diferentes tipos de dietas, gimnasios, máquinas de hacer ejercicios, cirugías plásticas y muchas otras cosas que llevan como fin remover el exceso de grasa.
Cuando llevas el comer al terreno espiritual, te preguntarás: ¿está bien con Dios si me como una 4x4? (hamburguesa con cuatro niveles de carne y queso).
La comida también apunta a Dios de otra manera. Es bien sabido de todos que los problemas emocionales contribuyen a comer de más. A veces el vacío en nuestro corazón se malinterpreta como un vacío en el vientre. Cuando no encontramos satisfacción, identidad y propósito en nuestras vidas queremos llenarnos con alimento.
Un día, cuando Jesús estaba cansado y tenía hambre, sus discípulos fueron a comprar comida mientras Él los esperó en el pozo de Jacob. Fue entonces que Jesús tuvo el encuentro con la samaritana. (Juan 4)
Cuando los discípulos regresan de la aldea le ofrecen de comer y Jesús responde: «Yo tengo un alimento que ustedes no conocen […] mi alimento es hacer la voluntad del que me envió» (Juan 4.32,34, NVI).
Yo tengo otra comida, hay algo más que sacia, hay algo más que trae satisfacción.
Jesús fue muy claro al enseñarnos acerca del hambre dentro de nosotros cuando dijo: «Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida» (Juan 6.55–56, NVI).
Lo que comemos no solo refleja nuestros gustos, también refleja nuestra espiritualidad.
Habiendo dicho la anterior, Dios también nos ha dado la comida como medicina para el corazón. ¿Quién no añora en momentos de tristeza y soledad las comidas que comías de niño?
La comida de consuelo es un concepto bíblico. Comida que nos hace sentir bien emocionalmente. Cuando el pueblo de Israel había estado afligido, lamentándose y llorando a voz en cuello, Dios da una orden a través del profeta: «No os entristezcáis ni lloréis […] id, comed grosuras, y bebed vino dulce […] no os entristezcáis porque el gozo del Señor es vuestra fuerza» (Nehemías 8.9–10). Dios utilizará la comida para hacernos olvidar los problemas, para reconfortarnos, fortalecer nuestro espíritu y restaurarnos. «Aderezas mesa delante de mí, en presencia de mis angustiadores» (Salmos 23.5).
Necesitamos conectar la mesa con Dios. La comida con la vida espiritual.
En la eucaristía, Jesús conectó el cielo con la tierra,
El espíritu con la carne,
El hambre física con el hambre espiritual.
La comida con Dios.

16 SEXO. La necesidad de conexión íntima

En la serie americana My so called life [Mi supuesta vida] hay una escena donde tres jóvenes están platicando acerca de la primera experiencia sexual. «Si fuera la primera vez que vas a hacerlo, ¿qué te gustaría que te dijeran?», pregunta un chico a dos señoritas. Una de ellas contesta en tono de broma: «¡Esto será rápido!». «¡No!, en serio», replica él, «¿qué te gustaría que te dijeran?». De nuevo, la misma chica responde en tono de broma: «¿Te conozco?». Pero una vez más el chico pregunta: «En serio, algo romántico». La otra chica, que hasta ese momento no había dicho nada, responde que después de tener relaciones sexuales por primera vez le gustaría que le dijeran: «Eres tan hermosa que duele verte». El chico se queda sorprendido con la respuesta y le pregunta: «¿Cómo pensaste en eso?».
Cuando vi este episodio, hace muchos años, pensé, ¡Wow!
La belleza duele.
El amor duele.
Duele en el corazón, porque apunta hacia la necesidad más grande del ser humano; la necesidad de conexión.
Esta necesidad de conexión y dolor es expresada claramente en la relación sexual.
La raíz de la palabra «sexo» es la misma que la de la palabra «cercenar», como en una operación. La idea de la palabra sexo es la de cortar o romper con el fin de tener conexión. Esto es lo que sucede en la relación sexual.
En México hay una expresión de la calle; cuando los hombres ven a una mujer bonita pasar exclaman: «¡Hay dolor, ya me volviste a dar!» Se supone que es un piropo en el que le estás diciendo a una mujer: eres tan bella que duele verte.
G. K. Chesterton dijo algo muy interesante en relación con los chistes: «Cuando escuchas un chiste vulgar, puedes tener la seguridad de que has encontrado una idea sutil y espiritual». (35)
Lo que Chesterton está tratando de hacernos entender es que nuestra sexualidad viene de Dios, y aun cuando está tristemente pervertida en un chiste vulgar, el que cuenta el chiste, sin quererlo, está refiriéndose a algo que en su raíz, es bueno y sagrado.
Pero el sexo en nuestros días parece ser todo menos bueno y sagrado y yo creo que si los extraterrestres existieran y se les permitiera venir a la tierra a hacer un juicio acerca de nuestra vida sexual y deliberar si el sexo es bueno o malo, creo que el resultado, basado en la evidencia, sería que el sexo no solo es malo, sino terrible.
Una chica llora en su coche, no sabe si llamar a la policía o mantener lo que acaba de suceder en secreto; un compañero de trabajo la violó en la fiesta anual de la empresa donde trabaja.
Sandra está en su recámara, y en secreto, como lo ha hecho ya por varios años, se corta los brazos con una navaja, se siente sucia por las cosas que su padre ha hecho con ella desde que era niña.
Mientras su esposa duerme, Mario mira nerviosamente imágenes pornográficas en internet y después de hacerlo, una vez más se sentirá miserable.
María, quien acostumbra dormir con un hombre distinto cada sábado, ha estado llorando y comiendo en exceso aunque pronto irá al baño a vomitar. Por meses ha estado sufriendo de un desorden alimenticio provocado por problemas de tipo emocional.
En la oscuridad, Pablo mira el techo de su habitación, pensando en cómo convencer a su novia para que se practique un aborto.
Después de andar de fiesta toda la noche, Martín lleva otro hombre a su casa, sin decirle que tiene el virus VIH.
Todas estas historias, de una manera u otra, tienen que ver con el tema del sexo.
¿Cómo puede ser posible que algo tan terrible, como el dolor emocional que sufre una mujer violada, una adolescente embarazada, y un hombre atormentado por la lascivia y la pornografía, sea algo bueno?
En nuestros días, la cama y el sexo han venido a tener una connotación ambivalente. Hay una relación de amor y odio en lo concerniente al tema del sexo.
Muchos líderes espirituales, asustados por los problemas sexuales en nuestro mundo, han optado por una postura que no ayuda mucho, cuando se habla del tema, lo único que saben hacer es regañar.
EN NUESTROS DÍAS, LA CAMA Y EL SEXO HAN VENIDO A TENER UNA CONNOTACIÓN AMBIVALENTE. HAY UNA RELACIÓN DE AMOR Y ODIO EN LO CONCERNIENTE AL TEMA DEL SEXO.
A pesar de todo, la idea del sexo como algo malo no viene en la Biblia.
En medio de la Biblia se encuentra un libro que habla exclusivamente de la relación íntima de una pareja, y empieza diciendo: «Ah, si me besaras con los besos de tu boca, ¡grato en verdad es tu amor, más que el vino!» (Cantares 1.2, NVI).
El vino representa la celebración y la alegría. En este pasaje el sexo sustituye al vino como una causa mayor de celebración y alegría.
La sexualidad fue algo primario en la identidad de Adán y Eva. El primer mandamiento que Dios les da es el de tener intimidad. «Y los bendijo Dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra…» (Génesis 1.28, LBLA).
La primera instrucción de parte de Dios a la raza humana no tiene que ver con oración o adoración, no tiene que ver con trabajo ni gobierno, ni política, cosas muy importantes al principio de la raza humana. El primer mandamiento tiene que ver con la cama. Tengan intimidad sexual y llenen la tierra.
C. S. Lewis dijo que: «El cristianismo es casi la única de las grandes religiones que completamente aprueba el cuerpo y la materia como algo bueno, al punto de que Dios mismo tomó cuerpo humano». (36)
A través de la encarnación, Dios nos dice que el cuerpo es bueno, la sexualidad es buena. A través de la encarnación, Dios redime el cuerpo y el sexo, porque como nosotros, Él también fue un ser sexual.
La idea del sexo como algo malo viene de los griegos, quienes veían todo placer como algo negativo. Veían el cuerpo como una tumba y enseñaban a la gente a buscar esa desconexión con la carne para poder mejorar sus vidas. Como la iglesia surgió durante el Helenismo, un tiempo en el que la forma de pensar de los griegos predominaba, la iglesia absorbió formas de pensar que terminaron mezclándose con el pensamiento cristiano.
Se empezó a rechazar el cuerpo y el placer. Los monasterios y los claustros, aunque tenían cosas positivas, veían el cuerpo como algo malo, y se optaba por vivir vidas austeras, en reclusión y silencio.
Pero, si Dios nos dio el sexo y es algo bueno, ¿por qué hay tantos problemas en la sexualidad moderna?
Como dijimos al principio de este capítulo, el sexo y el amor duelen porque revelan nuestra necesidad de conexión.
Pero la necesidad de conexión no es solo en el área física, de hecho el área física apunta a nuestra necesidad de conexión en el área emocional y espiritual. No es nada nuevo decir que el sexo apunta hacia Dios.
Cuando en la Biblia se habla de la relación de Dios con la raza humana, el lenguaje es uno con fuertes connotaciones sexuales. «Y pasé yo otra vez junto a ti y te miré, y he aquí que tu tiempo, era tiempo de amores; y extendí mi manto sobre ti, y cubrí tu desnudez, y te di juramento y entré en pacto contigo, dice Dios el Señor, y fuiste mía» (Ezequiel 16.8).
Muchos atribuyen la crisis de soledad espiritual y el alejarnos de Dios como la causa principal del aumento en la promiscuidad y pornografía. El descontrol extremo del sexo moderno muestra el dolor y la necesidad de Dios que nuestro mundo moderno tiene. Pero el sexo no sacia…
La lascivia te lleva a hacer cosas que prometen conexión, pero nunca sucede.
En el Antiguo Testamento tenemos una de esas historias que aparentemente no deberían estar en la Biblia. Es una historia de incesto y violación. Amnón, hijo de David, encendido por la lascivia quiere tener relaciones con su media hermana Tamar. Dice la Biblia: «Y estaba Amnón angustiado hasta enfermarse por Tamar su hermana» (2 Samuel 13.2).
Amnón estaba debilitándose físicamente por su lascivia, su necesidad de conexión. Lleva a cabo un plan malévolo y termina violando a su hermana que era virgen. Ella le rogó que no hiciera tal infamia, que no era correcto, pero Amnón no escucha sus palabras y tiene relaciones con ella.
Después de haberla violado, el escritor bíblico agrega, de una manera que provoca confusión por la actitud de Amnón y lástima por una adolescente violada: «Luego la aborreció Amnón con tan gran aborrecimiento, que el odio con el que la aborreció fue mayor que el amor con el que había amado» (2 Samuel 13.15). ¿Extraño, verdad? ¿Cómo puede ser esto posible?, pero sucede todos los días…
El sexo se ha convertido en el espejismo más engañoso.
Promete mucho, pero cumple poco.
La realidad es que la conexión que buscamos existe fuera del sexo. Jesús fue un hombre sexual como nosotros, pero no tuvo relaciones sexuales. Aun así había encontrado conexión. San Pablo, la madre Teresa, Jean Vanier y muchos más a través de la historia han optado por el celibato y son seres sexuales que conectaban.
Los antiguos convertían las cosas buenas en ídolos. Los ídolos son cosas a las que les damos atributos que solo Dios posee. Cuando esperamos que el dinero, el trabajo, o en este caso el sexo vengan a llenar nuestros anhelos más profundos, los convertimos en ídolos.
Mientras más lejos estemos de Dios y sus principios, más buscaremos en el sexo cosas que no nos puede dar. Cuando nuestros anhelos más profundos encuentran satisfacción en Dios, el sexo encuentra su lugar en nosotros como algo bello.
Las bodas judías se ofician debajo de la «chuppah». La chuppah es un toldo que simboliza la presencia de Dios, la nube que seguía al pueblo de Israel en el desierto. Aun en las bodas judías más humildes, el toldo se hacía de un chal de oración sostenido por cuatro ramas. Después de la ceremonia, ese mismo toldo se llevaba y se ponía sobre la cama, donde la pareja consumaba la relación bajo el toldo, bajo la presencia de Dios. Los invitados a la fiesta esperaban afuera mientras los novios consumaban la relación.
En la actualidad manejamos el asunto del sexo como algo privado. «No es asunto de nadie lo que sucede en la intimidad con dos adultos que realizan un acto por su propia y libre voluntad», dice la gente. Podríamos argumentar desde un punto de vista de salud y de justicia social que el sexo es un asunto de todos; el sexo te lleva a tener bebés, un asunto social; el sexo provoca enfermedades venéreas, un asunto de salud; pero aunque todos estos argumentos son válidos, las bodas judías elevaban el acto sexual a algo espiritual y familiar, enseñando que somos responsables ante los demás. La promesa y la consumación de esa promesa se hizo debajo de la chuppah, se hizo bajo la presencia de Dios, pero la familia, los amigos y la comunidad entera fueron testigos de esa unión.
Cada vez que se tiene relaciones sexuales, hay una unión muy profunda; el sexo involucra el espíritu, el alma, el cuerpo y a Dios mismo.
El capítulo «Under the Chuppah» [Bajo la chuppah] del libro Sex God [Sexo Dios] de Rob Bell, explica una de las razones por las cuales el sexo se ha convertido en un problema más que una bendición. Bell habla del sexo como una unión maravillosa, profunda y mística. La chuppah representa a Dios cerniéndose sobre la relación de la pareja y bendiciéndola, pero Bell dice que: «Vivimos en un mundo que constantemente trata de sacar al sexo de debajo de la chuppah». (37)
CUANDO NUESTROS ANHELOS MÁS PROFUNDOS ENCUENTRAN SATISFACCIÓN EN DIOS, EL SEXO ENCUENTRA SU LUGAR EN NOSOTROS COMO ALGO BELLO.
Dios bendice esa unión, esa conexión en la relación sexual, pero esa bendición no se encuentra fuera de esta cobertura. Bajo la chuppah solo podían estar los novios. El rabino que oficiaba la boda lo hacía parándose fuera de ella. Esto hace referencia de la exclusividad y fidelidad en la pareja.
Esta declaración se le atribuye a G.K. Chesterton, quien compara el sexo con una casa y dice: «El sexo es la puerta de esa casa, y las personas románticas y con mucha imaginación les gusta mirar por la puerta. Pero la casa es más grande que la puerta. Hay personas a las que les gusta solo quedarse en la puerta y nunca entrar a la casa».
Aunque en la actualidad haya graves problemas con el sexo, no podemos hacer a un lado esta verdad: En medio de toda la confusión sexual de nuestro mundo, tenemos que encontrar lo bueno en el sexo. Necesitamos traer el tema del sexo a la luz para interpretarlo de la manera adecuada y para encontrar lo bueno en medio de la destrucción.
Necesitamos redimir el sexo, y solo personas que han descubierto la conexión a la que el sexo apunta, lo pueden hacer.
Pablo habla de aquellas cosas que son inherentemente buenas pero se han vuelto malas por una mala interpretación. (1 Timoteo 4.4).
El que alguien haya mal usado los dones de Dios como lo son el sexo y la comida, no quiere decir que sean malos. «Dios lo creó» dice San Pablo, debe tomarse con acción de gracias.
Todos damos gracias a Dios por la comida, pero ¿cuándo fue la última vez que diste gracias por tus deseos sexuales? Creo que esta práctica es buena para todos pero especialmente para jóvenes solteros que luchan con tentación sexual. Jóvenes a los que se les ha hecho sentir pecadores por tener impulsos sexuales. El negar que tenemos deseos sexuales y tratar de ahogarlos hace más daño que bien. Empieza a dar gracias por tu sexualidad cada vez que eres tentado. Trae esa tentación delante de aquel que te hizo un ser sexual.
Tal vez suene extraño esto de dar gracias por la imagen tan negativa del sexo, pero no nos debe sonar así. La Biblia dice que Dios es el creador de todas las cosas, Él inventó el sexo, y como todas las cosas que creó, el sexo es bueno.
Debemos celebrar la sexualidad de nuestros hijos. Debemos celebrar su entrada a la adolescencia, celebrando la hombría y la femineidad.
Debemos hablar del tema del sexo con ellos a la edad apropiada y antes de que lo aprendan por otro lado, pero de la manera equivocada. Debemos enseñar que el sexo es un regalo de Dios, no como algo sucio, sino algo bello y maravilloso a su tiempo.
Abrace, bese a sus hijos y a sus hijas para que se sientan amados y no busquen prematuramente el sexo como una manera de ser amados y aceptados.
Durante la presidencia de Ronald Reagan en Estados Unidos, el gobierno emprendió una campaña en contra de las drogas y el slogan era: «¡Solamente di No!». A muchos se les hacía muy simplista esta propuesta y sí lo era, y lo mismo se aplica al sexo. No podemos decir simplemente a los jóvenes que le digan no al sexo.
¿Qué hago con mis deseos sexuales? En parte, la respuesta está en un pasaje que no tiene nada que ver con el tema del sexo, pero el principio es aplicable a muchas situaciones. Efesios 4.28 habla de personas que habían tenido el problema de robar, pero ahora eran creyentes.
Rob Bell, en su libro Sex God, toma este pasaje para explicar que la solución no está en reprimir los deseos sexuales, sino en canalizarlos.
«El que robaba, que no robe más, sino que trabaje honradamente con las manos para tener qué compartir con los necesitados». (Efesios 4.28, NVI).
Bell agrega que aunque el pasaje dice: «no robes más», no termina ahí. El escritor entiende que este tipo de instrucción raras veces ayuda. Cuando se nos dice que no hagamos algo, ¿cuántas veces somos realmente convencidos a no hacerlo, especialmente cuando lo disfrutamos? (38)
No se trata de reprimir tus deseos, sino de canalizarlos a algo bueno.
Así como el que roba canaliza esa tendencia con el trabajo honrado y compartiendo con los necesitados, la satisfacción del sexo tiene que ser canalizada hacia otras cosas y sobre todo, a la satisfacción que una relación con Dios da.

17 SENTIDOS. El poder de estar presentes

Estamos rodeados de ruido y quizás por eso, dejamos de oír. Para realmente oír necesitamos conocer el silencio. Mientras más silencio hay a nuestro alrededor, nuestros oídos se adaptan y escuchan con mayor precisión.
Siéntate en el silencio y deja que tus oídos perciban los sonidos que siempre han estado allí, pero no distingues. Escucharás tu respirar, tu corazón, el viento que se filtra suavemente por las rendijas de una ventana.
Me fascinan los ruidos en las casas de madera. Crujen cuando sienten el calor, el frío y la humedad y a veces pienso que se acuerdan de cuando eran árboles.
¿Será que extrañan el bosque?
¿Será que añoran la tierra?
Hay personas que pueden ver, oír, sentir, gustar y oler cosas que los demás no percibimos. Nacen con sentidos acentuados. Algunos tienen un sentido del gusto privilegiado que terminan siendo catadores de vinos o degustadores de alimentos. También hay personas, como es el caso de algunos de mis músicos, que tienen un oído perfecto, es decir, pueden detectar en qué tono se encuentra cualquier sonido musical que escuchan. Otros pueden oír ciertas frecuencias sonoras que los demás no perciben.
En este momento estoy tratando de identificar los sonidos que percibo mientras escribo. Unos son muy obvios, como el tractor que está frente a mi departamento, ocho pisos abajo, excavando el área donde se harán los cimientos para un estacionamiento, también escucho el sonido de la mezcladora de cemento que se prepara para vaciar su contenido sobre los cimientos. Escucho de una manera intermitente algo que suena como taladro, pero podría ser otra cosa, podría ser una licuadora. Hay un sonido que casi sirve como marco al resto de los sonidos y es el tráfico en la calle principal a unos 400 metros de donde estoy.
Al concentrarme un poco más, escucho aves cantar, pero su sonido está casi ahogado por los demás ruidos. Hay unos sonidos que no logro identificar; parece que alguien dejó una televisión prendida en el departamento de abajo.
Si mi esposa estuviera a mi lado, podría identificarlo con precisión. Ella tiene un oído más sensible que el mío. Puede escuchar el leve sonido de un foco encendido, el clima que uno de mis hijos dejó prendido en su habitación, el sonido de las termitas comiéndose la casa del vecino, bueno, creo que con este último ejemplo exageré un poco, pero sí me sorprende lo que puede oír. Hay un cuarto a prueba de ruidos en los laboratorios Orfield al sur de Minneapolis. El cuarto es libre de ecos y absorbe el sonido en un 99,99%. Tiene el récord Guinness del lugar más silencioso del mundo. El silencio es tan intenso que si entras a este cuarto, el único ruido que escucharás será el que hace tu propio cuerpo; escucharás claramente los latidos de tu corazón y otros órganos vitales. Dicen que el silencio en este cuarto es tan aterrador que la mayoría de las personas no pueden estar en él más de unos minutos. El que más tiempo ha podido estar en este cuarto fue un periodista y solo resistió cuarenta y cinco minutos.
Nuestros sentidos pueden ser afectados por un sinnúmero de factores; alguna enfermedad, la edad, un accidente.
Uno de mis cuñados que trabajaba de chef, tuvo un accidente en el que se golpeó la cabeza y perdió la mayor parte del sentido del gusto. Está por demás decir que tuvo que cambiar de profesión.
Hay una correlación espiritual con cada uno de nuestros sentidos. Nuestra sed y hambre natural apuntan hacia el hambre y la sed espiritual. El oído físico representa el oído espiritual. «El que tiene oídos para oír, oiga» decía Jesús al enseñar.
Los monjes y místicos de la antigüedad entendían la importancia de escuchar con atención: «Si dejamos de escuchar, es muy probable que pasemos por donde está Dios sin siquiera notarlo», dijo el Abad San benoit-Sur-Lowe. (37)
Pero escuchar no es fácil,
requiere que estemos presentes,
requiere de concentración, requiere de atención.
«Escuchar muy de cerca, con cada fibra de nuestro ser en cada momento del día es una de las cosas más difíciles de hacer en el mundo, pero aun así, es esencial si realmente queremos escuchar al Dios que estamos buscando». (38)
Dios es extremadamente comunicativo. Él siempre está hablando, nos habla a través de otras personas, a través de la naturaleza, a través de nuestras propias conciencias, a través de su Palabra,
HAY UNA CORRELACIÓN ESPIRITUAL CON CADA UNO DE NUESTROS SENTIDOS. NUESTRA SED Y HAMBRE NATURAL APUNTAN HACIA EL HAMBRE Y LA SED ESPIRITUAL.
Dios escucha nuestras oraciones y las contesta, pero nosotros no oímos, nuestros oídos no están atentos. «Ya sea que te desvíes a la derecha o a la izquierda, tus oídos percibirán a tus espaldas una voz que te dirá: “Éste es el camino; síguelo”». (Isaías 30.21, NVI)
Teófano el recluso decía que en la vida espiritual solo un acto era requerido: «un acto es requerido —y solo uno— Porque este acto reúne todas las cosas y mantiene las cosas en orden… este acto es estar de pie con atención en el corazón». (39)
La palabra absurdo viene de «sordus», de donde viene la palabra sordo, y cuando dejamos de escuchar la voz de Dios nuestra vida se vuelve algo absurdo, pero la palabra “escuchar” lleva implícita en ella la obediencia. La misma raíz de la palabra obediencia es «obedere» que significa oír.
Jesús dijo: «Bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan», (Lucas 11.27–28). Bienaventurados los que oyeron, porque realmente oír significa obediencia.
De la misma manera, en el lenguaje bíblico, el que nuestros ojos sean abiertos, hace referencia a ver cosas que antes no veíamos.
Cuando Hagar decidió que no había más que hacer sino esperar la muerte, Dios le habla y sus ojos son abiertos: «En ese momento Dios le abrió a Hagar los ojos, y ella vio un pozo de agua. En seguida fue a llenar el odre y le dio de beber al niño» (Génesis 21.19, NVI).
Dios no abrió un pozo, Dios le abrió los ojos a Hagar para que viera el pozo que por su angustia y dolor no podía ver.
Nuestros ojos pueden ser una fuente inmensa de espiritualidad, o nuestros ojos pueden tener un velo sobre ellos.
«Te vi en un niño de la calle sin un lugar para vivir, te vi en sus manos extendidas, pidiendo pan para vivir, te vi en sus ojos suplicantes, y en su sonrisa titubeante, ayer te vi. Te vi en un cuarto de hospital, en soledad te vi llorar, te vi en el rostro atribulado de un enfermo desahuciado sin esperanza de vivir, cansado de tanto sufrir, ayer te vi».
A veces leemos libros,
y a veces los libros nos leen a nosotros.
Los conceptos escritos en cada página del libro que leemos parecen danzar, las palabras parecen saltar.
Nuestra mirada es una fuente maravillosa de espiritualidad.
Anne Rice, hablando de la vida espiritual y lo que le provocó el volver a ver un árbol de su niñez que asociaba con la vida espiritual, dijo en su libro Called Out of Darkness [Sacada de las tinieblas]: «Conocí el gozo perfecto entonces mientras miraba ese árbol. Conocí un gozo más allá de cualquier descripción. Fui transportada en ese momento, no había dolor, ni preocupación, ninguna frustración significaba algo. Fue un momento glorioso y pienso en él todo el tiempo». (40)
Bello, ¿verdad?
En Las Crónicas de Narnia, Lucy ve a Aslan cuando sus hermanos no lo ven, y lo mismo sucede con nosotros, unos ven a Dios, otros no.
En la espiritualidad emergente el oír y ver se convierten en vehículos muy importantes en crecimiento espiritual.
A veces he estado hablando con personas cuyos pensamientos se sienten dispersos. Parecen tener un déficit de atención. Platican, pero lo hacen volteando a los lados como buscando algo. Juegan con su teléfono y hacen de todo menos concentrarse. A veces me pregunto si Dios se sentirá así con nosotros. No ponemos atención. No estamos presentes.
Cuando levantemos nuestra mirada y veamos al que platica o camina frente a nosotros, tal vez veamos a Dios.
No vemos ni oímos lo que Dios nos está diciendo a través de la vista y el oído.
En mis años de formación, dudé de Dios.
Dudé de su existencia y de la Biblia.
Y no fue hasta que abrí mis ojos y realmente miré los cielos y la naturaleza a mi alrededor y desarrollé un sentido de asombro por la naturaleza, que mis dudas fueron disipadas.
El profeta con corazón de poeta dijo:
«Alcen los ojos y miren a los cielos: ¿Quién ha creado todo esto?» (Isaías 40.26, NVI). Cuando alcemos nuestra mirada y veamos lo maravilloso de los cielos, inevitablemente apuntarán hacia algo más grande que nosotros, y la pregunta nos llevará de la mano a creer.
Necesitamos traer todos los sentidos a la vida espiritual.
El traer todos nuestros sentidos a la vida espiritual nos llevará a redescubrir ciertas emociones básicas que nuestro corazón alguna vez conoció;
el asombro,
el temor,
el gozo y la gratitud.
El misterio y el sentirnos pequeños ante un universo tan grande.
Todas estas emociones nos llevarán de vuelta a Dios. Las dudas son cuestionamientos acerca de la existencia de Dios; el asombro es la antesala a las respuestas.
A veces, la vida espiritual consiste solo en estar presentes y en abrir nuestros ojos.
No sé si a ti te ha sucedido, pero en ocasiones cuando he estado manejando mi auto, hundido en mis pensamientos, he perdido la noción del tiempo y el espacio y me he quedado en automático. Después de haber llegado a mi destino, a veces perdí unos minutos de mi memoria, por más que quiero acordarme de las cinco últimas calles, no puedo, solo tengo un vago recuerdo de lo que sucedió.
Lo lamentable de esto es que lo mismo puede suceder, pero no con cinco minutos de nuestro tiempo sino con toda una vida.
Jesús habló de aquellos que tienen oídos y no oyen, tienen ojos y no ven. Algunos tienen la habilidad de ver mas allá de lo que está frente a sus ojos,
más allá del dolor,
más allá de la maldad,
más allá de un rostro austero.
¿Será esa la razón por la cual Jesús podía hablar libremente con una prostituta o un ladrón? ¿Será que podía ver más allá? ¿Será que podía ver a la niña herida detrás de la prostituta y al niño confundido detrás del ladrón?
Si realmente queremos ver espiritualmente, necesitamos hacer a un lado nuestros prejuicios.
Cuando Pablo ora por los efesios, pide que los ojos de su entendimiento sean abiertos. Estudios recientes acerca del sentido de la vista revelan que el ver e interpretar no es algo automático o natural en los seres humanos, sino algo que aprendemos a medida que crecemos. La percepción de lo que vemos es más una actividad de la mente y del corazón que de los ojos mismos. Las personas que tienen problemas de tipo mental ven cosas que no son reales, no son reales para nosotros, pero son muy reales para ellos.
EL TRAER TODOS NUESTROS SENTIDOS A LA VIDA ESPIRITUAL NOS LLEVARÁ A REDESCUBRIR CIERTAS EMOCIONES BÁSICAS QUE NUESTRO CORAZÓN ALGUNA VEZ CONOCIÓ.
La vista y el oído espiritual tampoco son naturales en nosotros, necesitamos desarrollarlos. Necesitamos aprender a ver y oír. La fe viene por el oír, sí, oír la Palabra, pero la Palabra de Dios se escucha por todos lados y de muchas maneras.
En una ocasión, Jesús sanó a un hombre de ceguera. Después que puso sus manos sobre él, le preguntó qué era lo que veía. El hombre respondió que veía a los hombres como árboles. Jesús volvió a poner sus manos sobre él para que pudiera ver completamente bien. Tal vez lo mismo necesita suceder con nosotros. A veces nuestra visión no es lo suficientemente clara.
Tener conocimiento no es suficiente, necesitamos ver con el corazón.
David dijo: «Una cosa he pedido al SEÑOR y ésa buscaré: que esté yo en la casa del SEÑOR … para contemplar la hermosura del SEÑOR, y para meditar en su templo» (Salmos 27.4, LBLA).
¿Se puede contemplar la hermosura de Dios? Aparentemente sí. ¿Cómo logramos verla? Esa es una percepción de los ojos espirituales.
Podemos estar en la casa de Dios y nunca ver su hermosura, podemos oír una predicación pero no oír la voz de Dios. Nuestro oído espiritual necesita ser entrenado, y esto viene con el tiempo.
Recuerdo que al principio de nuestro ministerio, mi esposa y yo pedíamos confirmación para casi todas las cosas que sentíamos que Dios nos estaba llamando a hacer. A veces éramos un poco exagerados en las pruebas que pedíamos, pero era necesario. No teníamos mucha experiencia en oír la voz de Dios y no queríamos equivocarnos.
Hace un par de años, Pecos y yo tuvimos una conversación en la que hablábamos de cómo ya no pedíamos tanta confirmación para tomar decisiones. Al platicar estuvimos de acuerdo en que con el paso de los años nuestro corazón estaba entrenado para distinguir la voz de Dios, es algo casi automático. Nunca hemos escuchado la voz audible de Dios, pero nuestro corazón escucha con mucha claridad.
Desde que nos casamos nos hemos mudado de casa, de ciudad y de país más de quince veces porque estamos convencidos de que escuchamos la voz de Dios.
Nuestra experiencia más reciente fue dejar Estados Unidos para ir a vivir a Monterrey, México.
Antes de ir a Monterrey habíamos pastoreado una comunidad en Phoenix, Arizona. Lo habíamos hecho por cuatro años, cuando de repente empecé a sentir una inquietud que ya conozco. Los años de experiencia me han enseñado a poner atención a este tipo de inquietudes.
Cuando pongo atención, trato de escuchar mi corazón.
Normalmente me dará impresiones que apuntan hacia un cambio o una decisión. Al abrir los ojos de mi corazón, empiezo a ver la razón de mi inquietud. En este caso era dejar Phoenix, Arizona, e irnos a México, específicamente a Monterrey.
Debo agregar que no había razón alguna para dejar Phoenix. Estábamos pastoreando una congregación creciente, una congregación fiel y generosa. Quedarnos en Phoenix hubiera sido lo más seguro para nosotros, pero esa voz interior me estaba susurrando que era tiempo de dejar ese lugar. Nunca hemos salido de un lugar porque no estemos felices; lo hemos dejado porque estamos convencidos de que oímos la voz de Dios.
Después de haber estado orando, mi esposa y yo le comunicamos a nuestro equipo nuestra inquietud, y al hacerlo las confirmaciones empezaron a llegar de casi todas las familias. Varios habían estado sintiendo lo mismo. Varios habían platicado de ese posible movimiento.
Después de un ayuno de veintiún días, que para mí era solo para que los demás se sintieran seguros, tomamos la decisión de mudarnos a México. No fue una decisión fácil. La mayoría de las familias, si no todas, habían comprado casa en Estados Unidos. Unos estaban en procesos migratorios para adquirir su ciudadanía, otros que solo tenían permiso de trabajo esperaban adquirir su residencia, pero lo dejaron todo para ir a Monterrey. Después de nueve meses de planeación, dimos inicio a una congregación en Monterrey. La respuesta ha sido excelente. La gracia de Dios sobre el equipo nos ha dejado asombrados.
Cuando el profeta Samuel era un niño, Dios le empezó a hablar, pero Samuel aún no había entrenado su corazón para oír la voz de Dios.
El relato bíblico es muy interesante, nos presenta un cuadro de un niño que escucha audiblemente la voz de Dios y la confunde con la voz de un hombre.
Escuchar audiblemente la voz de Dios no es ninguna garantía de que sabrás que es Dios. Aun así tendremos que pasar por un proceso de entrenamiento hasta aprender a distinguirla.

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